Réquiem por el Banco Popular

Ana Balseiro
Ana Balseiro MADRID / LA VOZ

ECONOMÍA

AGUSTÍN IGLESIAS

El Santander completa la integración y finiquita una entidad con un siglo de historia

21 jul 2019 . Actualizado a las 23:01 h.

Dos años, un mes y una semana después de su caída y venta exprés al Santander -al precio simbólico de un euro y con una ampliación de capital de 7.000 millones para digerirlo-, el Banco Popular ha pasado definitivamente a ser historia. La entidad cántabra anunció que el pasado fin de semana había completado con éxito la integración tecnológica de las casi 1.600 oficinas del Popular, migrando a 3,5 millones de clientes sin cambiarles su número de cuenta o sus tarjetas y otros 15,2 millones más de contratos. El proceso de integración de la red -que requirió 1,6 millones de horas de desarrollo de software y más de 60.000 pruebas-, comenzó precisamente en Galicia en el mes de noviembre y concluyó en Andalucía, se realizó por oleadas y supone el entierro definitivo de la enseña Popular (y Pastor, la marca con la que operaba en Galicia tras su adquisición, en el 2012).

Acaba así la historia de una entidad que, nacida el 14 de julio de 1926 con el nombre de Banco Popular de los Previsores del Porvenir, y con el rey Alfonso XIII entre sus accionistas fundadores -echó a andar con un capital social de diez millones de pesetas de la época-, acabó sucumbiendo a la crisis del ladrillo, después de haber resistido a las grandes catástrofes del último siglo: desde la Gran Depresión a la Guerra Civil, la posguerra o las crisis de los años setenta.

El banco sobrevivió a las grandes crisis del siglo XX, pero no pudo superar la del ladrillo Fue el sexto banco del país y el más eficiente y rentable de Europa. Bajo la presidencia de Luis Valls, cinco décadas de gestión marcada por la austeridad, aunque también por la innovación (fue el Popular el que instaló en primer cajero automático de España, en 1973), se convirtió en una rara avis del sistema financiero patrio.

Aunque pueda resultar sorprendente para una entidad controlada por el Opus Dei, en las primeras elecciones democráticas tras el franquismo, el Popular de Valls fue el único que concedió financiación al partido comunista (PCE) -legalizado dos meses antes- para su campaña electoral.

Con su histórico presidente, centró su negocio en el crédito a las pymes, un segmento en el que fue la primera entidad española y que lo convirtió en objeto de deseo de sus competidores. Sin embargo, el banco defendió su independencia hasta el final: comprar, sí, ser comprado, no.

Llegó a ser la sexta entidad del país y la más eficiente y rentable de toda Europa Fue precisamente el cambio de su modelo de negocio, al calor del bum inmobiliario, ya con el gallego Ángel Ron en la presidencia, lo que acabaría siendo su sentencia de muerte. El Popular no quiso ser el único en quedarse fuera del festín del ladrillo, pero fue el último en llegar, se empachó con los peores activos y, además, el pinchazo de la burbuja le hizo un enorme roto a sus cuentas.

Ron, en lugar de admitir el error y resolverlo, entró en una espiral de ocultación y refinanciaciones con la que llegó al 2012, año en el adquirió a pulmón el Pastor, suspendió los test de estrés y quedó claro que había un problema.

Se «escapó» del rescate

Hace solo unos días, el exvicepresidente de la Comisión Europea, Joaquín Almunia, admitió que aquel año el Popular «se nos escapó» del rescate. De no haber sido así, quizá el final de la entidad sería otro. Pero en vez de aceptar una inyección de dinero público, como las cajas, que le habría permitido traspasar su ladrillo al banco malo, Ron optó por la patada hacia delante: dos ampliaciones de capital, en el 2012 y el 2016, 5.000 millones en total que -más allá de ganar tiempo- no fueron suficiente para impedir la debacle.

Su sucesor, Emilio Saracho, trató, sin éxito, de salvarlo. Ninguna de las dos opciones estudiadas -una nueva ampliación o la venta- resultaron factibles y el final, con la acción en caída libre y una brutal fuga de depósitos, llegó en la madrugada del 7 de junio del 2017. La Junta Única de Resolución (JUR) lo declaró inviable y el Santander se quedó con él. 300.000 accionistas y bonistas vieron volatilizarse su dinero. El frente judicial por la resolución del banco es lo único que queda vivo del Popular. Pero eso es ya otra -larga- historia.