La crisis se viste de amarillo

Mercedes Mora REDACCIÓN / LA VOZ

ECONOMÍA

KAZUHIRO NOGI | AFP

El huracán que se desató en el 2008 en Estados Unidos y cruzó el océano Atlántico para arrasar Europa en el 2012, se adentra ahora en tierras chinas con un desarrollo incierto

13 sep 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace ahora siete años (se cumplen pasado mañana) que el suelo de Wall Street se abrió, engullendo al todopoderoso Lehman Brother?s. Desapareció. Víctima del despropósito inmobiliario y la codicia de sus jefes. Hasta las cejas de deuda basura.

No fue una bancarrota cualquiera. Fue la mayor de la historia. Y la polvareda que levantó con su derrumbe todavía se respira hoy en el ambiente. En todo el planeta.

Su caída en desgracia desató la mayor crisis financiera desde la Gran Depresión. Un ciclón que acabó transformado más tarde en la que figurará en los anales como la primera recesión planetaria. Un año después de que el orgulloso Lehman -flor y nata de Wall Street- besara el polvo, la herida abierta en el PIB mundial ya era más que apreciable: una contracción del 0,7 %. Mucho más profundo del 3,7 %, fue el corte que sufrieron las economías avanzadas.

Desatinos

En el origen de todo, la confluencia de, no uno, sino unos cuantos desatinos: la concesión de créditos a diestro y siniestro por parte de los bancos a clientes que no se los merecían, el pésimo trabajo de las agencias que ponen nota (rating) a la deuda, una regulación financiera laxa (por no decir que los supervisores se empeñaron en mirar para otro lado para no ver los desmanes que se estaban perpetrando ante sus ojos) y los incentivos públicos que propiciaron que se prestara a manos llenas y se pidiera prestado sin ton ni son.

Pero no acabó ahí todo. Ni mucho menos. En pleno huracán financiero, con el sistema bancario tambaleándose y las piezas del dominó cayendo una tras otra, a los Gobiernos no les quedó más remedio que acudir al rescate de los bancos. En tromba. Inyectando dinero a espuertas en un buen puñado de entidades. Y para eso, claro, hubo que endeudarse. Hasta el cuello. Y aquella crisis que empezó siendo financiera y mutó después en Gran Recesión, se tornó entonces en toda una señora crisis de deuda que a punto estuvo de dinamitar el euro.

Ahora esa misma crisis -o si se prefiere, una nueva que le pisa los talones a la anterior- que se desató en Estados Unidos en el 2007, nos estalló en las manos en el 2008 y cruzó el Atlántico para arrasar Europa en el 2012, acaba de llegar a costas emergentes. Sobre todo a las de China. Tanto, que el gigante amarillo ha pasado de capear mejor que nadie el temporal a ser la principal fuente de preocupación. Palabras mayores.

Por ahora, no está claro si lo de China y lo de otras economías emergentes como Brasil -en recesión y considerada desde el jueves como bono basura por Standard & Poor?s- es solo una tormenta de verano o la génesis de otro ciclón.

Lo que es evidente es que, sin el impulso de Brasil -cuyo PIB cayó un 1,9 % hasta junio-, Rusia -herida por el descenso de los precios de las materias primas- o de la propia China, la economía mundial no podrá avanzar al paso que todos esperaban. Nadie lo oculta. Lo de que el motor no carbura como estaba previsto lo han admitido en los últimos días Draghi, el Fondo Monetario Internacional y hasta el G-20.

Los flotadores del crecimiento

Y no conviene olvidar que ha sido precisamente la fortaleza de esos países, a los que ahora parece faltarles el resuello, lo que le ha permitido a Estados Unidos y Europa mantenerse a flote con un crecimiento «mediocre» en palabras del FMI, pero crecimiento al fin. De ahí las turbulencias que han generado este verano las dudas sobre la continuidad del milagro económico chino.