Las autoridades americanas se remangaron esta semana para tratar de presionar a los que todavía no han anunciado su mudanza de suelo ruso. El presidente de EE.UU., Joe Biden, lanzó un mandato claro y conciso a empresas como Google o Amazon. Deben cortar de raíz, y lo antes posible, todas las relaciones comerciales. Los primeros ya han empezado a trabajar en ello, pero Amazon todavía no ha dado ningún paso adelante y se desconoce qué es lo que hará en las próximas semanas.
El movimiento a favor de un gran apagón digital se materializó también en Silicon Valley, donde los ucranianos que trabajan en empresas tecnológicas se están uniendo para reclamar a sus jefes que traten de asediar tecnológicamente al Kremlin. Coca-Cola, McDonald's, Starbucks o Pepsi son algunas de las compañías que aguantan en el territorio. Pero no se sabe cuánto durará el pulso. Porque tal y como recoge la agencia Reuters, el responsable fiscal del Estado de Nueva York, Thomas DiNapoli envió una carta a estas firmas solicitándoles que consideraran pausar sus operaciones en Rusia. La misiva también llegó al buzón de sociedades como Estée Lauder, Mondelez o Bunge.
En Francia tampoco se han quedado callados. Las autoridades galas pidieron ayer a sus empresas que se impliquen en las sanciones. Tal y como publicó ayer Le Figaro, el ministro de Finanzas, Bruno Le Maire, se reunió este sábado con empresas como Sociéte Générale, Engie, Safran, Auchan o Danone para pedirles que, eso sí, detengan sus actividades durante la crisis: «Es más razonable que salir precipitadamente del país, de forma unilateral y sin prevenir». Y esta es una escena que, seguramente, se seguirá repitiendo en otros países del mundo.
David Vázquez
Aunque medien cientos de kilómetros entre Moscú y el mar más cercano, el alboroto que vive la ciudad este sábado resultaría familiar para quien esté acostumbrado al amanecer en un puerto gallego. La capital rusa es como un gran barco que atraca cargado de pescado fresco. Sobre él, cientos, miles, millones de gaviotas se disputan algas y lenguados; percebes y conchas vacías. La diferencia es que nadie espera el día, sino una noche oscura y de tormenta.
Asistir a un acontecimiento histórico tiene un punto épico, pero cuando esa historia está empañada de sufrimiento, la realidad desvela miserias que no se recogen en los libros y que transforman esa épica en un morbo casi escatológico. Ese brillo sucio es lo que se cuela entre los atascos y colas de una ciudad agresora pero también agredida. O kamikaze. Los moscovitas se retuercen como un asfixiado que intenta agarrarse a la vida que conoce y que se había ganado. Y para una población familiarizada con grandes carencias y mayores vaivenes, conseguir productos importados es tanto una ilusión de continuidad como una manera de invertir un dinero que se derrite. «Me preocupa que cierren las tiendas, por eso vine hoy. Pero sé que no será como en los noventa, cuando nos daban talones de comida, así que toca confiar en el gobierno», dice una clienta de Zara, cargada de vaqueros.
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