M. Gallego
La gasolina es para el verano. Por eso Joe Biden quiere que los impuestos sobre la misma sean los primeros en irse de vacaciones, pero sabe también que no ocurrirá. La propuesta que lanzó este miércoles para bajar el precio de ese carburante, con la vista puesta en las elecciones legislativas de noviembre, tiene tan pocas posibilidades de salir adelante en el Congreso como su partido en las urnas, mientras la inflación siga siendo la más alta de los últimos 40 años.
Hace 14 años, cuando el Partido Republicano propuso la misma medida también en vísperas de elecciones, el entonces candidato presidencial Barack Obama se opuso tajantemente y las calificó de un «truco contable» para contentar al electorado. No es de sorprender que la oposición repita ahora sus palabras al que fuera su vicepresidente. Biden está desesperado por demostrar a los estadounidenses que los problemas que enfrentan cuando sacan la cartera en el supermercado o la gasolinera no son culpa suya. La culpa, insistió una y otra vez, es del mandatario ruso, Vladimir Putin, cuyo nombre repitió once veces. «Acordémonos de cómo hemos llegado hasta aquí. Putin invadió Ucrania, esos son los hechos. Desde el principio de la guerra en Ucrania este año el precio de la gasolina ha subido dos dólares por galón (3,78 litros)», recordó. «Ya avisé de que pagaríamos un precio por ello en las gasolineras, además de en armamento militar. Pudimos haber mirado para el otro lado, pero hubiéramos hecho mal», arguyó.