La pesca con cormoranes, oficio milenario en Japón

Anne Beade GIFU (JAPÓN) / AFP

ECONOMÍA

CESAR TOIMIL

En el país apenas quedan una decena de profesionales de esta actividad, por la que cobran 61 euros al mes

02 nov 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Noche cerrada en la ciudad japonesa de Gifu. Al calor de la lumbre, unos marineros vestidos con prendas de otros tiempos se preparan para un ritual de hace 1.300 años: la pesca con cormoranes. Repetirán los gestos de sus antepasados en el río Nagara, en el oeste del archipiélago.

Shuji Sugiyama está sentado en una piedra, con el rostro impasible, concentrado. Sus compañeros charlan. A sus 46 años es el más joven de los capitanes o maestros de la pesca con cormoranes de Gifu. En el país quedan unas decenas. Él y otros ocho están patrocinados por la Agencia de la Casa Imperial, a la que ofrece el pescado ocho veces al año, gracias a un estatuto creado en 1890 para proteger esta tradición pesquera llamada ukai. El salario es simbólico (8.000 yenes por mes, o sea, unos 61 euros), pero perciben subsidios de las autoridades locales.

La hora se acerca. Las tinieblas cubren el barrio donde viven estos capitanes, a orillas del río. Sus asistentes llevan a las aves de plumaje oscuro, ojos azules y pico prominente en cajas de bambú, con las que recorren las callejuelas hasta llegar a los barcos de madera. La profesión requiere devoción y disponibilidad, desde el alba hasta el crepúsculo, «los 365 días del año», declara Sugiyama, un hombre taciturno. Es el único en poder ocuparse de sus 16 cormoranes, aves marinas capturadas en la prefectura de Ibaraki (al nordeste de Tokio) durante su periplo migratorio. «La pesca ukai es posible porque el hombre y los cormoranes vivimos juntos. Nunca conseguiré pescar con los cormoranes de otro maestro», dice.

Visten ropa tradicional: gorro y camisa azul marino para protegerse de las llamas de las antorchas, falda de paja contra el agua y el frío y sandalias cortas que dejan el talón fuera para evitar resbalar. Es una pesca colectiva. En cada barca se encienden antorchas para alumbrar y para atraer a las truchas pequeñas. Sortean el orden de los barcos y sueltan a los cormoranes en el río, con un cordón alrededor del cuello para que no puedan tragar la presa cuando la capturen tras zambullirse en el agua. Cada pescador suele volver a tierra con un promedio de 40 peces. Sugiyama aprendió el oficio junto a su padre. Cinco generaciones de su familia practicaron este arte hereditario que existió en Europa y en otras partes del mundo, pero solo perdura en Japón y en China.