Cuando el día 15 es fin de mes

M. Cedrón / E. Abuín REDACCIÓN / LA VOZ

ECONOMÍA

MARCOS MÍGUEZ

Vecinos de un barrio de A Coruña cuentan cómo ajustan la cesta de la compra para hacer frente al encarecimiento porque «comer hay que comer»

23 abr 2023 . Actualizado a las 10:24 h.

Cuando Nieves llegó a la Sagrada Familia, un barrio obrero y multicultural de A Coruña cuya urbanización se disparó durante el desarrollismo de los años 60 y 70 con la construcción de mucha vivienda social, solo había una tienda. «Era a da señora Delia —dice—. Mercabamos todo alí». Aquel ultramarinos estaba justo en la esquina que se ve desde el Autoservicio Vecinos, la tienda que desde hace unos quince años regenta Elena y a la que Nieves va a comprar las naranjas, las cebollas y los grelos «cando son de aquí, porque somos galegos e hai que comer da terra». Nieves lleva más de cincuenta años en un barrio al que llegó desde Rinlo (Ribadeo), una zona en la que en los últimos años se han instalado varias oenegés.

En todo ese tiempo no recuerda una subida de precios de los alimentos como la registrada a lo largo de los últimos meses, una ola de la que no escapan ni en este barrio, ni en el resto de los de la ciudad. «Subió todo en todas partes», repiten tras saludar a Elena distintas clientas que asoman por la puerta. Todas hablan de lo poco que duran ahora los euros cuando se va al mercado con resignación. También Nieves: «Que lle vas facer... Porque comer hai que comer». Y confiesa que antes se priva de cualquier otra cosa que de alimentarse bien.

No es la única de las vecinas del barrio, las de toda la vida, que dicen eso, «que comer hai que comer». Y para confundir a una inflación a la que no pueden dar esquinazo, tratan de no desperdiciar ni una manzana. «Ya no tiraba nada antes, pero si antes compraba un kilo de algo, ahora compro medio o un cuarto, lo que realmente vaya a consumir para no desperdiciar nada», apunta Carmen. Prefiere hacer eso que fijarse en las ofertas: «No estoy mucho por ellas, la verdad. El día que toca carne, se come carne. Y cuando toca pescado, pescado». Eso es sagrado. No se toca. Lo que ocurre es que hay carnes y carnes. Y pescados y pescados.

Jugar con la temporada

Ya lo dice Eduardo Míguez, presidente del comité de productos del mar de Aecoc y director adjunto de Puerto de Celeiro, una empresa ubicada a poco más de cincuenta kilómetros de donde nació Nieves: «Hai épocas nas que a merluza está moi barata. A xarda e o bonito, cando están en tempada, non son caros para nada. É verdade que no Nadal o rodaballo e o marisco van caros, pero hai produto de proximidade como as sardiñas, chicharros... ou mesmo a pescada que se poden atopar a sete ou cinco euros o quilo, segundo sexa de volanta ou de pincho».

Desde detrás del mostrador, Elena observa que el no desperdiciar nada y comprar producto de temporada es la tendencia que reina entre muchos de sus clientes. «Lo que más subió fue el aceite, la harina o los huevos, que han pasado de 2,20 euros la docena a 3,5. De un día para otro el precio de algunas cosas puede dispararse. Los que bajaron últimamente son los plátanos. Pero la gente compra día a día», dice. No todos los días se adquiere lo mismo. Al menos no en la carnicería Taboada. Mari, que está detrás del mostrador, cuenta que los viernes el establecimiento suele estar lleno.

«O porco subiu un 50 %»

Pero hoy, aunque es viernes a la una de la tarde, solo tiene una clienta. Se nota el fin de mes. «Antes empezaba entre o 22 ou o 23 de cada mes. Agora empeza sobre o día 15. Nótase moito o día de cobro porque vén todo o mundo», cuenta. De todo el género que ofrece donde más se nota el efecto de la inflación es en la carne de cerdo: «O porco subiu un 50 %. Despois a nós tamén nos subiron moito os envases e o papel». Y como pasa entre algunos de los clientes de Autoservicio Vecinos, entre los suyos también hay muchos que han cambiado sus hábitos: «Mércase menos tenreira e máis polo porque é o que está máis arreglado».

Las cafeterías y los restaurantes del barrio no son ajenos a esos cambios en los hábitos de consumo derivados de la subida de precios de los alimentos. Ante el bar Mundial, un local en el que la célebre mascota Naranjito recibe a los clientes, un cartel muestra los platos de un menú de diez euros: «A primeros de año lo subimos, pero ahora tienes que aguantarlo. No te queda otra. O cierras o tratas de ir tirando», dice Isa mientras atiende la barra. Porque en el barrio no solo ha subido la comida. También los alquileres.

A ella la inflación le ha arrebatado algún cliente puntual que, como explica, «al vivir solo dice que le vale la pena comer fuera, pero la verdad es que hay de todo». Lo que observa, como Mari, es que la subida de precios ha asentado en el barrio un cada vez más prematuro final de mes.