De la gloria a los infiernos: crónica de cómo sobrevivir cuatro meses sin cobrar

Lucía vidal REDACCIÓN / LA VOZ

ECONOMÍA

Lucía Vidal / Álex López-Benito

De ser un referente en el sector a bajar la persiana de un día para otro. Un negocio dilapidado en apenas 5 años

20 may 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Polígono de Bergondo. Marta nos guía a través de unas oficinas desmanteladas, apenas un vestigio de lo que fue Transportes Souto, empresa familiar con sede principal en Mos, que llegó a tener más de cuarenta delegaciones en toda España y cerca de 700 trabajadores. En la papelera, un cartel con un mensaje surrealista «No gritar. Estamos trabajando». Hoy reina el silencio. Las horas pasan entre conversaciones con la palabra incertidumbre como protagonista. «Fíxenme un especialista en crucigramas. Leo tódolos artigos de opinión», comenta Paco tras una resignada sonrisa. En la explanada de descarga, una lavadora y unos cuantos artículos de oficina y peluquería, la mercancía que quedó sin recoger cuando un día de febrero se paró el reloj. «Esto no nadal estaba cheo. Aquí entraban douscentos mil quilos. Cinco trailers cada día», recuerdan los 9 nueve trabajadores que vagan por esta nave como almas en pena. Todos los empleados coinciden: trabajo había. Entonces, ¿qué pasó para que esta empresa que suministraba a clientes tan importantes como Citroën se viese de la noche a la mañana en la ruina? La cuesta abajo empezó a dar sus primeros pasos en el 2012, con una rebaja salarial del 9%, lo que significaba cobrar unos 300 euros menos al mes. «Cada vez faciamos máis horas extra, doce ou trece sen cobralas, e non se invertía. Non se compraba maquinaria», explica desde Mos Antonio Rodríguez Espiñeira, con 30 años en la empresa. «Pasamos de estar orgullosos de traballar aquí a sentirnos como unha cabicha que tiran ao chan» añade Lito, otro veterano. «Aos que levabamos tempo cunha responsabilidade apartáronnos para poñer a outra xente sen ningunha explicación». A José Ricardo Muíños no le dio tiempo siquiera de recoger sus pertenencias personales: «pecharon a porta con chave e nos levaron á nave de San Andrés dun día para outro. Un desprecio». Otros se enteraron del cierre a través de terceros, de los propios clientes: «un día un compañeiro chegou co camión e non lle entregaron a mercancía. Dixéronlle que xa non traballaban con nós», cuenta José Bello, que se ocupaba de coordinar las entregas desde A Coruña. «Se foi unha mala xestión, se se desviaron cartos a outras empresas familiares... non o sei».

Sentimientos de indignación y rabia entre una plantilla comprometida y entregada. «Sábados, domingos, día e noite. Con neve. Non fixemos nin un só día de folga. É máis. Cando había paros, levabamos posto un casco de moto porque nos tiraban pedras» recuerda Ángel Martínez, seguro de que si alguien tiene la culpa de este fracaso, no son los obreros. «Hai un ano que no sistema de traballo non había unha cabeza visible que dirixira nada», añade Juan Carlos Gómez, del departamento de paquetería. «Ninguén esperaba este final repentino», dice José Manuel, conductor con 27 años de experiencia en Souto.

Muchos cabos sueltos

Un punto y final con muchos cabos sueltos, porque aunque la empresa ha cesado su actividad y la jueza ha declarado a Transportes Souto en liquidación y disuelto la sociedad, los trabajadores siguen vinculados a ella porque todavía no tienen la carta de despido en la mano. Les deben cuatro meses y parte de la extra de diciembre. Y no pueden cobrar el paro. Tampoco comprometerse con otra empresa porque no saben cuándo quedarán libres. Algunos, desesperados, se han marchado. Otros no quieren renunciar a los derechos adquiridos a lo largo de varias décadas, aunque la cantidad final que reciban, vía Fogasa, distará mucho de lo que les correspondería : «De cen mil euros ao mellor quédanse en vinte mil», calcula Pedro Beade, asesor sindical.

En la nave de Mos hoy es un no parar de subir y bajar escaleras. Hacía días que no se veía tanto ajetreo. Acuden a recoger el documento que refleja los importes adeudados, una media de entre 8.000 y 9.000 euros solo en nóminas. «Casi tenemos que rogar de rodillas que nos echen» comenta indignada Marta Diéguez, que ha pasado 18 de sus 37 años en Souto. «Me está ayudando la familia porque, aunque no tengo hijos ni hipoteca, sí tengo que pagar un alquiler y todas las facturas. A este paso me veo volviendo a casa de mis padres».

Al borde del precipicio

Hay casos límite. Al borde del precipicio vital. Como el de José Manuel Costas, conductor mecánico: «A este paso vou ter que declarar a familia en concurso de acreedores». Divorciado, pasa una pensión de manutención a su ex, con la que tiene un hijo de 14 años. Su actual pareja cobra 500 euros. Ha tenido que pedir un préstamo al banco. O el de José Ricardo. En su casa no entra un solo euro desde enero. Su mujer y sus dos hijos están en paro. Se ve «en la calle, con 58 años, tirado y sin futuro». Paco Raña va tirando de ahorros pero la hucha ya no da más de sí «onde vai que o cerdiño se rompeu». Siempre pendiente del teléfono -su mujer está en casa a la espera de una operación- vaticina que a sus 53 años le será difícil recolocarse. En casa de Alberto, de 39, se las arreglan de momento con el sueldo de la madre de sus dos hijos, de 9 y 3 años. «Rezamos para que no haya un imprevisto gordo».