El fisco suizo agita el retorno emigrante

ECONOMÍA

MILA MÉNDEZ

El fin del secreto bancario con España desnuda las posesiones de los emigrantes en Galicia. Para muchos gallegos jubilados la familia suiza se impone a la morriña y al temor a los pagos

22 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

El 2018 va a ser un año agitado para los gallegos en Suiza. El fin del secreto bancario acordado entre la Unión Europea y el país helvético puede traducirse en una oleada de retornados, especialmente, de jubilados. El intercambio de datos bancarios que se hará efectivo a partir del 30 de septiembre va a dejar al descubierto las propiedades para las que tanto ahorraron los gallegos. Aunque la información sobre los bienes inmuebles no va a compartirse, un simple recibo en la cuenta bancaria es suficiente para seguir la huella de una vivienda en la aldea. Un convenio firmado entre España y Suiza en 1966 impide la doble imposición por el mismo bien: una casa en Galicia o el recibo de algún tipo de renta, un alquiler por ejemplo. Por ellos se tributa en España. Pero, los suizos exigen esa información para determinar el tipo impositivo a aplicar en la declaración de la renta.

Declarar las propiedades

Hay temor a multas que pueden alcanzar los cuatro ceros. También confusión. La política fiscal varía según el cantón y en total son 26. «Existe una alternativa», adelanta Beatriz García, hija de emigrantes de Santa Comba y abogada en el despacho Advokatur Trias de Basiela. «Estamos asesorando a muchos gallegos», admite. «Hay una pequeña amnistía fiscal para quien se autodenuncie. El plazo para hacerlo termina el 30 de septiembre. Con ello se puede evitar la sanción pero hay que pagar la diferencia de lo que tendría que haber declarado más los intereses de demora», explica. El carácter retroactivo es de una década o de tres años en caso de fallecimiento. «La autodenuncia solo se puede realizar una vez en la vida y siempre que no haya conocimiento previo de la infracción», añade Beatriz García.

Pensiones ajustadas

Hay dos momentos determinantes en la vida de todo emigrante. El primero se produce antes de marchar. Cuando decide hacer la maleta. El segundo, una vez que su vida laboral se acerca o llega a su fin. Los datos que maneja la Secretaría Xeral de Emigración de la Xunta permiten entrever esta realidad. El perfil mayoritario del retornado es el de una persona de 55 años en adelante. Del total de los 1.972 gallegos que regresaron a Galicia de Suiza en el 2016, casi el 40 % tenían o superaban el ecuador de la cincuentena.

El Instituto Nacional de Estadística (INE) ofrece otro dato revelador: apenas el 10,6 % de los españoles residentes en Suiza tienen más de 65 años. Ya no los ata ninguna obligación contractual. A esto hay que añadir otro motivo de peso: las pensiones. España tiene una de las tasas de sustitución, el porcentaje del salario que se convierte en prestación, más altas de Europa. Una media superior al 80 % que planea reducir la polémica reforma de las pensiones. En Suiza este porcentaje no llega al 50 %. Esto supone pasar de vivir con un sueldo de 7.295 francos (6.086 euros), el salario medio del país, a contar con una pensión de 2.500 francos suizos, también la media. «É unha paga que en Galicia che da para moito pero que aquí non compensa», reconoce Rafael Fuentes, natural del concello pontevedrés de Meaño y en Suiza los últimos 32 años de sus 50 de vida. A los 2.500 francos, hay que restar los cerca de 500 del seguro médico y el alquiler, que no baja de los 1.200 francos en una ciudad como Ginebra. El 55,5 % de los suizos son arrendatarios según datos del Eurostat. Sin un plan de pensiones privado, esta cuesta arriba disuade a muchos emigrantes de quedarse, no solo pesa la morriña a la hora de partir.

El dilema de volver

«Cando nos xubilemos creo que volveremos. Á miña muller, suíza, gústalle moito Galicia», comenta Rafael. Hace la afirmación mientras en su salón suena de fondo un tema de Fuxan os Ventos. La única duda sobre su futuro le surge cuando piensa en su hijo: «Imos á casa tódolos anos, pero el xa é totalmente suízo. O fogar está aquí». Viven en Le Lignon, en un edificio construido para los emigrantes y hoy declarado monumento histórico. Mide un kilómetro y medio de largo y en él habitan más de 10.000 personas. Rafael sigue la tradición helvética, donde el alquiler se impone a la propiedad. Responsable de un aparcamiento en Ginebra, intentó retornar sin éxito hace unos años a Meaño. «O perfecto sería ter o traballo daquí alá», confiesa con una sonrisa.

La minoría gallega

Suiza es un destino de trabajo. De los 41.114 gallegos que viven allí, la mitad están en edad laboral. Pero, para los ourensanos Marisa Domínguez y Luis Ferreiro, de 71 y 72 años, la capital ginebrina también es su hogar. Él fue el primero en llegar en mayo del 68. «En Arnoia non sabiamos das revoltas estudiantís. Cando chegamos a Francia no autobús houbo que dar volta», rememora Luis. A la segunda fue la vencida. Cogió un avión. Forman parte de ese porcentaje de españoles que no se van con el retiro. En su pueblo natal pasan cuatro meses al año. «Era a persoa máis feliz do mundo en Arnoia, pero alí non había futuro. Traballo si, nas viñas, pero non cartos. Aquí integrámonos, pero mantemos o vínculo coa terra. Temos unha casa aló e somos cooperativistas do ribeiro», destaca Luis. Fue empleado del servicio de correos suizo. Su mujer estuvo 19 años en la cadena Migros y 21 en Rolex, donde se jubiló. «O día que me fun regaláronme isto», dice señalando orgullosa su reloj.

No conciben su vida separados de sus hijos, Pili y Pablo, ni de su nieta Clara. «Los gallegos ya no nos casamos entre los gallegos», subraya Pablo, de 35 años, en alusión a las segundas generaciones de la emigración. Su pareja también es hija de emigrantes, pero de Grecia. Él trabaja en el ayuntamiento y su hermana Pili, de 47 años, en la banca. Su cuñado es hijo de unos gallegos de Sada. «Hai 50 anos deixamos ós nosos país alá -dice Marisa-. Foi unha vida partida. Por iso aprecio tanto estar aquí cos meus fillos. Esta é a nosa casa». En el 2019, cuando se publiquen las nuevas cifras, sabremos si la presión fiscal es o no motivo de peso para el retorno. Al factor económico, hay que añadir el humano.