La isla claudica tras una dura batalla contra la troika

Cristina Porteiro
Cristina Porteiro BRUSELAS / E. LA VOZ

ECONOMÍA

26 mar 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Chipre llegó a Bruselas derrotado de antemano. El país más pequeño de la zona euro tenía dos opciones, cualquiera de ellas dolorosa. O aceptar las exigencias de la troika (BCE, Comisión Europea y FMI) y de sus socios del Eurogrupo a cambio de la ayuda financiera, o seguir el camino en solitario hacia la quiebra del Estado. El BCE se lo había dejado muy claro. Si no había acuerdo sobre el programa de rescate, le cerraría el grifo de la liquidez a sus bancos.

El presidente chipriota, Nikos Anastasiadis, quería evitar a toda costa la quita a los grandes depósitos que pedía insistentemente la troika. Pero no lo consiguió. La presión a la que fue sometido por el FMI, el BCE y la Comisión terminó por surtir efecto, y el líder conservador selló la rúbrica de un acuerdo que reportará al país una ayuda de 10.000 millones de euros a cambio de un duro programa de ajustes estructurales.

Líneas rojas

La tensión en las negociaciones fue en aumento. El líder chipriota se reunió en la tarde del domingo con el presidente del Consejo, Herman van Rompuy; el presidente de la Comisión, José Manuel Durão Barroso, y su comisario de Economía, Olli Rehn. También lo hizo con el líder del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem. Pero las conversaciones más agrias fueron las que tuvieron lugar entre Anastasiadis, la directora del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, y el presidente del BCE, Mario Draghi. Las líneas rojas de la negociación se mantuvieron intactas y ni Lagarde ni Draghi hicieron concesiones hasta casi entrada la noche.

«La paciencia de la troika tiene un límite», había advertido la canciller alemana, Angela Merkel, en las horas previas al encuentro del Eurogrupo del domingo, poniendo más presión sobre los hombros de los chipriotas. Las negociaciones, a puerta cerrada, parecían estancadas. No trascendía ninguna información y las sensaciones no eran buenas. Todas las alarmas saltaron pasada la media tarde e hicieron pensar en el peor de los desenlaces para Chipre y la eurozona. Anastasiadis, exhausto, intentó en un último esfuerzo salvar al Banco de Chipre de la liquidación que exigía el FMI y amenazó a los negociadores con dimitir.

Situación límite

La situación era límite. Chipre necesitaba el rescate a toda costa y la troika quería impedir una rotura en la eurozona que agitase viejos fantasmas en los mercados. Pero ninguno parecía estar dispuesto a ceder. Quedaban horas para que el BCE cumpliese su amenaza de paralizar el flujo de crédito a los bancos chipriotas y no parecía que Draghi se fuese a echar atrás esta vez.

Con la bomba a punto de explotarle en las manos, Anastasiadis aceptó el acuerdo. La troika, a cambio, tragó con reestructurar el Banco de Chipre y no liquidarlo como había propuesto inicialmente.

Con el programa ya diseñado, Chipre se dirigió a sus socios del Eurogrupo, dispuestos a aprobar sin demora el plan que pone fin, al menos de momento, a uno de los problemas más complejos a los que se ha enfrentado la unión monetaria.

Chipre ha sido el gran derrotado, era inevitable. Pero no es el único. La gobernanza de la zona euro ha hecho agua y la mala gestión de esta crisis ha dejado la puerta abierta a la desconfianza.