Hasta la Comisión mejora las previsiones de España ¿Exceso de optimismo? En absoluto ¿Crecemos? Sí, y bastante. Bueno, en España. ¿Y aquí? Levantando la rodilla del suelo, lo cual no es poco teniendo en cuenta que la Galicia que circula es un vehículo diseñado en los ochenta y al que apenas se le ha aplicado algún restyling de chapa. El motor sigue acumulando kilómetros, en espera de alguien dispuesto a asumir el coste de cambiarlo.
El crecimiento está siendo de libro y se sustenta, como era esperable, en el consumo privado, que a su vez cabalga sobre la certidumbre y la confianza del consumidor. Y aunque es cierto que en el plano político nadie sabe qué pasará, en el económico empieza a generalizarse un sentimiento: el de que el futuro solo puede ser mejor. Piense, por ejemplo que el comercio gallego se hundió porque le retiraron en siete años 7.000 millones de euros. En buena lógica, si esa cifra volviese podríamos retornar a datos del 2007. ¿Es posible? Bueno, por un lado, atesoramos en nuestra cuentas bancarias más de 50.000 millones, y por otro, estamos creando entre 5.000 y 7.000 nuevos asalariados al mes. Hay mimbre para el cesto.
Las previsiones, especialmente la de los organismos internacionales, se caracterizan tanto por tener una metodología rigurosa, como por construirse sobre estadísticas homologables. Pero este rigor tiene un coste, desprecia los indicadores adelantados, por tanto, en fase expansiva siempre van por debajo del ciclo. ¿Y el Gobierno? Suele hablar dos veces. Una, a través de su cuadro macroeconómico y en este sentido su metodología tiende a ser pareja a la de la Comisión o el FMI. Y otra a través de opiniones ministeriales, que no aportan oficialidad, pero alumbran. Hoy afirma que acabaremos el año en el 2,9 %, y al hacerlo sabe que es conservador. De hecho, lleva toda la crisis siéndolo. ¿Por qué? Al principio, para satisfacer a los mercados, que renegaban de vendedores de humos. Actualmente, por táctica, no adelanta expectativas.