La desgarradora historia común

Jorge Casanova
JORGE CASANOVA CARBALLO / LA VOZ

ECONOMÍA

JOSE MANUEL CASAL

Tras una vida trabajando en Suiza, regresaron para poner sus ahorros en subordinadas

12 may 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Amadeo y María Isabel viven en una pequeña casa entre Carballo y la playa de Razo. Allí, en un salón que captura toda la luz del día, entre decenas de fotos de hijos y nietos, me cuentan su vida. La trayectoria de esta pareja podría representar la de muchas otras; la de miles, decenas de miles, protagonistas de un episodio grotesco, que las generaciones venideras recordarán como una infamia. Es una historia extraordinaria, pero tristemente común.

Caión-wollen

«Cos primeiros cartos merquei esta finca, un armario e unha televisión». La historia arranca sin tristezas. Al contrario, a Amadeo le brillan los ojos: «Empecei na escola aos nove anos e, aos doce, meu pai xa me sacou para embarcarme na Terceira Panchita, en Caión». Desde aquel día hasta hace un año, Amadeo no paró de trabajar. Pasó la adolescencia pescando, poniendo barrenos en las minas de wólfram, haciendo las carreteras del franquismo, vendiendo patatas en Vigo... casi siempre sin seguro y por cuatro perras. Con 15 años empezó a andar con María Isabel y, en cuanto cumplió los 16, se casaron. En 10 meses ya tenían un crío y, antes de que el chaval cumpliera el año, Amadeo hizo su primer viaje a Suiza.

Recuerda que le hicieron el DNI y el pasaporte porque estaba casado y viajaba con contrato de trabajo. «Despois de nove meses, cando viñen, merquei esta finca, onde fixemos a casa, por 55.000 pesetas; un armario e una televisión». A partir de ahí, Suiza se convirtió en un hogar provisional: nueve meses allí y tres en Carballo. Amadeo cuenta que estuvieron de encargados de un establecimiento hostelero, en la construcción, en restaurantes. Él tuvo que pasar antes el trámite de la mili, a la que fue con dos hijos que no le evitaron cumplir dieciocho meses de servicio.

En uno de los primeros viajes que Amadeo hizo en avión, cogió un vuelo de Aviaco a Madrid y, a la vuelta, el aparato se estrelló en Montrove dejando un saldo de 86 muertos: «Cando cheguei a Ginebra e me enterei do accidente, puxéronseme todos os pelos de punta». Amadeo y María Isabel siguen sonriendo, reconfortados por el calor de los viejos tiempos, un territorio agradable, un oasis: «Nós estivemos en Suíza para traballar, para aforrar, pero tamén para vivir», dice ella, y salen a relucir el grupo folclórico del que participaban, las paparotas en el centro gallego: «Chegou a vir Manolo Escobar, Azúcar Moreno, Los Chunguitos...».

Retorno amargo

«Viñemos a buscar a ruína». Llegamos a 1997. El cambio de escenario. El relato empieza a oscurecerse: «Daquela pintaban España do color do arco iris. Dicíanche que regresaras, que estaba todo moi ben. Os fillos xa tiñan o seu porvir alí, así que viñemos», recuerda Amadeo. «Viñemos a buscar a ruína», apunta su mujer.

Los Pardo se metieron en su casita, encontraron empleo y se dispusieron a disfrutar de una vida cómoda. Dejaron sus ahorros, como habían hecho siempre, en una entidad bancaria gallega. Durante años, se resistieron a comprar productos financieros más allá del plazo fijo, hasta que un día... «Dixéronme que era mellor que o cambiara, que tería que facer menos trámites, que en tres días podería dispoñer do diñeiro», relata María Isabel. Cuando empezó el runrún de las preferentes, Amadeo, mosqueado, fue al banco a sacar dinero: «Díxenlles que era para facer unhas reformas na casa, e me contestaron que me podían prestar os cartos. ¡Íbanme prestar os meus propios cartos!». Y se descubrió el pastel.

Los Pardo tienen los ahorros de toda su vida en subordinadas que vencen a principios del 2015. Aún no sabe cuánto podrá recuperar, pero sí que seguramente será en acciones de la entidad bancaria. Es decir, hoy por hoy cree que lo han perdido todo o casi todo.

Nudos corredizos

«Temos dous netos pequenos en Suíza que aínda non coñecemos. Non temos diñeiro para a viaxe». «Fíxenme á idea de que non vou recoller nada; de que metín o pantalón na lavadora con todos os cartos xuntos no bolsillo. Os teño, pero non me serven de nada». Se dice pronto, pero hasta llegar a ese punto de equilibrio mental, Amadeo confiesa que ha pasado por zonas muy oscuras: «Ao principio estiven preto de coller unha corda e colgarme. Polas noites soñaba que o facía. Nunca fixera un nudo deses, pero, case sen darme conta, cada día facía un».

María Isabel baja la vista ante la crudeza de Amadeo, que invade y silencia el comedor. La plataforma nos saca a todos del atolladero: «Parecíame que era o único, o máis burro, un analfabeto. Pero na plataforma coñecín outras persoas. Vin que había xente de todo tipo. Foi como ir ao psicólogo». Y en ese singular psicólogo siguen los dos. Cada jueves cierran la oficina bancaria de Carballo; el martes van a la de Ponteceso y así van transcurriendo los meses, mientras sus ahorros parecen cada vez más lejanos.

Amadeo está ahora en paro. Los Pardo, que podrían vivir muy cómodamente, se están arreglando con dos subsidios que suman menos de 900 euros: «Temos dous netos pequeniños en Suíza que aínda non coñecemos», dice María Isabel, la abuela: «Non podemos ir a velos. Non temos diñeiro». Añaden que sus hijos les ofrecieron pagarles el viaje cuando nacieron los niños (primero uno que ya tiene once meses y luego otro que cumplió cinco), pero que no quieren abusar, que los chavales ya tienen que enviarles dinero de vez en cuando y que, al fin y al cabo, en verano se reunirán todos para el bautizo de los dos. Amadeo cabecea: «Nós, que poderíamos estar tranquiliños, sacar cincocentos ou mil euros cando quixera para facerlles un cariño aos netos... e mire. Nin podemos ir a coñecelos por culpa desta xente».

Volver a emigrar

«O que non entendo é como non hai un estoupido social». Desde luego, los Pardo ponen nombre y apellido a quienes les dijeron que sí, que era un producto seguro, que su dinero no corría peligro. Saben quiénes son porque los conocen desde hace muchos años, aunque nunca pensaron que aquella gente tan cordial los llevaría de la mano hacia el precipicio. Se intuye la ira contenida por debajo del relato, aunque Amadeo, que ha cambiado la depresión por el activismo, insiste en que son pacíficos: «Aínda que xa vexo como queren criminalizarnos. Din que agreden aos empregados porque lles berran».

Seguramente, en algún pequeño lugar del corazón de esta familia pervive una leve esperanza, pese a tantos llantos y negros pensamientos. Amadeo dice que ha conocido casos peores. Gente que está perdiendo su casa por no poder pagar la hipoteca, por ejemplo. Él tramita papeles para volver a Suiza, quién se lo iba a decir. A dar el callo otra vez. Hasta se le ve ilusionado con la posibilidad. Se nota que Amadeo aún tiene el motor en marcha, aunque 58 años es una edad difícil para que te contraten. Coge de la mano a su mujer y sonríe: «Todo isto fixo que nos xuntáramos máis que nunca», que ya es decir. Dice Amadeo, por si quedara alguna duda, que nunca más volverá a confiar en un banco, aunque seguramente lo que está diciendo es que nunca más volverá a confiar en el sistema: «O que non entendo é como non hai un estoupido social».