«Estoy feliz en Galicia. Hay muchas menos cosas que me distraigan»

Sofía Vázquez
Sofía Vázquez REDACCIÓN / LA VOZ

ECONOMÍA

Juan Carlos Cardenas | EFE

Pablo Isla, presidente de Inditex, llegó hace diez años a la multinacional, a la que le juró una especie de amor eterno

31 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Acababa de llegar a Galicia cuando en un desayuno de trabajo fue preguntado sobre cómo se encontraba en esta tierra. «Estoy feliz. Hay muchas menos cosas que me distraigan», respondió Pablo Isla Álvarez de Tejera (Madrid, 22 de enero de 1964) con un tono convencido. No fue más allá, pero se entendía que en la gran capital los compromisos eran muchos y él, según dicen sus amigos, es un hombre cumplidor. Al cabo del año da varias veces la vuelta al mundo, pero (casi) siempre recala en su casa de A Coruña, incluso aunque sea viernes y tenga vivienda en Madrid.

Uno de los fines de semana de marzo se fue a cenar con su mujer y un grupo de amigos a Pé Franco, el mismo restaurante al que acudieron los reyes de España en su visita a A Coruña para la inauguración de la exposición de Picasso. Isla no pidió nada estridente. Ni de beber ni de comer. Posiblemente un pescado.

Le gustan el cine y la lectura. Le apasionan. Tiene una importante biblioteca, que le da juego al ser un gran conversador. Está al día, opina, pero jamás abruma a su interlocutor. Denota, dicen los que lo conocen, que tiene las ideas claras. Maneja más información que los demás y pese a ello, no es drástico ni radical. Todo lo contrario, Isla es muy contemporizador y conciliador. Jamás zanja a nadie, jamás pega un grito, nunca exterioriza con énfasis sus afectos. Ni de niño nadie le vio involucrado en una pelea.

Respecto al tema monetario, jamás habla de lo que tiene ni de lo que deja de tener.

En junio del 2005 llegó a Inditex. De manera discreta. Amancio Ortega y José María Castellano lo fueron presentando por los departamentos. Estudió sus papeles, los números. Conocía la empresa. Llegó bajo el ala del jefe, del gran accionista. Era un fichaje importante e Isla supo afianzarse en la primera multinacional textil del mundo, donde existen las típicas estructuras de poder que hay que saber manejar.

A Pablo Isla, hombre de leyes y triunfador nato, lo definen como un ejecutivo inteligentemente discreto. No le gusta llamar la atención y es sencillo, características que a Ortega le gustan. Siempre viste de Massimo Dutti. Utiliza el servicio de personal tailoring, pero la multinacional le exime de acudir a la tienda a tomar medidas.

Como abogado del Estado que es, Isla se caracteriza por su orden, prudencia y fiabilidad. Correcto, pero no visionario. También es ambicioso, aunque sin llamar la atención, y aquellos que intentan entablar amistad con él no lo tienen difícil, aunque tampoco fácil. «No abre puertas, pero tampoco te pone vallas», coinciden quienes lo conocen.

Pablo Isla sabe que Ortega y su esposa Flora Pérez son uña y carne, y que además ella es el alma máter de un grupo que hace piña. Los hermanos de la mujer del primer accionista juegan un papel fundamental. Dicen que mucho tuvieron que ver en el éxito, por lo que nadie discute su valía. Óscar, visionario y con el negocio en la sangre, es la pieza clave en Zara, y Jorge, la de Massimo Dutti. En el grupo también trabaja Carlos Mato, casado con la hermana de Flora Pérez.

Poco permeable a las modas de la calle, el presidente de la multinacional textil destaca en el momento de realizar los análisis económicos financieros de la compañía porque sabe con exactitud qué representa cada partida. Este conocimiento lo transfiere ante los inversores, analistas internacionales y medios de comunicación, y este trabajo no lo ha hecho mal teniendo en cuenta la revalorización de la acción desde que llegó.

Como es lógico, también mantiene conversaciones de manera habitual con Ortega, que suele llegar todas las mañanas a Arteixo sobre las 11 y se va sobre las 20.30 horas. Se mantiene al tanto de lo que pasa en la compañía en el más amplio sentido de la expresión: equipos, mercados, personal, decisiones... También recibe toda la información de las instrucciones que se dan en la parte inmobiliaria porque le apasiona. «Le gusta llevarse el gato al agua, se involucra, analiza los costes, el potencial de la tienda, de la zona comercial», apunta un excolaborador, quien recuerda los años en los que Ortega decidió asentarse en Nueva York, pese a que las tiendas no eran rentables. ¿Por qué lo hizo? No le importaba no poder vender el éxito, porque consideraba que había que hacer la inversión donde se estaban dirimiendo las tendencias, donde el mercado era más competitivo. Por eso decidió estar en la Gran Manzana.

Esta filosofía la entendió Isla nada más desembarcar en Inditex, cuando confesó que de la compañía nunca se iría, jurándole una especie de amor eterno. No es difícil de creer.