El covid mantiene en la casa familiar a tantos jóvenes como hace 20 años

La Voz REDACCIÓN / LA VOZ

ECONOMÍA

EUROPA PRESS

Más de un 1% de los que vivían solos han tenido que regresar con sus padres

21 dic 2020 . Actualizado a las 08:54 h.

Superada la crisis económica del 2008, los jóvenes en España tardaban tres años más que la media europea en abandonar el domicilio familiar. Hasta el año pasado, la Oficina Europea de Estadística (Eurostat) situaba en los 29 años la media de emancipación española, frente a los 26 del conjunto de la UE. Este desapego tardío tenía en la precariedad laboral su principal argumento. Pues bien, la crisis económica que trae aparejada la pandemia no ha hecho más que poner la puntilla a las aspiraciones de independizarse de un grupo de población ya de por sí muy golpeado por las elevadas tasas de desempleo.

Los datos sobre cuándo consiguen los jóvenes españoles vivir por su propia cuenta y en su propia casa ya eran preocupantes antes de marzo de este 2020. Según el estudio realizado por el Observatorio de Emancipación Juvenil, en el primer semestre de este año, solo el 17,3 % del grupo de población entre los 16 y los 29 años de edad, tenía capacidad para valerse por sí mismo fuera del hogar familiar, «el peor dato desde el 2001». Se trata del colectivo que con más crudeza ha recibido el primer golpe de la nueva crisis económica. La frágil situación en la que ya se movían en el mercado laboral y las duras condiciones del precio de la vivienda, que en muchos casos resultaban ya inaccesibles para el nivel adquisitivo de la mayoría de los ciudadanos de entre 16 y 29 años, han convertido la independencia prácticamente en misión imposible para ellos.

Solo en los seis primeros meses del año, el porcentaje de jóvenes emancipados ha sufrido un recorte de 1,4 puntos. «Habría que retroceder hasta el tercer trimestre de 1988, más de 30 años atrás, para encontrar una disminución de mayor calibre», se advierte en el análisis del Observatorio. Pero es más, sería necesario remontarse dos décadas atrás para encontrar un número similar de jóvenes capaces de vivir sin el amparo de sus padres. Es cierto que la cultura mediterránea históricamente ha incentivado que los vástagos españoles sean más reacios que sus homólogos nórdicos a independizarse, pero también lo es que las condiciones laborales son precarias por el fuerte componente de temporalidad y parcialidad que caracteriza a la mayoría de sus contratos, se incide en el informe.

Por comunidades autónomas, la emancipación residencial de los jóvenes se replegó en prácticamente todos los territorios en el primer semestre, con la excepción de Canarias, La Rioja y Baleares. A la cabeza de los retrocesos están el País Vasco, Extremadura, Asturias, Andalucía y la Comunidad Valenciana.

Galicia, alejada de la media

Galicia, con un descenso del 0,9 %, se aleja de la media española, junto con Cataluña. Son dos de los territorios con mayor porcentaje de jóvenes emancipados. Sobre todo, los de la franja comprendida entre los 30 y los 34 años. Más que el precio de la vivienda, en el caso gallego, la mayor dificultad con la que se encuentran los jóvenes para vivir por su cuenta es el mercado laboral, según el citado informe. Las tasas de actividad y empleo se encuentran por debajo de la media estatal. Entre este grupo de personas que estaban trabajando cuando estalló la crisis sanitaria, el 41,1 % no lo hizo ni una hora, y al 33,7 % le afectó un expediente de regulación de empleo o paro parcial, «algo que se produjo con mayor frecuencia que en otras comunidades», especifica el estudio.

También tienen dificultades para acceder a la vivienda, menos que en otros territorios, pero las tienen. Y es que, aunque los precios son más económicos que en otras comunidades, los elevados niveles de paro que soportan (26,1 %) les impiden aspirar en solitario a la compra o al alquiler de una casa.

«En marzo, mi hotel cerró, entré en un ERTE, metí toda mi vida en un trastero y volví a Galicia»

A punto de cumplir 31 años, la coruñesa Sara Casal ha padecido en primera persona las consecuencias que la pandemia deja tras de sí en la economía. Titulada en Dirección de Empresas Hoteleras, a Sara las restricciones sanitarias la sorprendieron en Abu Dabi. De allí regresó como directora de ventas de una gran cadena hotelera el 8 de marzo. Tres semanas después entraba en el ERTE que presentó la compañía para la totalidad del personal. «Mi hotel cerró, me quedé en Madrid, vivía sola, y permanecí en mi piso, con un ERTE, hasta mayo. En junio lo dejé. Metí toda mi vida en un trastero». Y puso rumbo a Galicia, donde reside su familia. Sencillamente porque los ingresos no eran suficientes. «En mi caso, solo me daban para pagar el alquiler. Me afectó bastante tener que dejarlo todo». Su situación cambió el 1 de diciembre, al incorporarse a otro proyecto, también vinculado con el sector hotelero. Dice que su vida laboral se detuvo durante siete meses. Con su parte buena y su lado malo. La buena, que aprovechó para reencontrarse con su familia, especialmente sus padres; y la mala, «la incertidumbre que pesa sobre los ingresos». Aunque no se queja, ya que reconoce que otros jóvenes, con responsabilidades familiares o hipotecarias, lo están pasando peor.

Ahora que el mercado laboral la ha vuelto a poner en activo, Sara ha regresado a Madrid y acaba de retomar su actividad en un proyecto hotelero nuevo. Reconoce que tanto su vida, como el sector hotelero atraviesan un momento en el que se mueven a ciegas. «Crear un presupuesto para el año que viene es muy difícil porque se desconoce cuándo se va a poder vender, qué mercados se van a abrir, los que van a poder viajar... Se trabaja con mucha incertidumbre».