El colegio de Maside tiende un puente único en Galicia para la inclusión gitana

Pablo Varela Varela
Pablo Varela OURENSE / LA VOZ

EDUCACIÓN

Míriam Vica y Marcos Hofkaamp son mediadores sociales en el municipio de Maside
Míriam Vica y Marcos Hofkaamp son mediadores sociales en el municipio de Maside Santi M. Amil

Dos mediadores sociales evangélicos trabajan con las familias de los poblados

10 feb 2021 . Actualizado a las 12:03 h.

En el municipio ourensano de Maside, con tres núcleos de población gitana, las tradiciones de siempre se han topado con los móviles y el WhatsApp. «Antes, las pedidas de mano se hacían en persona. Pero algunos jóvenes de ahora las realizan con un mensaje», cuentan en el colegio local, donde hay 46 alumnos de esta etnia. Supone el 24 % del total en un centro educativo, el CPI Terras de Maside, que se sale de la pauta por su proyecto de inclusión.

Lo que comenzó años atrás como un trabajo de mediación social a través de los contratos-programa de la Xunta, con la figura del profesor Marcos Hofkamp como puente con los colectivos gitanos de Maside, llamó la atención de la oenegé Diaconía, que se encontraba dificultades para ejecutar un programa de compensación de las desigualdades educativas en varios poblados de España. La idea, en sí misma, era casi idéntica a la que ya se ponía en práctica en Maside: «Buscaron centros en todo el país donde hubiese posibles destinatarios. Dieron con nosotros y nos lo ofrecieron. Querían apoyarnos», dice Luis Veloso, el director.

Ahora, tras cuatro años de colaboración, será el primer curso completo en el que Diaconía se implicará en la mediación con el alumnado gitano. Además del de Maside, solo hay otro centro educativo que participará en este proyecto, cofinanciado por el Ministerio de Educación y FP y la Obra Social La Caixa, y está en la Cañada Real (Madrid). La clave está, una vez más, en Marcos. Llegó a Maside como profesor de Religión evangélica, el mismo culto que profesan los gitanos del municipio. Ese vínculo fijó las raíces de la confianza, que se fue ganando poco a poco. «Diaconía vino a ver qué habíamos hecho, porque en otras zonas del país no conseguían acceder a los poblados. Y me llevaron también a la Cañada Real para hablar con los mediadores que iban a trabajar allí», dice Hofkamp.

Ahora es profesor a jornada completa y su compañera Míriam Vica, contratada por Diaconía y también evangélica, ha ido tomando el relevo con los alumnos y sus familias. Marcos, que guarda una relación muy estrecha con los vecinos de los poblados, revisa su móvil a ratos porque alguno de los estudiantes o incluso sus padres le avisan de cuando llegan tarde al colegio. No es un detalle menor. Ganarse la cercanía y el aprecio de los vecinos gitanos de Maside lleva su tiempo. Míriam cuenta que «Marcos fue una bendición, porque a mí me abrió las puertas». «Al ser mujer, a mí me fue más accesible llegar a las madres de los niños, por ejemplo», agrega.

«Intentamos ayudarles a que hagan los deberes y resolver sus dudas»

El proyecto de Diaconía, enfocado en no dejar atrás al alumnado en situación de desventaja social por cuestiones socioeconómicas y también étnicas, abarca cuatro áreas de trabajo: innovación educativa con talleres sobre técnicas de estudio y absentismo; fomento de las relaciones interculturales y de género; intervención a nivel comunitario para evaluar las necesidades de las familias beneficiarias; y, por último, entrevistas y visitas a familias de los poblados. Míriam, que acude cinco días a la semana al de Maside, hace hincapié con los críos en las tareas diarias. «Intentamos ayudarles a que hagan los deberes y resolver sus dudas, por ejemplo», cuenta ella.

Miedo al covid

Pero la carga pedagógica del proyecto va más allá, intentan aportar a las familias algo de pausa, explicarles por qué es importante no tomar decisiones precipitadas. «Aquí hay chicos y chicas de 15 años que ya saben a quién le pedirán matrimonio. Y a otros les detallamos qué ventajas tiene ser padres después de los 20 años», indican. Porque en la etnia gitana pasar de la niñez a la vida adulta sucede en apenas un salto.

Cuando comenzó el curso, en el colegio de Maside detectaron que la gran mayoría del alumnado gitano no acudía a clase. «Fue así durante tres semanas, porque tenían temor a posibles contagios», expone Marcos. En los poblados del municipio, cuenta, «hay población mayor, con problemas respiratorios que se incrementan durante el invierno, y les daba miedo que el covid-19 llegase allí dentro». Así que tomaron la decisión de aislarse y, ante esta perspectiva, los dos mediadores optaron por ir abriendo poco a poco su blindaje. «No es que ellos se cerrasen de forma radical, ni mucho menos. Les expusimos que sus miedos no estaban bien fundados y, con el paso de los días, los niños fueron volviendo», dice Míriam.

El colegio de Maside no ha registrado casos de covid. «Siempre nos hemos implicado para evitar que perdiesen el contacto con las clases. Dándoles tiempo, eso sí, pero siempre pendientes de ellos», agrega Míriam.

«La teledocencia con ellos no funcionó»

Ya durante el estado de alarma, cuando las clases pasaron a ser en línea, tuvieron que esmerarse para que los pequeños no perdiesen el hilo. «La teledocencia con ellos no funcionó. Cuando el confinamiento se fue relajando, optamos por llevarles material impreso y trabajar con ellos allí, in situ», dice Marcos. Él se ha volcado, a lo largo de estos años, en ir más allá del colegio para conectar a los poblados de Maside y recordar a cada niño todas las posibilidades que tiene de desarrollar su talento. Sigue trabajando en ello. E igual que ocurrió cuando logró ganarse el aprecio de las familias, esto también parece una cuestión de fe.