
La operación permite devolver a Italia el control de una de las marcas de moda más emblemáticas del país
10 abr 2025 . Actualizado a las 19:32 h.Versace vuelve a casa. A Italia. Y lo hará en esta nueva etapa de la mano del que, hasta ahora, era uno de sus principales rivales. La firma de la medusa deja atrás su sello norteamericano después de la gran operación —valorada en 1.250 millones de euros— que este jueves cerró Prada con el grupo estadounidense Capri Holding, que permitirá a la compañía milanesa —que capitanean Miuccia Prada (nieta del fundador de la firma) y Patrizio Bertelli (marido de esta)— hacerse con el 100 % del capital de la histórica enseña. «Nos complace dar la bienvenida a Versace al Grupo Prada y abrir un nuevo capítulo para una marca con la que compartimos un compromiso inquebrantable con la creatividad, el cuidado del producto y una sólida herencia cultural», resumía este jueves Bertelli, presidente y director ejecutivo de Prada, quien además destacaba que la firma que dirige está «preparada y bien posicionada para escribir una nueva página en la historia de Versace, aprovechando los valores del grupo y continuando con confianza y rigurosa determinación».
El acuerdo es un hito para ambas firmas. Para los de Prada, porque esta se convierte en la mayor adquisición en sus más de 110 años de historia. Para los de Versace, porque supone volver al país que les vio nacer después de un periplo que la ha llevado a pasar por varias manos. El último capítulo lo firmaba en el 2018, cuando Capri decidía comprársela al fondo Blackstone por 1.800 millones con un objetivo claro: convertirse en un gran conglomerado del lujo estadounidense. Pero el horizonte que se marcó la multinacional americana —dueña de otras enseñas tan conocidas como Jimmy Choo, cuyos zapatos convirtió en leyenda la mítica serie Sexo en Nueva York, o Michael Kors— se ha ido alejando cada vez más. En su camino se han interpuesto la pandemia, las turbulencias que ha experimentado el sector del lujo y varios problemas sucesorios en el propio seno de Capri que han acabado dando al traste con toda la rentabilidad que esperaban sacar de Versace.
Sin los resultados esperados, Capri se afanó en deshacerse de la enseña de la medusa. No ha sido una operación sencilla de cerrar. Entre comprador y vendedor surgieron varios desencuentros. El primero, el precio que se puso sobre la mesa al inicio de las conversaciones, cuando se llegaron a pedir 2.700 millones de euros. El segundo punto de tensión tenía a Donatella Versace como protagonista. El pasado 13 de marzo, la marca anunciaba que, tras casi 30 años como directora creativa, la hermana del fundador, Gianni Versace, cedía el testigo a Darío Vitale, director de diseño de Miu Miu, una de las marcas del grupo Prada. Y ese paso a un lado de la rubia más famosa del mundo de la moda daba luz verde definitiva a la operación.
Dice Prada que el cambio de manos no afectará a la esencia de la Medusa: «Dentro del grupo Prada, Versace mantendrá su ADN creativo y su autenticidad cultural, beneficiándose al mismo tiempo de la fortaleza de la plataforma del grupo, incluidos los conocimientos industriales y la experiencia desarrollada en procesos minoristas y operativos», insistieron este jueves.
Pelear con los grandes
Miuccia Prada y Patrizio Bertelli pretenden con esta nueva adquisición plantar cara a algunos de los grandes del sector. Con esta repatriación, Prada se erige como gran representante del sector del lujo italiano, una posición desde la que le será más sencillo echar un pulso a otras maisons históricas como Kering y, sobre todo, al gigante LVMH —dueño de Louis Vuitton, Dior o Fendi—. No en vano, la unión de fuerzas entre las dos firmas transalpinas les permitirá crear un gigante del lujo italiano con una facturación de más de 6.000 millones de euros.
Eso sí, no son tiempos fáciles para arrancar un proyecto de esta envergadura. Versace ya lleva varios años lidiando con unas pérdidas económicas provocadas por la particular crisis que vive el sector, mientras que Prada ha logrado ir capeando el temporal. Pero ambas tendrán que pelear con nuevos seísmos como un mercado chino que ya lleva tiempo resfriado —donde la demanda registra una importante desaceleración— y un mundo en stand by a causa de las cambiantes políticas arancelarias de Trump.