La crisis financiera se traslada a los países emergentes

uan Arjona

ECONOMÍA

Las naciones en vías de desarrollo tratan de contener la fuga de capitales. La retirada de los estímulos monetarios en EE.UU. provoca la depreciación acelerada de numerosas divisas

02 feb 2014 . Actualizado a las 17:56 h.

El 2 de julio de 1997, el Banco de Talilandia agotó sus fuerzas -sus reservas-, se rindió a los mercados y decretó la flotación de su moneda nacional, el baht. El pánico hizo el resto. El capital financiero, un gigantesco alud de yenes y dólares que había financiado la euforia del país asiático, huyó despavorido. La cotización del baht, pese a que el banco central tailandés elevó bruscamente los tipos de interés, se hundió en pocos meses. Rápidamente se produjo el contagio. La infección alcanzó primeramente a sus vecinos, Malasia e Indonesia, y se extendió después por gran parte de Asia, hasta alcanzar a Rusia y América Latina. La crisis liquidó el «milagro asiático» y los países emergentes vivieron entonces su Gran Depresión.

El 24 de enero de 2014, el Banco Central de la República Argentina, exhaustas sus reservas, dejó de respaldar la cotización de su moneda nacional, levantó el llamado «cepo al dólar» y autorizó, con ciertas restricciones, la compra de dólares por particulares. El peso se hundió. Su cotización cayó un 15 % con respecto al dólar en un solo día y más del 34 % en el mes de enero.

Los países emergentes tomaron nota del descalabro argentino y se aprestan a defender, con uñas y dientes, sus respectivas monedas. Solo si tienen éxito podrán evitar una letal fuga de capitales hacia el mundo desarrollado. Si fracasan, el fantasma de la crisis asiática de 1997 tomará cuerpo de nuevo.

el dinero cambia de ruta

El capital financiero siempre se arrima al sol que más calienta. Busca alta rentabilidad y bajo riesgo, si bien, como ambas cosas son contradictorias, hay inversores audaces -los hedge fund, por ejemplo- que priorizan la primera y los hay conservadores que optan por la seguridad. En todo caso, durante los años más crudos del invierno que aún azota a buena parte de Occidente, el clima cálido solo lo garantizaban los países emergentes o en vías de desarrollo. Alta rentabilidad de las inversiones y riesgo razonable, decían sus prospectos turísticos. Hablamos de países que, mientras media Europa atravesaba una segunda recesión, ellos sobrevolaban plácidamente la crisis y crecían en promedio un 4,9 %, según datos del FMI referidos al año 2012.

Había además -y aún hay- mucho dinero en circulación. La Reserva Federal estadounidense (FED), mediante la política del quantitative casing, inundó de liquidez medio planeta. Milton Friedman había propuesto en su día, para combatir la deflación, políticas monetarias expansivas. Utilizó entonces una metáfora contundente: la del helicóptero que riega de billetes la depauperada economía. Ben Bernanke, presidente de la FED hasta el pasado viernes, experto en la Gran Depresión del 29, pasó de la teoría a la práctica y pilotó el helicóptero de Friedman durante los tres últimos años. Mantuvo los tipos de interés de referencia en el entorno del 0 % y, mediante la compra masiva de bonos del Tesoro y otros títulos, se ganó merecidamente el apelativo de Helicóptero Ben. La máquina de fabricar dólares funcionó a toda pastilla y mucho de ese dinero barato, además de reanimar la economía estadounidense, se filtró hacia los países emergentes, seducido por sus elevados tipos de interés.

Pero, de repente, a partir del ecuador del año pasado, los grandes flujos de dinero que regaban las economías de muchos países emergentes comenzaron a cambiar de dirección y emprendieron el camino de regreso. ¿Por qué?

FUGA DE CAPITALES

Pongámonos en la piel del gestor de un fondo de inversión. Maneja miles de millones y decide colocarlos en títulos de deuda pública. Puede optar por adquirir bonos del Tesoro estadounidense a diez años de plazo y obtener una rentabilidad anual del 2,7 %. Pero dispone de alternativas a priori más atractivas: el rendimiento de un bono soberano de Sudáfrica ofrece un rendimiento del 8,7 %; el de India, del 8,8 %; el de Turquía, del 10?% y el de Brasil alcanza el 13,3 %. Esos eran los rendimientos el pasado viernes.

Tales diferenciales explican la benéfica lluvia de millones que descargó sobre esos países. Pero, además del tipo de interés, existe otro factor determinante de la rentabilidad de la inversión: las expectativas sobre el tipo de cambio. Si el gestor del fondo sospecha que se avecina una devaluación de las monedas de esos países, tratará de escapar a toda prisa. Antes de que el dólar se revalorice y el gestor necesite más liras, o más reales, o más rands para recuperar su inversión. Veamos un ejemplo. El rendimiento del bono turco supera en 7,3 puntos al del bono estadounidense, pero si la moneda turca -la lira- se deprecia un 7,3 %, la ventaja se anula. Y si la lira sigue cayendo, la inversión realizada en dólares será ruinosa.

Eso es lo que está ocurriendo: las monedas de los países emergentes se están devaluando. Las expectativas son de que sigan cayendo y los inversores huyen con su dinero hacia refugios más seguros. La fuga de capitales, además, es un proceso que se retroalimenta: a medida que crece la hemorragia, decrece la confianza y las monedas nacionales se hunden cada vez más.

EL HELICÓPTERO SE REPLIEGA

En mayo del 2013, Ben Bernanke anticipó el repliegue de la política de estímulos monetarios. En algún momento había que ponerles fin, dijo. El helicóptero estaba a punto de culminar su labor e iniciaba, paulatinamente, el regreso al hangar. Había cumplido con creces la misión encomendada: fumigar con dólares la economía estadounidense para recuperar la actividad y el empleo. Había inyectado en el circuito económico más de tres billones de dólares -casi tres veces el PIB español-, cuadriplicando con creces el balance de la Reserva Federal: sus activos pasaron de 900.000 millones de dólares a los más de 4,1 billones actuales.

En su reciente despedida, el ya expresidente de la Reserva Federal hizo balance de la cosecha obtenida. La economía de Estados Unidos creció en 16 de los 17 últimos trimestres, se crearon más de ocho millones de puestos de trabajo y la tasa de paro se redujo del 10 % registrado en el 2009 al 7 %. Su sucesora al frente del banco central, Janet Yellen, prevé un crecimiento del 3 % para este año. Cumplidos los objetivos, encaminado el país norteamericano por la senda del crecimiento sostenido, la máquina de fabricar dinero está bajando sus revoluciones y, previsiblemente, se detendrá a final de año.

Durante su etapa de vuelo, el helicóptero aportó financiación a los países emergentes. Y también alguna «mercancía» menos grata como la inflación. Pero su retirada también tendrá perversos efectos secundarios en aquellas economías. El final de la política monetaria expansiva supondrá una revalorización del dólar y, consiguientemente, la depreciación de las demás monedas. Evidentemente, lo pasarán peor los países que viven al fiado: los que soportan elevados déficit por cuenta corriente y muestran, por tanto, mayor dependencia de la financiación exterior.

Para recalcar la heterogeneidad de ese grupo de países llamados emergentes de forma harto imprecisa, se ha utilizado una metáfora muy gráfica: al bajar la marea sabremos quienes se bañaban desnudos. Es decir, finalizada la época del dinero abundante y barato, podremos observar las fortalezas y debilidades de cada uno de esos países.

LOS TORNIQUETES

¿Cómo se defienden los países emergentes que asisten al desplome de sus monedas y a la fuga de capitales? Cada uno como puede. Con las manos desnudas o con la artillería de que disponen sus respectivos bancos centrales. En realidad, a corto plazo, solo disponen de dos mecanismos: gastar sus reservas o subir los tipos de interés.

¿Cómo se defiende una moneda? Cuando un país quiere depreciar su divisa, lo tiene fácil: fabrica más dinero. Cuando, por el contrario, quiere revalorizar o simplemente sostener la cotización, el mecanismo es el inverso: debe retirar moneda nacional de la circulación. Y para hacerlo tiene que echar mano de sus reservas y comprar aquellos billetes que había emitido su propio banco central.

Esto es lo que hizo Argentina desde el 2011, para evitar el descalabro del peso frente al dólar. La defensa le costó más de 20.000 millones de dólares y al final tuvo que rendirse. Ya no le quedaba munición: los 30.000 millones de dólares escasos que le quedaban en caja los necesita para atender a sus obligaciones con los acreedores externos.

Eso es lo que hizo también Brasil, esta vez, al menos momentáneamente, con éxito: la cotización de 2,4 reales por dólar se mantiene prácticamente estable desde agosto del año pasado. A costa, claro está, de propinar una dentellada de 60.000 millones de dólares a sus reservas. Pero las reservas del país están bien nutridas: aún cuenta con más de 300.000 millones en la caja fuerte de su banco central.

El segundo torniquete para frenar la hemorragia de capitales y apuntalar la moneda consiste en subir los tipos de interés. El incremento mejora el atractivo del país para el capital extranjero, modera la inflación y contribuye a reducir el déficit por cuenta corriente. Como contrapartida, también enfría la economía y rebaja las tasas de crecimiento. No se puede pedir todo.

Esta segunda vía es la adoptada por varios países como Sudáfrica, India o Turquía. En este último caso, la terapia ha sido especialmente contundente: en su intento de atajar la devaluación de la lira, el banco central de Turquía subió en 4,25 puntos porcentuales, de una tacada, sus tipos de interés: del 7,75 % pasaron de golpe al 12 %.

¿Serán capaces los países emergentes de superar las turbulencias? ¿O estamos asistiendo, por el contrario, al preámbulo de una reedición de la crisis asiática de 1997? Son preguntas todavía sin respuesta. Los más optimistas, entre los que se incluye el Fondo Monetario Internacional, sostienen que la tempestad es pasajera. Y hay expertos que, en el otro extremo, auguran devaluaciones del 30 % o más de muchas monedas emergentes. A juzgar por los precedentes, vaya usted a saber. Los economistas son gentes que se pasan media vida explicando por qué se equivocaron. La otra media la habían empleado en hacer predicciones.