Una clienta de Zara antes del cierre en Rusia: «Me preocupa que cierren las tiendas, pero sé que no será como en los noventa, cuando nos daban talones de comida»

Brais Suárez
Brais Suárez MOSCÚ / E. LA VOZ

ECONOMÍA

Colas para pagar en el último día de apertura de un Zara en Moscú
Colas para pagar en el último día de apertura de un Zara en Moscú David Vázquez

Mientras unos escapan de cazas y tanques, otros, tan sorprendidos como los primeros, apuran los últimos instantes para salir del país, invertir en tecnología a precios disparatados o acabar con las existencias de Ikea y Massimo Dutti

05 mar 2022 . Actualizado a las 22:03 h.

Aunque medien cientos de kilómetros entre Moscú y el mar más cercano, el alboroto que vive la ciudad este sábado resultaría familiar para quien esté acostumbrado al amanecer en un puerto gallego. La capital rusa es como un gran barco que atraca cargado de pescado fresco. Sobre él, cientos, miles, millones de gaviotas se disputan algas y lenguados; percebes y conchas vacías. La diferencia es que nadie espera el día, sino una noche oscura y de tormenta.

Asistir a un acontecimiento histórico tiene un punto épico, pero cuando esa historia está empañada de sufrimiento, la realidad desvela miserias que no se recogen en los libros y que transforman esa épica en un morbo casi escatológico. Ese brillo sucio es lo que se cuela entre los atascos y colas de una ciudad agresora pero también agredida. O kamikaze. Los moscovitas se retuercen como un asfixiado que intenta agarrarse a la vida que conoce y que se había ganado. Y para una población familiarizada con grandes carencias y mayores vaivenes, conseguir productos importados es tanto una ilusión de continuidad como una manera de invertir un dinero que se derrite. «Me preocupa que cierren las tiendas, por eso vine hoy. Pero sé que no será como en los noventa, cuando nos daban talones de comida, así que toca confiar en el gobierno», dice una clienta de Zara, cargada de vaqueros.

Por eso es complicado juzgar que, mientras unos escapan de cazas y tanques, otros, tan sorprendidos como los primeros, apuren los últimos instantes para salir del país, para invertir en tecnología a precios disparados o acabar con las existencias de Ikea o Massimo Dutti. Que Inditex sea referente de la sociedad de consumo es una señal como otra cualquiera de nuestra época. Pero, por eso, su cierre en uno de sus mercados más relevantes se convierte en un antes y un después. A última hora del día, un dependiente de unos veinte años comenta que llevaban días subiendo los precios, pero el cierre lo cogió desprevenido. Dice que carece de toda información, pero que «no temo por mi puesto de trabajo y habrá que esperar al desarrollo de los acontecimientos globales», contesta como si se lo tuviera aprendido. Otra mujer, que se va disuadida por la cola, lo tiene claro: «Hoy vine de casualidad, me da exactamente igual que cierren las tiendas y lo importante es que se arregle todo este conflicto».