También él perdió su empresa por culpa de otros

ECONOMÍA

Cuando algún proyecto fracasa por una cuestión ajena al desempeño, la persona siente impotencia, rabia e injusticia

24 feb 2019 . Actualizado a las 08:18 h.

La historia de este empresario que, además de serlo, ejerce de gallego, es la de tantos cientos que perdieron sus empresas no por culpa de ellos -al menos directamente-, sino por la de otros. Su compañía formaba parte de un grupo que para hacerle frente a la crisis se reinventó y con éxito. Su cartera de negocio estaba diversificada en cuanto a clientes y también territorialmente. Tenía varias plantas de producción -ya fueron subastadas- que facturaban varios cientos de miles de euros, incluso se podrían elevar a millones. Todo funcionaba correctamente hasta que un buen día salen a la luz las dificultades que ponían al borde de la quiebra a Abengoa, una gran empresa andaluza que no dejaron caer porque era demasiado grande. Se habló entonces de una operación política a favor de una firma cuyo rescate provocó un recorte brutal de la financiación a todo el sector industrial. Como consecuencia de este tijeretazo en el crédito cientos de empresas dejaron de pagar a sus proveedores, que cayeron en la ruina simulando piezas de dominó. Entre ellas estaba esta compañía gallega y su empresario -que solo accede a mantener una conversación off the record-, quien se pregunta: «¿En qué país estoy?» Se queja de que la banca estaba sentada en el consejo de administración de la empresa que a él le adeudaba una factura de 15 millones de euros y no lo permitió, pese a que la negativa significara su muerte y pese -lo que considera todavía más grave-, a que él también había trabajado con las entidades financieras en cuestión.

Se enfada y alza la voz cuándo se le pregunta cómo estuvo y cómo está: «Estoy apoyando a los trabajadores, que han formado equipo en una empresa de éxito y que un cambio de paradigma la llevó a la ruina». Al ser preguntado sobre lo que pensaba mientras veía llegar el final, dice que es «irrelevante», aunque confiesa su alta dosis de «cabreo por impotencia».

Manuel Fernández Blanco, psicoanalista y psicólogo clínico, confirma que cuando algún proyecto fracasa por una cuestión ajena al desempeño, la persona siente impotencia, rabia e injusticia. En ocasiones, el afectado también puede culpabilizarse. «Porque -explica- los seres humanos nos hacemos culpables de las desgracias que nos trae la vida». Fernández Blanco habla entonces del proceso de constitución de la conciencia moral, el superyo, que es más feroz cuando la vida no nos sonríe. «Por eso -subraya- nos hacemos culpables de lo que nadie nos culparía. La culpabilidad es algo propio de los inocentes, no de los canallas o de los estafadores. El experto explica que esta es la consecuencia psíquica más arrasadora, ya que va acompañada de tristeza, auto-reproches, incriminación obsesiva culposa. Todo ello se combina con el «yo ideal» o la imagen social que quiero que dar para ser «amado, reconocido». Si el empresario quiere dar una imagen de éxito y esta se rompe, sufrirá momentos de gran angustia. La angustia y la culpa se alternarán hasta que la persona se adapte a su nueva situación. Si no lo consigue, debe buscar ayuda.