Un pequeño C-3PO correteaba ayer por los pasillos de la Escola Técnica Superior de Enxeñería de Santiago. A los mandos, estudiantes de la universidad compostelana, que se enzarzaron en una dura competición por ver quién era capaz de dirigir mejor al robot a través de un laberinto de cartón. ¿La dificultad? La única orientación con la que contaban eran los datos que esta obra de arte de la electrónica transmitía a través de sus sensores.
«¡Más rápido!», gritaba alguna de las chicas que presenciaba la carrera. Y es que solo los que fueron lo suficientemente osados para agarrar el joystick comprendieron lo complicado que es guiar una máquina de estas características sin contar con una referencia fundamental: la de ver con sus propios ojos el circuito.
«O mapa que o robot crea a través dos sensores non é exacto. Os pequenos erros de medición vanse acumulando e acaban por producir colisións», comentaba Alberto Bugarín, uno de los investigadores del grupo de Sistemas Inteligentes de la USC, que consiguió a través de esta particular carrera dar a conocer a los alumnos las posibilidades de la robótica en la vida diaria. Seguridad, apoyo en las tareas domésticas e incluso investigación espacial son algunas de sus aplicaciones.
Tras un par de vueltas, el equipo de Los Físicos se alzó con la victoria de una accidentada carrera en la que el pequeño robot se llevó la peor parte: los golpes.