La maldición de la dirección del FMI

ECONOMÍA

Los predecesores de Lagarde, Rato y Strauss-Kahn, se vieron obligados a abandonar el puesto por algún escándalo

27 ago 2014 . Actualizado a las 18:13 h.

La polémica vuelve a salpicar al asiento de la dirección del Fondo Monetario Internacional (FMI). Una vez más, el máximo representante del organismo económico vuelve a situarse bajo el foco mediático por temas bastante alejados de las decisiones y acciones que el propio fondo debería llevar a cabo para paliar los efectos de la crisis.

La actual directora del FMI, Christine Lagarde, ha sido finalmente imputada por presunta corrupción en el caso Tapie, un proceso por el que la justicia francesa persigue determinar si hubo corrupción en la atribución de una indemnización de 403 millones de euros al empresario Bernard Tapie en el 2007 por la venta de la empresa de equipamiento deportivo Adidas en los años 90.

Si la imputación acaba por propiciar la salida de la actual directora del FMI, Lagarde se convertiría en la tercera dirigente que abandona el cargo salpicada por la polémica. De darse esta situación, la institución internacional tendría que volver a apagar un gran fuego cuando las cenizas del anterior caso de corrupción, el de Dominique Strauss-Kahn, aún siguen sin estar del todo extintas.

Y es que Lagarde llegó a la Dirección General del FMI tras la dimisión de su compatriota Strauss-Kahn, quien se vio obligado a dejar su puesto tras ser acusado de un presunto caso de violación. El conocido como affaire Strauss-Kahn saltó a la palestra cuando Nafissatou Diallo, una inmigrante guineana, acusó al reputado político de haber intentado violarla mientras ella limpiaba la suite del Hotel Sofitel de Nueva York. A pesar de que Strauss-Kahn negó haber tenido cualquier contacto sexual con la joven, las pruebas de ADN demostraron que había semen suyo en las ropas de la mujer y los informes médicos probaron los daños causados a la inmigrante. Todas las acusaciones de Diallo se desmoronaron cuando se descubrió que la joven había mentido sobre su pasado para justificar su solicitud de asilo. Finalmente el asunto se cerró con un acuerdo económico entre la camarera y el político. Pero para Strauss-Kahn, el daño ya era irreparable. El escándalo provocó su renuncia como presidente del Fondo Monetario Internacional y, lo que fue más doloroso aún, su despedida a la candidatura a las primarias socialistas del 2011 con las que pretendía erigirse como presidente de Francia un año más tarde.

Antes de Lagarde y Strauss-Kahn, el español Rodrigo Rato -director gerente entre los años 2004 y 2007- abandonó su cargo antes de tiempo alegando unos «motivos personales» que jamás fueron explicados. «Es por responsabilidades familiares, en particular la educación de mis hijos», fueron las únicas palabras con las que el ex vicepresidente del Gobierno español se justificó.

Pocos años más tarde, un artículo de The New York Times ofrecía a los lectores algunas pistas y criticaba fuertemente a Rato por no haber alertado desde su posición privilegiada en el FMI de los problemas que comenzaban a enfermar a la banca europea y, en concreto, a la española. La Oficina de Evaluación Independiente del Fondo Monetario Internacional (o el grupo auditor independiente de la institución) se sumaba a las críticas y publicaba un devastador informe sobre la actuación de la institución en los años previos a la crisis financiera mundial, época en la que Rato ocupaba, precisamente, el asiento más importante del organismo.

Falta de rigor, peleas internas, su cambiante liderazgo, presiones políticas y sus arbitrarios criterios fueron solo la punta del profundo iceberg que el auditor sacó a la luz en el informe «Actuación del FMI en la fase previa a la crisis económica y financiera: La supervisión del FMI en 2004-2007». No obstante, los resultados de la investigación nunca fueron un ataque directo a Rato. El fin último del informe fue el de retratar a una institución que en más de una ocasión habría aplicado dobles raseros o la máxima arbitrariedad.

Tras su salida del despacho de Washington, Rato ocupó la presidencia de Caja Madrid y se convirtió en el máximo impulsor de una macrofusión, la de Bankia, que acabaría casi en quiebra y que le han llevado a vivir permanentemente pendiente de los tribunales y bajo la supervisión continua de su gestión en la entidad.

El escándalo parece ir de la mano del otrora ansiado sillón del director gerente del FMI. La maldición ha provocado que entre los cuarteles generales de la institución se comience a mirar con cierto recelo un puesto que parece traer más disgustos que satisfacciones.