Este fue el germen del gigante de hoy en día. Poco tiempo después de lanzarse al emprendimiento, Chris Xu amplió su catálogo dando cabida a todo tipo de prendas de ropa de mujer. Para darle más notoriedad a su empresa, decidió buscar un nombre algo más sencillo de recordar y la bautizó como Sheinside. Ya entonces, el funcionamiento se parecía bastante al actual. La firma compraba artículos en el mercado de ropa al por mayor de Guangzhou y los vendía y distribuía a todo el mundo. El germen no paró de crecer y en el 2015 volvió a dar un paso más en la simplificación. Se cambió el nombre al actual Shein y creó una red propia de socios para el diseño y la producción de prendas de ropa. Con altas exigencias. Porque entre las reclamaciones que pone sobre la mesa a sus proveedores destaca que los artículos se fabriquen a menos de cinco horas en coche de su sede y que se diseñen y produzcan en tan solo diez días. También su fórmula de venta tiene algunas características llamativas. Sus bajos precios le hacen centrar el tiro en un público objetivo que conforman, básicamente, adolescentes. De hecho, uno de sus principales retos es conseguir fidelizar a sus clientes a medida que se van haciendo mayores y su capacidad adquisitiva les permite llenar el armario con ropa algo más cara.
Otra de las cuestiones que ha llamado la atención de los analistas es que sus pedidos tienen un límite en el número de artículos. ¿La razón? Tratar de evitar las devoluciones, tan engorrosas de gestionar. Además, la especialidad del jefe (el análisis de datos) ayudan a Shein predecir antes que nadie las tendencias de ventas. Eso, unido a su gran equipo de diseñadores dispersos por todo el mundo, le permiten adaptar su catálogo rápidamente.