Amancio Ortega: «¡Dejen de hablar de mí. Hablen de mi empresa!»

Sofía Vázquez
Sofía Vázquez SOFIA.VAZQUEZ@LAVOZ.ES

ECONOMÍA

PACO RODRÍGUEZ

Puede que Amancio Ortega, fundador y primer accionista de Inditex, quiera todo el protagonismo para su compañía, pero una cosa es tener un deseo y otra que se cumpla

08 may 2016 . Actualizado a las 09:33 h.

Estaba a las puertas del mismo ascensor por el que subía el día de su cumpleaños cuando, en una conversación de primer saludo con tres periodistas, aseguró con rotundidad y firmeza, aunque sin perder su tono amable: «Yo no soy importante. Dejen de hablar de mí. Hablen de mi empresa». Es probable que Amancio Ortega, fundador y primer accionista de Inditex, quiera que todo el protagonismo se lo lleve su compañía. Pero una cosa es tener un deseo y otra muy diferente que se cumpla, a pesar de que el que lo formule sea el segundo hombre más rico del mundo. Imposible satisfacerlo. Su empresa es referencia y él, muy a su pesar, es referencia de Inditex, cuya manera de actuar se estudia académicamente en todo el mundo. No sin motivos. Prácticamente cualquier pócima que los expertos formulen para dinamizar la economía, ya la ha puesto en marcha la primera multinacional del mundo del textil.

En el VII Foro Económico de Galicia, donde el jueves y el viernes de esta semana se dieron cita algunos de los empresarios más relevantes de la comunidad y profesores universitarios de referencia, se advirtió que si la inversión en I+D+i es imprescindible en las compañías, no lo es menos promover el impulso dentro de las organizaciones de tecnologías facilitadoras, como aquellas que están relacionadas con el orden en el lugar del trabajo, «cuyo impacto puede llegar a ser mayor que el de la tecnología». Las mesas en la sede central de la multinacional están escrupulosamente limpias, ordenadas.

Inditex suple la ineficacia de las Administraciones con sus recursos y sus profesionales, que, además de aprenderse las normas para operar en los cinco continentes, estudian, como si estuviesen en la escuela, las leyes desarrolladas por las diecisiete comunidades autónomas españolas. Una locura.

La multinacional no se salva del mal hacer de las Administraciones y ve cómo una licencia de apertura en una de las calles más céntricas de A Coruña, su ciudad de origen, llega a tardar cuatro, cinco o seis meses en llegar. Suerte que es Inditex, porque para un pequeño empresario autónomo sería imposible salvar ese obstáculo. Moriría en el intento antes de abrir su negocio.

Un directivo que acudió al foro explicó la siguiente fórmula matemática: empresa es igual a dinero por tiempo al cuadrado. ¡Curiosa receta! Pero quizá le falten tres ingredientes más para que funcione a la perfección: tener un poquito de suerte, poner en marcha una idea con cabida en el mercado y, sobre todo, no depender de fondos reptiles (los fondos secretos que algunos políticos aplican a la captación de voluntades o al simple favor). Por más que Inditex se acerque a la perfección, Amancio Ortega no puede conseguir que todos sus deseos se cumplan. Como muestra la fiesta sorpresa con la que lo agasajaron por sus 80 cumpleaños y en la que participaron los trabajadores de la compañía Él no se la esperaba. Pero le gustó. Estaba emocionado y, además, encantado. Así se le vio en el vídeo que La Voz de Galicia logró publicar en primicia para el mundo entero -en lo que mucho tuvo que ver mi compañera de profesión Sandra Faginas,- y que posteriormente repartió entre sus más de 153.000 trabajadores directos en activo y entre los empleados ya prejubilados. Se lo entregó grabado en un pendrive que acompañó con una tarjeta de agradecimiento.

 

Ortega, al que el dinero le da la tranquilidad de poder comprar cualquier cosa que quiera sin tener que preocuparse del precio, accedió a dejar a un lado su «querer pasar desapercibido» para agradecer el evento organizado por su hija Marta. Ningún otro directivo se hubiese atrevido a preparar un acto así sin el permiso del jefe, y este, a priori, no se lo iba a conceder. Con todo, lo que se consiguió fue grabar un vídeo que, mal que le pese a algunos (envidiosos, como pocos) pasará a la historia.