Gabriel Gómez: «Hablo euskera, inglés, alemán y chino. Me pondré las pilas con el gallego»

Sofía Vázquez
sofía vázquez REDACCIÓN / LA VOZ

ECONOMÍA

Marcos Canosa

Marine Instruments, con sede en Nigrán, se ha posicionado como líder al vender la mitad de las boyas satelitales del mundo

21 jul 2018 . Actualizado a las 13:15 h.

Se levanta, pinta en la pizarra para explicar cómo funciona su empresa, una de las más importantes del mundo en su sector. Vende casi el 50 % de las boyas satelitales que se comercializan en el mundo. Gabriel Gómez (Guernica, 25 de octubre de 1973) es ingeniero industrial y su mente es matemática, milimétrica. Ocupa el cargo de director general de Marine Instruments.

-Llevan incrementando el negocio un 30 % anual desde el 2003. Difícil. ¿Cuál es el truco?

-No existe la fórmula Coca-Cola, creo que es una combinación de factores. El primero es la suerte: estar en el momento adecuado en el sitio adecuado. Aportábamos un producto y una tecnología y, en ese momento, comenzó a utilizarse muchísimo más. Las boyas satelitales empezaron en la pesca del atún tropical. Se constató una reducción de consumo de fuel para capturar la misma cantidad de pescado, aumentando la productividad. Con un producto específico, en un mercado específico, pudimos capturar la cresta de la ola y crecer de forma tan importante.

-¿A quién se le ocurrió la idea de crear boyas para localizar bancos de peces?

-Se le ocurrió a Francisco Pino, que es el socio fundador de Marine Instruments, y director de I+D en la actualidad. Hace más de 20 años comenzó a desarrollar esta tecnología al ver que existía esa necesidad. Desde tiempos inmemoriales los pescadores saben que el atún tiene un comportamiento en el océano: tiende a agregarse debajo de sombras. Vieron cómo debajo de un tronco o de otro elemento solían estar los bancos de atunes. Decidieron entonces tirar una especie de parrillas. Se desarrollaron boyas con GPS y comunicaciones por radio para tener localizada esa parrilla. En el 2003 se funda Marine Instruments.

-¿Cuántas boyas venden? ¿Todas las de Europa?

-No, no no. Se estima que el mercado mundial de boyas está en torno a las 100.000. Nosotros tendremos una cuota de mercado en torno al 45-50 %.

-¿Cuánto están facturando?

-El año pasado fueron 42 millones de euros. Este año será una cifra similar. [Se levanta y empieza a pintar en la pizarra] En el mercado se detecta una necesidad y la curva de ventas empieza a crecer hasta que el mercado se satura. Estamos llegando a ese momento de saturación de boyas, que coincide con que las autoridades internacionales de pesca están regulando el número de ellas que un barco puede utilizar. Esta situación tiene su parte positiva: que este negocio sea sostenible en el tiempo. La regulación es positiva. En Marine siempre hemos abogado por un uso responsable de la tecnología y por la preservación del recurso pesquero. De hecho, otra de las líneas de negocio en la que estamos muy activos es la de herramientas de control para la actividad pesquera. Por ejemplo, la flota atunera se han autoimpuesto cámaras y sensores de control para demostrar que son pioneros en cumplir con la nueva legislación y así diferenciarse de la competencia de terceros países y, en concreto, de Asia.

-Cuando cierren empresas, la curva de ventas crecerá.

-Tenemos una estrategia de diversificación. Hace tres años comenzamos a invertir en el uso de drones para la detección de barcos de pesca. Es un dron de ala fija con paneles solares. Apostamos por la acuicultura, que está muy poquito tecnificada. Estamos ensayando con unos equipos que escuchan el ruido que hacen los camarones al comer. En base a ese ruido somos capaces de saber si estamos dando bien el alimento o no, con lo que se garantiza la curva de crecimiento del animal.

-¿Cómo se toman los del bonito que le vendan a los asiáticos? -Nacimos con vocación internacional. Comercializamos equipos en más de 30 países. Estamos en los cinco continentes. Además, creo que no hay ningún problema. La competencia es global. Muchos de ellos mismos, cuando tienen que retirar barcos, se van a las flotas asiáticas.

-Lleva bien este ‘rollito’. ¿En el mundo de la empresa hay que entender así las relaciones?

-Exacto. Siempre con respeto a la confidencialidad y a la palabra dada.

-Localizar los bancos de peces para pescarlos, ¿no es jugar sucio?

-Es una pregunta que se hace mucha gente cuando explicamos nuestro negocio. Nos dicen: entonces sois unos depredadores, que estáis vaciando el océano. Por eso siempre hablamos de nuestras herramientas de control. Tiene que haber un control exhaustivo de lo que se está haciendo. El recurso pesquero es de todos y estamos obligados a mantenerlo para las siguientes generaciones. También estamos obligados a que se pueda pescar de la forma más eficiente posible. Por hacer un símil, nadie discute la industria 4.0 y que la automatización va a dejar a algunas personas sin trabajo. Generará otros y permitirá que tengamos productos a costes eficientes. Si los coches se hicieran como hace 20 años, un utilitario en lugar de costar 10.000 euros valdría 50.000. Si la pesca no la hacemos más eficiente, la mayoría de nosotros no nos podríamos permitir una lata de atún Hacemos una ensalada, abrimos una lata de atún y no pensamos en que estamos consumiendo un producto premium. El atún es la proteína animal salvaje de menor coste de nuestra dieta. Tenemos que seguir en esa carrera tecnológica y que la pesca se pueda hacer de una manera más eficiente. Eso no significa que desde Marine apostemos por una pesca sin control y que vaya a dejarnos sin negocio también a nosotros. 

-Usted es vasco. ¿Qué tal por Galicia? No todos los días se puede ir a casa.

-No, estamos lejos. De Vigo a Bilbao son casi ocho horas de coche. Pero estoy muy contento en Galicia. Eché raíces aquí, compré casa y mi idea es quedarme mucho tiempo.

-¿Tiene a su familia aquí?

-Estuve casi 18 años viviendo en el extranjero. Como mucha gente de mi generación me fui a estudiar el Erasmus y volví en el 2013 para incorporarme a este proyecto. En mi caso, mi mujer es vasca, como yo, pero mi suegra es gallega. Cuando se jubilaron mis suegros volvieron de nuevo a Galicia. Así que ya teníamos el vínculo familiar.

-¿Hijos?

-Cuatro

-¿Todos gallegos?

-No, no no. Tenemos un currículo muy variopinto. El mayor es francés; el mediano, alemán y los dos pequeños, que son gemelos, chinos.

-Curiosidad, ¿son chinos porque los han adoptado?

-No, porque nacieron en China. Fueron naciendo en distintas etapas profesionales en diferentes países.

-Es muy joven. ¿En cuántas empresas ha trabajado?

-Esta es mi quinta empresa. Este año cumplo 45.

-Con su trayectoria, toca preguntar: ¿cuántos idiomas habla?

-En castellano y euskera soy bilingüe. Hablo inglés y alemán de manera fluida, me defiendo en francés y chapurreo un poquito de chino.

-Le ha dado tiempo en 45 años.

-[se ríe con fuerza] Sí, sí.

-¿Sabe gallego?

-No, me tengo que poner las pilas. También es cierto que en la zona de Vigo se habla menos que en Santiago, por ejemplo, donde viven mis suegros.

-¿Está dispuesto a aprender gallego?

-Sí. Saber idiomas es una riqueza e importante. Yo hablo euskera desde niño y si la gente no se esfuerza en hablar estos idiomas, al final acabaremos hablando castellano, inglés o chino. Hay que mantener la riqueza del país, y de cada uno, y el idioma es la principal.

El entrevistado resalta la belleza de las rías bajas. Vive en Nigrán, cerca de la playa. Esta calidad de vida, dice, no la tendría en una gran capital.

el origen

Un pacto de socios

El capital de la compañía se encuentra en manos de Arbulu (65 %) y Valmitronic, que es el vehículo del socio fundador Francisco Pino, un gallego nacido en suiza. Gabriel Gómez explica que la sociedad mayoritaria la fundó Luis Arbulu en 1969. Aunque de origen vasco, su profesión de marino mercante hizo que fundara la empresa en canarias. Dicen que la unión hace la fuerza, y este puede ser un ejemplo. Arbulu, a través de la sociedad Nautical, tenía el mercado al distribuir y vender equipos electrónicos para la flota, mientras que Valmitrónic tenía la tecnología y el producto. Solo hizo falta que se pusieran de acuerdo. Un pacto en el que nadie compró a nadie.