Que el crédito no pare

Mercedes Mora LA VOZ

ECONOMÍA

Europa Press

El plan de salvación pasa por garantizar la financiación de las empresas, sin socavar la solvencia de los bancos

18 mar 2020 . Actualizado a las 00:48 h.

Nadie duda ya -y si alguno lo hace, anda desencaminado- de que las medidas adoptadas por el Gobierno para frenar la pandemia nos van a girar una elevada factura. El Ejecutivo es el primero en admitirlo. Lo que nos espera no es otra cosa que una abrupta caída del PIB. De lo efectivo de las medidas que este martes adoptó el Gobierno, depende que el daño sea solo coyuntural -aunque profundo- y no irreversible.

Al margen de las destinadas a la protección de los trabajadores que acaben en la calle -que serán muchos-, vitales, claro está; de la agilización de las regulaciones de empleo, y de las destinadas a paliar el impacto del COVID-19 sobre el colectivo de los autónomos o los hogares vulnerables, no menos importantes; el plan trazado por el Ejecutivo, avisaban los analistas, había de pasar, sí o sí, por un potente bazuca que garantice la financiación de las empresas. Especialmente, la de las pymes. Porque si la recesión -que ya nadie niega- llegase a cegar el canal del crédito, estaríamos perdidos.

La banca no anda sobrada de capital. Y si las empresas empezaran a quedarse sin ingresos, no tendrían con qué hacer frente a los recibos de los préstamos (tampoco para pagarle a sus trabajadores, ni a otras compañías). Y las entidades financieras, claro está, tendrían que provisionar esos impagos esperados, lo que achicaría aún más sus reservas de capital. Captarlo en las bolsas, tal y como está ahora mismo el patio, resulta impensable. Así que tendrían que cerrar el grifo del crédito, como hicieron en la última crisis, dejando a muchas empresas en la estacada. Sin liquidez suficiente para hacer frente al parón. El resultado: una contracción todavía más acusada del PIB. Más cierres de empresas. Más trabajadores al paro. Menos consumo. Y vuelta a empezar.

Por eso la patronal, las entidades financieras y hasta el propio Banco de España -nadie mejor que el supervisor para saber cómo andan las cosas en términos de crédito y capital- llevaban días presionando al Ejecutivo para que pusiera sobre la mesa una potente línea de avales a préstamos de empresas. De hasta 100.000 millones, el equivalente más o menos al 10 % del PIB patrio.

Un disparo más modesto

Todo para que a las empresas no les falte el circulante, puedan seguir funcionando y no tengan que bajar la persiana. Pero, un sector del Gobierno, con la vicepresidenta Nadia Calviño a la cabeza, se resistía. Hubiera preferido quizás empezar con un disparo mucho más modesto: de 20.000 millones. Para ir ampliándolo después.

Entiende ese sector del Ejecutivo que es inevitable que parte de esas garantías públicas que respaldarán los créditos acaben ejecutándose. Eso, claro está, alimentará los demonios del déficit y de la deuda. Si España no consigue mantenerlos más o menos embridados, malo. Ya sabemos, por experiencia, que eso no resulta del agrado de los mercados. Y sabemos también cómo se las gastan. La prima de riesgo podría desbocarse. Un palo en la rueda. Ya lo hemos vivido. Y adiós a esa deseable recuperación en V, que persigue el Gobierno de Sánchez con esta batería de medidas. Finalmente, más contundentes -bastante más- de lo que muchos esperaban.

En el espejo alemán

Bancos, patronal y Banco de España se habían estado mirando estos días en el espejo alemán. La todopoderosa maquinaria germana regará su tejido productivo con una manguerazo de hasta 500.000 millones. Cubriendo hasta el 80 % del riesgo. El equivalente al 16 % de su PIB. Pero, claro, nada que ver la situación de unos y otros. Alemania lleva años coleccionando superávits (desde el 2012). Nosotros, no. Todo lo contrario. Ellos solo necesitan abrir la caja fuerte. Al cierre del 2018 había atesorados en ella más de 62.000 millones. España lo tiene más complicado. Mucho. No hay dinero en esa caja. Es más, el agujero supera los 30.000 millones. No queda otra que buscar de dónde sacarlo. No es tarea fácil.

«Lo primero, curar al enfermo. Aplicar la medicina. Luego, ya veremos cómo costear el tratamiento», sentenciaba ayer un analista. No es el momento, dicen algunos, de preocuparse por la deuda pública. Ni por el déficit. Quizá tengan razón. Pero no conviene perderlos de vista. Aunque eso suponga poner la venda antes de la herida. Tarde o temprano, habrá que mirarlos de frente. Que nadie lo dude.