Los infelices que dan la felicidad

Xesús Fraga
xesús fraga REDACCIÓN / LA VOZ

EDUCACIÓN

Javier Peña se dedica ahora a la literatura a tiempo completo, como autor e impartiendo talleres
Javier Peña se dedica ahora a la literatura a tiempo completo, como autor e impartiendo talleres XOAN A. SOLER

Javier Peña cambió su trabajo como autor de discursos de conselleiros por una novela sobre un grupo de antiguos estudiantes de Santiago y sus frustraciones

28 nov 2019 . Actualizado a las 15:23 h.

La vida, caprichosa, a veces reúne a un grupo de personas en un mismo tiempo y un mismo lugar, para luego volver a separarlos. Los personajes de Infelices (Blackie Books), el debut novelístico de Javier Peña (A Coruña, 1979), coincidieron en las aulas -y los bares y los pisos de estudiantes- de Santiago, un período que rememoran desde un presente en el que ya saben lo que es llegar a los cuarenta. Una edad a la que ya se ha vivido lo suficiente para contrastar a lo que uno aspiraba con lo que la realidad le ha ofrecido. Es decir, que Desengañados podría ser un título alternativo a Infelices.

«Es ese momento en el que tienes que reconocer que no estás donde soñabas», confirma Peña. «Aun siendo realista y sabiendo que tus expectativas no se van a cumplir al 100 %, el problema viene cuando te ves en lo opuesto a lo que aspirabas», añade. Sus personajes se ven sacudidos por pequeños y grandes dramas: una carrera laboral que se ha convertido en un callejón sin salida, decepciones de amistad y familia, enfermedades como el cáncer. Insatisfacciones que acrecienta el haber creído en algún momento que uno estaba llamado a otras cosas. «Su forma de expresarse es bastate pedante, son un poco creídos. Están en esa edad, a los 18, cuando algunos llegan a la universidad y se creen que ya lo saben todo en la vida», explica su creador.

Cada uno vive su infelicidad a su manera y reflejada en los demás miembros del llamado Círculo de Viena, como se bautizaron los entonces estudiantes, un homenaje a los intelectuales austríacos pero a partir del hecho prosaico de reunirse en una cafetería con el nombre de la capital. Infelices presenta sus voces distintivas, sacando partido a una variedad de recursos narrativos -y la presencia constante de un humor agridulce- dentro de lo diversos que son los personajes en el seno del que fue su grupo y cuya relación se va manteniendo con el tiempo. 

Una vía de escape

Javier Peña conoce bien su situación porque él también ha vivido en primera persona alguna de esas infelicidades. Tras licenciarse en Periodismo en Santiago y trabajar en los medios, se dedicó durante siete años a escribir discursos para conselleiros. La escritura de Infelices fue, admite, una «vía de escape» para unas circunstancias profesionales que no le satisfacían. «Llevaba años haciendo lo mismo y no veía una salida, la posibilidad de dar un salto a otro sitio», recuerda. «Me estaba olvidando, además, de cómo se escribía, a fuerza de hacer tantos discursos». Paradójicamente, sus personajes infelices fueron ese puente que él ansiaba: cuando Blackie compró su libro hace tres años -le había llevado otros dos escribirlo- decidió abandonar su puesto en la Xunta y dedicarse por completo a su novela. «Fue un proceso largo, porque con la editorial hicimos un intenso trabajo de edición, lo cual me pareció maravilloso. Nuestro objetivo era trabajar juntos para conseguir el mejor libro posible, algo que caracteriza al sello, que publican pocas obras al año pero muy cuidadas», reflexiona Peña.

¿Es el escritor ahora más feliz gracias a Infelices? «Si tuviese que responder hace cinco años habría dicho otra cosa», reconoce Peña. «No estoy acostumbrado a ser feliz, a que las cosas salgan bien, me parece que así la caída va a ser mayor. He aprendido a tomarme las cosas con más prudencia, porque toda la vida he sido demasiado apasionado», describe quien ha hecho de la terapia que le ha supuesto la escritura de su novela una base sobre la que dar un giro a su existencia: «Dedicarme a esto es como un sueño, pero voy a poner toda la carne en el asador para que dure». A su libro se suman el taller literario que imparte junto a otros autores de la agencia Rolling Words, donde «comparte» lo mucho que le gusta la literatura.

Pero pocas felicidades son completas. En la novela se añora una vida pasada en un escenario, Santiago, que también era otro. «Ya no hay estudiantes, solo hay turistas», se dice en el libro. «Es verdad. Los jóvenes aportan actividad y vitalidad. Era una ciudad rejuvenecida. Y la universidad es cultura: librerías, bibliotecas... pero ahora son tiendas de souvenirs o de comida rápida. Ya sé que la economía es cómo es, pero ese cambio me parece una pérdida sociocultural...», concluye Peña.

Una historia compostelana con banda sonora

Infelices no podría adscribirse al género de la novela de campus al estilo de las de David Lodge o Lucky Jim de Kingsley Amis, aunque Santiago y los ambientes estudiantiles son una presencia importante. Y, con ese mundo, el otro papel importante en el libro lo desempeña la música. «Si bien siempre he soñado con ser escritor, al mismo tiempo tenía que reconocer que no podía ser músico», explica Javier Peña. La literatura le ha permitido ese tránsito que parece natural pero tan difícil de lector a autor, un cambio de perspectiva que en la música le resultaría imposible. Pero precisamente la escritura lo ha facultado para volcar en las páginas de su novela sus obsesiones sonoras. R.E.M., Glenn Gould y Bach, Maniac Street Preachers, Stranglers, Cardigans... y, sobre todo, The Smiths y Morrissey, que han acompañado a Peña desde la infancia. «Con 11 o 12 años lo leía lo habitual en esos momentos, Astérix o Tintín», rememora, «pero en cuestiones musicales ya estaba con los Smiths, así que los llevo escuchando desde muy niño».

Las canciones, por tanto, han sido una influencia tanto o más importante que las lecturas en la formación de Javier Peña como persona y como escritor. Algo que propicia que Infelices encaje con naturalidad en el catálogo de Blackie Books, que acoge a músicos como James Rhodes o Mark Oliver Everett y obras cuyos autores son melómanos reconocidos, como el caso de Miqui Otero o Mo Daviau.

La música añade una capa más, como una banda sonora, a Infelices, que resalta, matiza o acompaña, los avatares de la historia. «Con la música me ocurre algo que no me pasa con otras creaciones culturales, con las que soy incapaz de llorar, mientras que las canciones me llegan muy adentro», subraya Peña.