No hay día en que los medios de comunicación no nos entreguen un nuevo episodio de la supuesta batalla que libran los bancos y las fintech, las start-up que ofrecen nuevas soluciones tecnológicas aplicadas a servicios financieros. Titulares que pronostican una drástica caída del negocio bancario a corto plazo e incluso los que profetizan el final de los bancos como hoy los entendemos en un futuro no muy lejano, dibujando un panorama de lucha sin cuartel entre las jóvenes y enérgicas fintech y la mastodóntica y pesada banca tradicional.
Es innegable que los servicios más especializados que ofrecen las innovadoras compañías tecnológicas para cada trozo de la cadena financiera -por ejemplo en medios de pago, préstamos o divisas- están suponiendo una competencia nada desdeñable para las entidades tradicionales. Hasta ahora se trataba de un mercado donde la posición de los bancos les permitía colocar con facilidad sus productos, muchas veces vinculados, sin tener que pararse a valorar si el cliente estaba satisfecho con lo que contrataba o no.
Afortunadamente, la entrada de nuevos jugadores está abriendo las posibilidades de elección de los usuarios, que encuentran alternativas más adaptadas a sus necesidades. Tanto empresas como particulares demandan mayor agilidad y sencillez en sus operaciones, así como más transparencia en lo que tenga que ver con su dinero. Lo que las fintech están consiguiendo y potenciando.
Sin embargo, dejando a un lado ese escenario de rivalidad en la que se nos presentan como enemigos irreconciliables, las fintech constituyen también una oportunidad de colaboración para los bancos, que pueden encontrar en ellas un aliado experto en su irreversible camino hacia la digitalización, así como mejorar su oferta de servicios o añadir otros más novedosos y adaptados a lo que hoy demandan los clientes en su día a día.
Y viceversa. Pues pese a la pérdida de confianza generalizada entre los ciudadanos en los últimos años, no cabe duda que el arraigo derivado de décadas de implantación, así como su músculo económico, hace que las entidades tradicionales sean mucho más visibles y sus ofertas más accesibles que las de las empresas de nueva creación, que tienen aquí su principal hándicap.
Visibilidad, capacidad de llegar y, si se quiere, garantía -dada la mayor regulación-, por un lado, frente a dinamismo, innovación y mejora de la experiencia de usuario, por el otro. Si las ventajas de ambos se unen en una misma oferta, todos ganan.
Ni las fintech van a acabar con los bancos, ni éstos van a poder impedir su paulatino ascenso. Ambos, viejos y nuevos actores, tendrán que acostumbrarse a cohabitar, compartir un espacio común, cada cual con sus fortalezas y puntos débiles. Así pues, una decisión inteligente puede ser la colaboración, el beneficio mutuo. Aunque aquí, por fin y por suerte, el que tiene todas las de ganar es el cliente.