«Santa Ana»: Los «hermanos» que el mar separó

María Hermida
maría hermida RIBEIRA / LA VOZ

ECONOMÍA

MARCOS CREO

Los náufragos del pesquero eran una familia; algunos jugaban juntos de pequeños

23 mar 2014 . Actualizado a las 12:56 h.

Manuel Simal, de Muros, es el único que vive para contar las historias íntimas del Santa Ana; el día a día en el buque hasta que las rocas del cabo Peñas se cruzaron en su camino y ocho de sus nueve tripulantes no salieron con vida. Simal, que reconoce que todavía cuenta lo ocurrido como si le pasase «a unha terceira persoa, non a min», habla muy bajo y muy lento cuando narra las últimas horas antes de la tragedia, lo que vino tras chocar con las rocas, su desgarradora lucha para salir con vida de aquel infierno de agua mezclada con combustible en el que se convirtió la nave... Pero la voz se le anima cuando uno le pide que vaya más atrás; que rebusque entre sus recuerdos, en cómo era la vida antes de la muerte. Cuenta historias maravillosas, y uno concluye enseguida: en el Santa Ana trabajaba una familia. Eran hermanos, amigos, y a la vez compañeros de faena.

Muros, Indonesia y Portugal

La tripulación del Santa Ana estaba compuesta por marineros de Muros, Indonesia y Portugal. Los muradanos eran todos de las aldeas de Abelleira y Tal, a tiro de piedra una de la otra. Algunos, como Manuel Simal, el superviviente, e Indalecio, segundo patrón y cocinero, ya enterrado en Abelleira, jugaban de pequeños, salían juntos en la adolescencia y el destino quiso que terminasen en el mismo barco. También Manuel Tajes, todavía desaparecido y del mismo lugar y edad que los otros dos, tenía una estrecha relación con ellos. Eran vecinos, amigos y compañeros. No solo ellos, sino sus mujeres e hijos son amigos. Con Lucas, el otro muradano fallecido, no coincidían en edad pero conocían a su familia de toda la vida. Y todos le habían cogido cariño por su alegría, su pasión por el fútbol y sus ganas de trabajar. «A última fin de semana, cando viñemos á casa, aínda ceamos Indalecio, a súa muller e eu e a miña na nosa casa, tiñamos moita amizade», recuerda Simal.

El patrón, muy experimentado

También la relación era muy buena con Wasito y Suherman, los indonesios, también fallecidos. Y los portugueses Victor José Farinhas, aún desaparecido, y Francisco Gomes, fallecido. De este último, patrón de costa del barco y de quien se dice que pudo tener un despiste o una indisposición para que el barco chocase, Simal dice: «Non sei o que lle puido pasar, son todo suposicións. Pero levaba toda a vida de patrón, tiña moita experiencia. Ao mellor tivo un despiste, pode ser, eu non o sei». Con ellos, con Wasito, Suherman y los compañeros portugueses, los muradanos, además de tareas compartían, por ejemplo, horas frente al televisor viendo correr a Alonso o a Pedrosa y Lorenzo.

Incluso de Marcos del Agua, el asturiano también fallecido que completaba la tripulación como alumno en prácticas, hay anécdotas entrañables: «Só estivera con nós uns días. A primeira vez que embarcou chamoulle moito a atención o barco, dixo que parecía o Columbia. O pobre mareouse pero ao día seguinte recuperou, comeu e xa estivo con nós. A semana anterior non viñera, non sei se porque era o entroido, e xusto ese domingo si subiu con nós. Cando o vin, pouco antes do accidente, aínda estaba coa súa mochila, na ponte».

Las últimas horas

Es al recordar ese día, la jornada en la que todo cambió, cuando su voz vuelve a ser susurrante. Habla de ese último viaje desde Muros hacia Avilés, para pescar toda la semana. Fue uno más. Ese día tocó ir viendo una película. A veces ponían el fútbol. Llegaron, embarcaron y partieron. Simal, junto con Francisco, Indalecio y Marcos -patrón de costa, segundo patrón y cocinero y el alumno en prácticas- fue en el puente hasta veinte minutos antes del choque. Dice que todo iba bien.

El colacao de Indalecio

Luego él se retiró al camarote. Y cree que a los pocos minutos debió hacerlo también el joven asturiano. Se imagina, aunque reconoce que son suposiciones, que, como siempre, Indalecio bajaría a hacerse su tradicional colacao. Y que Francisco, ya solo en el puente de mando, quizás, o se despistó o algo le pasó... «Indo os dous paréceme difícil que ocorrese algo. Ao mellor Indalecio estaba na cociña e cando subiu xa levaramos o golpe. É o que eu me imaxino».

Cuando aún no había apagado la luz del camarote ni conciliado el sueño, sintió un gran golpe. Se cayó de la cama. Se fue la luz. Empezaba así su lucha por salir vivo. Aunque primero se creyó muerto. «Cando estaba no pasillo, coa auga ata arriba, buscando un oco para respirar pensei que xa non había remedio», reconoce. El destino y la presión del agua quiso que él, un hombre corpulento, saliese disparado como un corcho por un hueco mínimo tras desgarrarse los dedos abriendo un ventanuco. «Se o intentase hoxe seguro que deixaba a pel, pero nese momento a auga fixo presión e botoume fóra». Luego, le tocó nadar, agarrarse a una lancha salvavidas y, al fin, ser cogido por un pesquero. A bordo, desnudo y herido, llamó a su mujer. Sus palabras delatan lo consciente que fue de todo: «Díxenlle que o barco fora a pique, que eu estaba vivo e o resto mortos». Ahí empezó el primer minuto del resto de su vida y acababa la de sus ocho hermanos del Santa Ana.

«Cando estaba no pasillo do barco coa agua ata a cabeza pensei que se acabara todo»