Está ocurriendo que los combustibles están siendo arrastrados ala baja por la devaluación del precio del petróleo, provocada a su vez por el pánico mundial a la caída de la demanda por la crisis del coronavirus y a la guerra desatada por Arabia Saudí para obligar a Rusia a que aumente la producción mundial, a lo que el Kremlim se opone. Resultado, un desplome del barril de brent, el de referencia en Europa, de casi un 50 % con respecto a principios de año.
Aunque la patronal de las operadoras de productos petrolíferos hace esfuerzos titánicos para aclarar que los carburantes no se abaratan al mismo ritmo que el petróleo porque ambos «no tienen una relación directa», el mensaje no cala. Así, hace unos días, la Federación Nacional de Asociaciones de Transportistas de España (Fenadismer) reclamaba, tanto al Gobierno como a la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia, que abriese una investigación precisamente para averiguar por qué los combustibles de automoción no estaban bajando al ritmo que lo hacía el crudo. La organización sospecha que no lo hace porque a las petroleras no le da la gana de repercutir en el precio de venta al público los abaratamientos; en cambio, sí lo hacen, y al instante, cuando el petróleo se encarece.