Veinte años no es nada... o sí

Mercedes mora REDACCIÓN / LA VOZ

ECONOMÍA

YVES HERMAN | REUTERS

El 1 de enero se cumplen dos decenios del nacimiento del euro

26 dic 2018 . Actualizado a las 16:06 h.

Dentro de una semana cumplirá 20 años. Pero hace ya mucho que alcanzó la mayoría de edad. Las circunstancias lo han obligado a madurar deprisa. La mayoría de los ciudadanos que conviven con él no saben que el 1 de enero soplará esas 20 velas. Unos porque no llegó a sus vidas hasta tres años después. Y otros, los más jóvenes, porque sienten que siempre ha estado ahí. Lo contrario les parece mentira.

Por eso, a la altura de estas líneas, muchos no habrán caído aún en la cuenta de que el protagonista de esta historia es el euro. Todavía hay quien recuerda los cafés a 80 pesetas (50 céntimos). Pero desde entonces ha llovido mucho. Y, como siempre, nunca a gusto de todos.

La moneda única se puso en circulación el 1 de enero del 2002. En 11 países europeos, incluida España. Gobernaba por aquel entonces José María Aznar, la capa de Ramón García hacía estragos en las campanadas de TVE y el programa más visto de la televisión era Operación Triunfo. Hagan memoria.

Fue entonces cuando llegó a los bolsillos. Pero había nacido antes. Hasta que se hizo carne, fue virtual. Llevaba desde 1999 como moneda oficial para las operaciones financieras. Debutó en los mercados el 4 de enero de aquel año, después de que los ministros de Finanzas de la eurozona, entonces compuesta por 11 países -frente a los 19 de ahora- hubiesen fijado unos días antes, el 31 de diciembre de 1998, en una trascendental cumbre en Bruselas, la tasa de cambio definitiva entre el euro y las monedas de cada país. Y en la memoria de los habituales del mercado hubo que grabar aquella cifra nada fácil de recordar, y que tanto le complicaría las cosas a la ciudadanía llegado el momento de tener que hacer sus cálculos: un euro=166,386 pesetas.

El primer cruce con el dólar lo marcó en 1,1744. Pisando fuerte. Después vendrían tiempos peores, y la pérdida de la preciada paridad, entre el 2000 y el 2002. Y más tarde, mucho más dramáticos. Tanto que a punto estuvo el sueño de la moneda única de saltar por los aires, devorado por una de las crisis más feroces que se recuerdan. Provocada, en buena medida, por la brusca caída de tipos que trajo consigo la adopción del euro.

Hasta 1998 el precio del dinero lo dictaba el Banco de España y estaba en el 5,5%. En enero de 1999 esa potestad pasó a manos del BCE y el tipo de interés de los países del euro, incluida España, se unificó en el 3 %. Un caldo de cultivo perfecto para aquella maldita burbuja inmobiliaria que años después nos acabaría reventando en las manos.

Esa crisis se gestó en Estados Unidos, alimentada por años de excesos de la banca, pero se ensañó con la eurozona. Más que con ninguna otra parte del planeta. Corría el mes de mayo del 2010 cuando Grecia, con un peso de apenas el 3 % en el PIB del club de la moneda única, puso de rodillas a todo el continente. Su rescate, el primero de la historia del euro, hizo añicos aquello -casi un axioma- de que un país de la eurozona no podía quebrar.

Invertir en bonos europeos dejó de ser seguro. Y los mercados se cebaron con los más débiles. Después de Grecia, vendría Irlanda. Y luego, Portugal. Italia también estuvo en el disparadero; y España, al borde del precipicio. Tanto que tuvo que pedir ayuda para sajar la banca y extraer la ponzoña.

Y si no hubiera sido por el BCE...

Nadie duda a estas alturas de que el Banco Central Europeo desempeñó un papel esencial para evitar la ruptura de la unión monetaria. El guardián del euro cumplió 20 años el 1 de junio. Y durante ese tiempo ha llegado mucho más lejos de lo que nunca nadie imaginó. Sobre todo bajo la batuta de su tercer presidente, el actual, Mario Draghi. Para algunos, casi un ídolo; para otros, los de la ortodoxia monetaria, un insensato.

Supermario al rescate

Con sus bajísimos tipos de interés, sus bombas nucleares en forma de lluvia de liquidez con nombres imposibles -TLTRO, OMT, APP...- y su archifamosa frase de que haría «todo lo necesario» para preservar el euro, pronunciada en Londres en julio de 2012, el italiano evitó lo que en los peores momentos, cuando más arreciaba la tormenta, parecía irremediable: la salida de un país de la unión monetaria y, con ello, el fin del mito de la irreversibilidad del euro.

Draghi se va en octubre, después de haberse gastado más de 2,6 billones en bonos. Puede que le sustituya el presidente del temido Bundesbank. Y en el sur de Europa vuelven a surgir las tensiones. Esta vez con Italia en el centro de la polémica... ¿Lo echaremos de menos?