f. fernández
Ponerse al volante o encender la luz empieza a ser inasumible para los consumidores. Los principales productos energéticos viven inmersos desde el pasado verano en una espiral alcista que se ha convertido en una carrera sin freno hacia el desastre, avivada por la guerra de Rusia contra Ucrania. Putin ha echado leña al fuego y Europa está a punto de arder. O esa es la sensación, a la vista de la evolución de los precios medios mensuales de la energía en el último año: el petróleo, un 85 % más caro; el gas natural, un 900 %; y la electricidad al por mayor, trece veces más prohibitiva (hoy alcanza un nuevo máximo histórico con 545 euros el megavatio hora). Y, a partir de ahí, incrementos en cascada de los productos que penden de esas materias primas. Como la factura de la luz de un consumidor medio con tarifa en mercado regulado, que cuesta este mes más del doble que en febrero del 2021, según cálculos realizados por el experto en regulación eléctrica José María Sancha, de la Universidad de Comillas-ICADe. O los carburantes de automoción, cuyo encarecimiento casi parece ridículo en comparación con los anteriores: un 34 % la gasolina de 95 octanos en Galicia y un 38 %, el gasoil A.