f. fernández
Hasta hace nada, las empresas no sabían qué hacer con los ciclos combinados de gas. Eran centrales de estreno, preparadas para generar gigavatios hora a puñados, pero estaban casi paradas. El sistema parecía no necesitarlas, solo de vez en cuando, como apoyo del resto de tecnologías, y su contribución rondaba el 10 % anual. Algunas compañías intentaron venderlas, sin éxito. Luego trataron de convencer al Gobierno de turno para que les permitiese dejarlas en un estado de hibernación, como a la espera de tiempos mejores. Pero estos han llegado y, al fin, los ciclos combinados de gas natural parecen haber encontrado su sitio en el sistema eléctrico nacional, que ya no puede vivir sin ellos. Durante los primeros siete meses del año su aportación se ha incrementado un 103 %, según datos de Red Eléctrica de España (REE), superando con creces al carbón. Y lo han hecho casi de la noche a la mañana. Como sin querer. Su gran oportunidad ha llegado gracias al inesperado incremento de los precios de los derechos de emisión de dióxido de carbono (este año se cotizan de media un 56 % más caros que el anterior). Esta escalada del CO2 ha expulsado prácticamente del sistema a las centrales de carbón, cuya producción se ha desplomado un 52 % entre enero y julio, lo que ha brindado la oportunidad a los ciclos de gas de demostrar de qué madera están hechos.