Los rusos ya notan las sanciones: «Vamos a ser la próxima Corea del Norte»

Brais Suárez
Brais Suárez MOSCÚ / E. LA VOZ

ECONOMÍA

S. P. González

Las medidas amenazan con dejar al país en una situación similar a la de Irán

25 oct 2022 . Actualizado a las 17:36 h.

El jueves 24 de febrero, Moscú se despierta temblando por el anuncio de Putin sobre una operación militar en Ucrania. En una cafetería, la gente pide rápido, evita cruzar miradas, bebe en silencio. Mensajes de estupor, de miedo, de resignación. Y, aunque en la calle no varían ni el paso apurado de los peatones ni los atascos, pequeñas señales delatan una anomalía. En la céntrica Pyatnitskaya, la cola de un cajero se disuelve cuando se agota el efectivo. En la caja de la misma sucursal, la fila alcanza la entrada. Otros cajeros ya limitan las retiradas a 400 rublos (entonces, unos 5 euros). En las casas de cambio más favorables, se guardan colas de hasta cinco horas para obtener euros o dólares.

Entonces, ni una sanción había caído todavía sobre el Kremlin, pero con la anexión de Crimea del 2014 en la memoria, una especie de instinto se despertó en los rusos. De hecho, a principios de la semana ya veían cómo el rublo temblaba ante la incertidumbre en torno a posibles acciones en Ucrania, y cómo se depreciaba el lunes con el reconocimiento de las repúblicas autoproclamadas de Donetsk y Lugansk. El jueves, con los aviones rusos sobre el país vecino, la moneda iniciaba su descalabro.

Con todo, el Banco Central de Rusia, cuya enorme cantidad de reservas en divisas no es un secreto para nadie, reaccionó desplegando su armamento monetaria. Salvó los muebles hasta este lunes, cuando se introdujo una de las medidas más temidas: la desconexión de entidades principales del sistema Swift y la congelación de los activos del Banco Central de Rusia. Ya no era un desplome, sino una ignición histórica de un 30 %. En una semana, el cambio oficial pasaba de 89 a 130 rublos por euro. Los rusos veían cómo sus ahorros se derretían y los precios empezaban a subir. Muchos abarrotan grandes superficies comerciales. Algunas Smart TV casi duplican su precio. Se trata de obtener bienes importados que no volverán en mucho tiempo, pero también de invertir en reservas de valor.

Pasta de dientes alemana

Más humilde es Artiom, que se lleva cinco botes de pasta de dientes alemana del supermercado. «Personalmente, temo que desaparezcan cosas importadas a las que estoy acostumbrado y la posible inflación», cuenta. «Algunos teníamos planes, algunos ahorros, y la inflación, que no se puede controlar, le pondrá fin a todo», se lamenta. «No quiero experimentar con pasta de dientes uzbeka». En un intento desesperado por continuar su compra de rublos, el banco central ruso decidió jugar a través de los exportadores. Deberán cambiar a rublos el 80 % de los beneficios en moneda extranjera obtenidos desde el 1 de enero. Como mucho, el efecto durará unos meses.

Pero quizá no baste: desde la dirección de una empresa internacional de café, afirman que solo ahora empiezan a evaluar los posibles escenarios, mientras se concentran en solucionar su mayor problema: el suministro de materia prima. «No sabemos si tendremos grano de café suficiente para producir», cuentan. «Ni siquiera sabemos cómo traer a Rusia los envoltorios desde Europa». Debido a la inflación, la marca aumentó los precios en un 20 % a principios de año y ahora «la caída del rublo nos obliga a subirlos mucho más, así que ya recortamos todos los presupuestos, empezando por el de márketing y, quizá, la plantilla». «Hay rumores de que podrían nacionalizar nuestra fábrica en respuesta a las sanciones», temen, «aunque parece excesivo». 

Con China reabriendo las importaciones desde Rusia, está por ver qué dirección toma un país que parece llevar años preparándose para esta conversión autárquica: servicios como los de Google, Amazon o Uber funcionan a la perfección con proveedores locales. Y, aunque aún entre paréntesis, ya funcionan la red de internet y el sistema de pagos estatales.

Poco a poco, la gente abandona su estupor y no reprime su indignación contra un Gobierno del que desconfían. «Vamos a ser la próxima Corea del Norte», se oye al otro lado de la barra de un bar. 

«Todo esto impacta a quienes rechazan la guerra, no a los que la permiten»

Este aislamiento económico viene acompañado por el geográfico. Más de 36 países mantienen cerrado su espacio aéreo para las aerolíneas rusas, a lo que Moscú responde con sus medidas espejo. En una entrevista con la periodista Ksenia Sobchak, el economista Andréi Movchan pone el foco en el veto a la importación de componentes para aviones: sumado a que se cancela el leasing de aeronaves a las aerolíneas rusas. La aviación civil dejará de existir como tal. Cabe esperar que la flota envejezca. De hecho, «incluso los Sujoi Superjet [aviones de fabricación rusa] se producen con componentes occidentales», explica.

Lo que más sorprende a Movchan es que las sanciones «impacta más sobre los rusos que están en contra de la guerra que sobre el sistema que permite esta guerra y la financia».

Golpe a la gente normal

Algo que también comenta Sasha, una camarera de un bar moscovita: «No soporto pensar en el Gobierno, porque las sanciones no les afectarán a ellos. Golpean directamente a la gente normal. Los pacientes de cáncer ya no reciben su tratamiento por la interrupción de las conexiones con instituciones europeas. Talentos jóvenes no pueden mejorar su educación en Alemania o la República Checa porque terminan sus becas. Quienes se sientan en el poder tienen dinero. Pueden permitirse comprar una nueva nacionalidad, una nueva vida. Yo no puedo. Y me repugna no poder hacer nada con mi destino», sentencia.