José Luis Calvo: «De niño vi la fábrica de Massó y me entró el deseo de tener una parecida»

Xosé Ameixeiras
x. ameixeiras CARBALLO / LA VOZ

ECONOMÍA

JOSE MANUEL CASAL

Lideró la conservera de Carballo durante seis decenios, en los que la empresa pasó de 35 a 5.100 trabajadores

05 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

José Luis Calvo Pumpido (Carballo, 1935), presidente de honor del grupo conservero Calvo, recibió el jueves en Madrid el premio al Emprendedor del Año 2016 de EY, entidad que es líder mundial en servicios de auditoría, fiscalidad, consultoría y asesoramiento. Chicho Calvo ha sido durante más de seis decenios el líder de la familia y de la compañía. Cuando empezó en la empresa, esta tenía 35 empleadas y cerraba en invierno. Actualmente, tiene 5.100 trabajadores, es la primera conservera española, la segunda de Europa y la quinta del mundo. A su edad, aún vive con pasión el mundo de la compañía, sobre todo su departamento de I+D+i. 

-¿De dónde viene esta pasión?

-Mi padre tuvo la visión de dejarnos jugar a trabajar. Entonces, todos los hermanos pasamos por la fábrica.

-¿Y cuando jugaban, soñaban con que Calvo llegaría a ser tan grande?

-A mí, mi vocación por la fábrica se debió a que cuando estaba en los Jesuitas en Vigo nos llevaron a visitar Massó, que entonces era la mejor fábrica de Europa, en Cangas. Me causó impresión. A media mañana, le daban un bocadillo a la gente. Tenía residencias para los empleados solteros y casas para los matrimonios. Era una empresa apoyada por el régimen y tenía muchas cosas adelantadas al tiempo. Me entró ese deseo de tener una parecida algún día. A partir de los 14 años me pasaba los veranos en la fábrica. Me gustaba; era mi vocación. Al terminar la reválida, a los cuatro o cinco días entré a trabajar en Calvo, el 2 de julio de 1952, o sea que este julio cumplo 65 años en Calvo, aunque ahora de otra forma.

-¿Cuándo se produjo el salto más grande en la empresa?

-Calvo es una historia y hay que seguirle los pasos. Cuando entré a trabajar en la fábrica había 35 mujeres, cinco hombres, un contable, un auxiliar, mi padre y yo. Solo se trabajaba la sardina. Empezábamos en mayo o junio duraba la campaña hasta octubre o noviembre. Luego nos metimos a filetear anchoas, y lo hacíamos muy bien. Después llegó el bonito, pero con los métodos que había era imposible. En el año 65, mi padre ya tenía un prototipo de máquina que hacía 65 o 70 latas por minuto. Y una vez probada, ya se pasó a 100. Aquello supuso un antes y un después en la conserva de atún en Europa. A partir del invento de la máquina, todos los fabricantes medianos pudieron hacer bonito y, luego, atún. Otro salto fue hacerlo en lata redonda. Nos dio mucha fuerza. Hicimos también la primera campaña en televisión y eso ya fue el despegue final. Había una sola televisión, con un único canal, y todo el mundo tenía que ver aquella publicidad.

-Jesús Puente y Juanjo Menéndez, dos actores sin pelo, salían con aquello de «Atún claro, Calvo. Claro, calvo».

-Aquello ya fue el despegue. Un pasmo. Pasamos de un conocimiento de marca de un 15 % a más de un 90 % en dos semanas.

-A usted le atribuyen la internacionalización de Calvo.

-Yo fui el que salió. La producción de la flota española ya no llegaba y me iba a comprar a donde estaba, por así decirlo, la bolsa del pescado, en Panamá. Compraba 1.000 o 1.500 toneladas, las cargaba en un barco y las traía. Estando allí, unos armadores mexicanos me dijeron que había uno en Manta que hacía lomos de atún congelado. Allá me fui. Me tenían un lomo encima de la mesa, congelado, empaquetado al vacío. «Esto se hace en cualquier sitio, y mañana», me dije. Nada más llegar a casa ya lo planteé y abrimos la segunda fábrica de lomos de atún del mundo, en Venezuela. Hoy hay 1.500 o 2.000 en el mundo. No sé cuántas hay. Y la segunda la hicimos nosotros en Guanta. Aquella duró lo que duró; ya vemos las cosas que pasan en aquel país [Venezuela]. Lo abandonamos porque allí no se podía trabajar bien.