El Inem no tiene claro quién va a acostar a la abuela

Sofía Vázquez
Sofía Vázquez SOFIA.VAZQUEZ@LAVOZ.ES

ECONOMÍA

MARIA PEDREDA

Los parados están mal clasificados en las oficinas de empleo. Desde la plantilla se reconoce que no hay personal cualificado para realizar las historias profesionales

04 oct 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Mediados de septiembre en una oficina del Inem (perdón, del Servicio Público de Empleo de Galicia). Unas 20 personas esperando para que las atiendan. Ella coge número y espera su turno. Entonces se dirige a la mesa correspondiente, y le explica a su interlocutor que quiere presentar una oferta de empleo. Se trata de buscar a una empleada de hogar interna para que atienda a una anciana de 87 años con poquísima movilidad y otros achaques graves propios de la edad.

El funcionario le da un papel oficial para que lo cumplimente. Cinco minutos después lo entrega. Se va esperando noticias y las primeras que le llegan están relacionadas con tres currículos. Llama a los tres números de teléfono. Los dos primeros se corresponden con dos mujeres que habían solicitado la ayuda de la oficina de empleo para encontrar trabajo pero que no podían dejar sus hogares. Tenían familia dependiente también y no entraba en sus planes dormir fuera de sus casas de lunes a sábado. Las interlocutoras están en su derecho de rechazar la oferta de empleo. De acuerdo con la legislación, solo aquellas personas que están recibiendo una prestación y rechazan un trabajo en el sector en el que generaron el derecho de cobro, corren el riesgo de perder la ayuda. No ocurre lo mismo con las empleadas de hogar. ¿Por qué? Ellas no cobran ningún tipo de prestación.

El tercer currículo lo había entregado un emigrante de uno de los grandes países de África. El hombre responde el teléfono de manera educada. Pero se le entiende más bien poco. El castellano le falla como a su interlocutora el inglés. El candidato explica que nunca había cuidado a ninguna señora mayor como interno en una casa. Sí atendió a un señor al que sacaba a pasear.

Mal que bien (el hombre a lo largo de la conversación demuestra que la necesidad aguza el ingenio) se explica y al finalizar la charla aprovecha para informar de que tiene una prima a la que le interesaba el trabajo.

Suena el teléfono. Era la prima. La conversación es mínima porque en este caso no sabe castellano. Nada. Ante un buenos días, ella contesta «muy bien» como si la pregunta hubiese sido «¿qué tal está usted?». Al colgar la llamada el potencial empleador piensa: ¿Por qué me envían estos candidatos para cuidar a una señora de 87 años si unos no pueden y otros no saben?

Todo tiene una explicación. Es cierto que el antiguo Inem no tiene claro con quién va a acostar a la anciana todos los días, pero por una razón fundamental: los parados están mal clasificados y así es imposible acertar. Desde la plantilla se reconoce que no hay personal cualificado para realizar las historias profesionales. Solo en raras ocasiones los empleados públicos utilizan la vida laboral del parado (base de datos de la Seguridad Social) para tener un currículo exacto. ¿Por qué no se hace? Porque no está protocolizado. No es el procedimiento. Calculan los propios funcionarios que un «90 % de los datos están incompletos o son falsos». Es probable que haga falta personal técnico para realizar la codificación. Pero también es más que probable que con trabajadores que no tengan la cualificación adecuada, las plantillas de este servicio de colocación tengan un menor coste.

¿A quién se encuentra fácilmente en esta base de datos oficial? Conocedores de la misma explican que, con seguridad, a aquellas personas menores de 30 años que accedan a un contrato en formación. Son aprendices y nada tienen que acreditar. Llegan a la oficina de empleo, dicen que quieren ser albañiles, carpinteros o dramaturgos y, en cuanto pidan una persona para acceder a un contrato de formación, les llaman.

Excepto ellos, los demás parados deben de tener cuidado no vaya a ser que sean pilotos/pilotas y los/las manden a la mina.