Los escaparates, ni encenderlos

ECONOMÍA

Alberto Martí Vilardefrancos

«Los tiempos de la abundancia se han acabado». El presidente francés, Emmanuel Macron, pone la letra a este viaje en el tiempo con banda sonora del No-do que hacemos a los mandos del archivo de La Voz. En el trayecto nos encontrarnos con la primera vez que en nuestro periódico se habló de restricciones eléctricas.

31 ago 2022 . Actualizado a las 13:22 h.

En el caluroso verano de 1944 (ay, aquella «pertinaz sequía» de la que se lamentaba Franco), los gobernadores civiles de media España publicaron bandos anunciando la entrada en vigor de severas restricciones eléctricas. Eran medidas entre las que se encontraban ya la limitación de horarios de las luces de los escaparates que con tanta polémica ha recuperado ahora el decreto de Sánchez en plena pandemia energética. Nada que entonces alarmase en exceso a una ciudadanía que venía de una guerra civil y sufría toda clase de carencias y prohibiciones materiales (poco habría que iluminar en aquellos escaparates) y morales de la mano del aislamiento internacional y del nacional-catolicismo marca de la casa.

En el caso de Galicia, el bajo caudal de los ríos que menguaba la producción eléctrica era el motivo que el régimen daba para estas restricciones, según recogía La Voz dando cuenta de la argumentación oficial. En el caso de Cataluña, echando un vistazo a la prensa de la época, el problema era el crecimiento industrial, superior a las reservas eléctricas, y —sabe dios a qué se referían con este razonamiento— «los tres años de descontrol marxista».

Los comunicados del Gobierno no daban lugar a equívocos. El 21 de julio de ese año, La Voz detallaba al máximo las limitaciones horarias que entraban en vigor y que afectaban tanto al alumbrado público como al particular, a los dichosos escaparates y anuncios luminosos, al uso de la electricidad en empresas e industrias («a excepción de las factorías militares de El Ferrol del Caudillo, donde se trabajará un solo turno», matizaba el periódico) y a medios de transporte como los tranvías eléctricos. Con la prohibición de que estos circulasen después de las nueve de la noche también se pretendía impedir que, al caer la tarde, los vagones se esparcieran por la ciudad con los focos encendidos para dar luz en zonas donde las farolas ya se había apagado, tal y como era costumbre en aquellos años de la posguerra. El bando no decía nada de la corbata, y del aire acondicionado tampoco, quizás porque entonces el uso de los abanicos que estos días lucen algunas diputadas no eran un simple postureo.

Un escaparate de A Coruña ligeramente iluminado, a mediados de los años cincuenta
Un escaparate de A Coruña ligeramente iluminado, a mediados de los años cincuenta ALBERTO MARTI VILLARDEFRANCOS

Eran medidas que no dejaban lugar a la duda y que venían acompañadas de sus correspondientes sanciones en caso de incumplimiento. Así, contemplaban incluso la supresión de los horarios de tarde de los cines, espectáculos y bailes (la película Reina Mora se anunciaba ese día en los cines gallegos solo en sesión de once de la noche). Y en el caso del alumbrado exterior de los comercios, según recogía el bando, la prohibición era total. Se establecían regímenes especiales para la prensa, las fábricas de hielo (otro clásico de nuestra inquietante actualidad ), las clínicas y las grúas portuarias.

Multas de 4.000 pesetas

No iban de farol aquellos inflexibles gobernadores civiles: pocos días después aparecían publicadas en La Voz las primeras multas por incumplir la normativa. Una imprenta y una fábrica de cervezas que decidieron seguir trabajando de tapadillo fueron las primeras en recibir sanciones, según informaba el periódico. Esta última, de 4.000 pesetas que eran una fortuna para la época y que contrastan con las 50 pesetas de multa que, anunciaba La Voz, le habían impuesto a los padres de varios niños que habían lanzado piedras a la carretera, «para que aprendan a educar y corregir a sus hijos»; las 200 a una mujer por «faltas graves a la moralidad» o las 2.000 al propietario de un hostal «por cobrar precios abusivos a un forastero y entorpecer el turismo».

XOAN CARLOS GIL

Una aspiración esta del turismo muy optimista en una época en la que, simplemente echando un vistazo a las páginas de La Voz de esos días, la gente no estaba precisamente para lanzarse a la dolce vita, pese a que la publicidad mostraba a elegantes hombres y mujeres, como recién salidos de una película de Fred Astaire y Ginger Rogers, hasta para anunciar un dentífrico. En realidad, a la palabra restricciones le habían salido ya muchos más apellidos. A saber, de gasolina, tabaco, carbón, harina y materiales de construcción, entre otros muchos que nos encontramos en esta pequeña lección de historia que nos ofrece nuestro archivo.

Está bien mirar hacia atrás antes de regresar (Putin y estériles disputas ideológicas mediante) a nuestros agonizantes tiempos de la abundancia.

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