La crisis dispara la comercialización ilícita de tabaco en España y Europa

Julio Á. Fariñas REDACCIÓN / LA VOZ

ECONOMÍA

En cuatro años las ventas de contrabando en España ha pasado del 5 al 15 %, a pesar de que en el 2012 solo en nuestro país se movilizó mercancía por valor de 25 millones de euros

23 may 2021 . Actualizado a las 18:55 h.

Fumar genuino american blend, llámese Winston, Camel o Marlboro, aunque sea de marcas fabricadas en España, como el Fortuna o el popular Ducados, en definitiva, esos pitillos que se venden legalmente en los estancos de toda la vida, es un vicio cada vez al alcance de menos bolsillos, máxime en los tiempos que corren.

La alternativa tradicional era Winston de batea, que inundó los mercados, especialmente los de los países del sur de Europa, a comienzos de la década de los 80 hasta mediados de la de los 90.

La cajetilla era la misma, salvo el precinto del impuesto. El contenido era otra cosa. Inicialmente, provenía de aquella producción a la que las grandes multinacionales del sector no le habían podido dar salida en el mercado legal porque no superaba los controles de calidad en sus mercados tradicionales del primer mundo. Luego, como el negocio funcionaba mejor de lo previsto, surgieron en territorio europeo fábricas que producían directamente para el contrabando, aunque oficialmente se exportaba a terceros países.

La delincuencia organizada en los territorios donde ya estaba consolidada, como Italia, descubrió en el tabaco de contrabando uno de sus negocios más lucrativos y de menor riesgo.

En España, muy especialmente en Galicia, País Vasco, Andalucía y Extremadura, el contrabando fronterizo de la postguerra, inicialmente de subsistencia, se convirtió en industrial, aprovechando el vacío legal derivado de la entrada en vigor de la Constitución de 1978. Así se sentaron las bases sobre las que se consolidaron unas poderosas organizaciones delictivas que, al menos en el caso de Galicia, no tardaron en reconvertir sus engrasadas infraestructuras logítica a otros contrabandos más rentables como el de la droga, primero solo hachís y luego también cocaína.

El 80 % de impuestos

Como quiera que del precio final de cada cigarrillo vendido legalmente en los estancos el 80 % son impuestos, el 8,5 % el margen comercial de los estanqueros, y el resto es lo que se queda el fabricante, el fraude fiscal llegó a alcanzar tales magnitudes que a las autoridades comunitarias y estatales no les quedó mas remedio que reaccionar y tomar cartas en el asunto. La primera respuesta contundente fue la operación Columbus, a mediados de los años 90, que también se inició en Galicia.

La presión policial y la apertura de nuevas vías de negocio para los contrabandistas históricos más profesionales hicieron que la comercialización ilegal de tabaco, que había llegado a tener el 25 % de la cuota de mercado decayese progresivamente hasta convertirse a principios de este siglo en una actividad marginal, circunscrita a determinadas áreas geográficas muy concretas, próximas a mercados con baja fiscalidad, como Andorra o Gibraltar.

Pero la creciente carga impositiva en los mercados tradicionales, unida a una presión cada vez mayor de los gobiernos en materia de prevención del tabaquismo, a golpe de leyes que acotan y reducen los espacios para los fumadores, así como la prohibición de la publicidad del tabaco, provocó una auténtica conmoción en las multinacionales del sector que, además, se vieron acosadas por demandas judiciales multimillonarias por su presunta connivencia con los contrabandistas y se vieron obligadas a pactar compensaciones a los gobiernos más perjudicados por el fraude fiscal e incluso se han prestado a colaborar activamente en las campañas de prevención del tabaquismo.

Nuevos mercados

Paralelamente, los grandes del sector -Philip Morris, British American Tobacco, Japan Tobacco e Imperial-Altadis- se embarcaron en una política de captación de nuevos mercados. Algunas de sus estrategias fueron la adquisición de fábricas en países del tercer mundo con sectores menos regulados, como los africanos, la diversificación de marcas o la compra de firmas dedicadas a la elaboración de productos específicos para el mercado autóctono, como el tabaco para pipas de agua en Egipto.

Las perspectivas de crecimiento de productos como el tabaco de liar, cuyas ventas aumentaron el 400 %, llevaron a alguna multinacional a adquirir una importante fábrica de este tipo de labores radicada en Bélgica. Todo ello les sirvió para compensar la caída de las ventas de las grandes marcas tradicionales destinadas al mercado global.

Pero en la actualidad, según distintas fuentes del sector, la gran amenaza para sus intereses y para el fisco de los distintos países son las falsificaciones y, sobre todo, las marcas blancas, las illicit whites, en el argot de los tabaqueros.

Falsificaciones

Si el contrabando tradicional consistía en desviar productos genuinos de la cadena de suministro legítima al mercado negro y venderlos al por menor, sin pagar impuestos ni aranceles, las falsificaciones son productos protegidos por derechos de propiedad intelectual que se fabrican sin autorización de los titulares de esos derechos, copiando la marca, explotando los grandes avances que se han registrado en los últimos años en las tecnologías de impresión para realizar reproducciones de alta calidad.

No todas, pero al menos una buena parte de esas falsificaciones provienen de China y entran desde los países árabes en los mercados europeos en contenedores que declaran oficialmente mercancía legal. En muchos casos, la cobertura son las flores artificiales que, según los expertos, son el producto que mejor permite evitar que el tabaco sea detectado por los escáneres aduaneros.

Según expertos aduaneros, un contenedor de tabaco falsificado tiene en origen un valor de poco más de 100.000 dólares; en destino se multiplica por diez, solo para el mayorista.

Marcas blancas

Pero lo último en materia de contrabando son las marcas blancas. Son productos que se fabrican de forma lícita en determinados países, fundamentalmente repúblicas exsoviéticas como Ucrania, Bielorrusia y Moldavia, así como los Emiratos Árabes, e incluso dentro de territorio europeo, concretamente Andorra e Italia.

Teóricamente la producción de estas fábricas es para el mercado local, pero en la práctica está destinada al contrabando.

La gran ventaja de las marcas blancas sobre las falsificaciones radica en que están elaboradas con tabaco de mayor calidad. «No está mal», suele decir el consumidor final que, además, en la actual coyuntura constata que se puede ahorrar dos o tres euros por cajetilla.

Por otra parte, estas marcas blancas con nombres raros -Jing Ling, Richman, Raquel, Capital, Yesmoke y así hasta más de una treintena- que pueden ser disuasorios para el fumador tradicional, no encuentran el mismo rechazo en el público joven, menos fidelizado por las marcas clásicas que hace años ya no cuentan con el apoyo de la publicidad en ningún soporte.

Su gran atractivo es el precio, que puede ser la mitad o menos de lo que cuesta una marca clásica en el estanco.

Las marcas blancas con más solera, como Jing Ling, Camelot o Raquel, ya han logrado cuotas de mercado en torno al 30 % en países de fuerte presión fiscal o altos precios, como Gran Bretaña y Alemania.

En la actualidad, en España el negocio del contrabando de tabaco se centra en las marcas blancas. Su cuota de mercado -por encima del 15 %- se ha triplicado en los últimos cuatro años y en zonas de nuestro país como el Campo de Gibraltar supera el 20 %. Según datos de la Comisión del Mercado de Tabacos (CMT), en la actualidad la cuota de mercado en nuestro país de la marca clásica legal más vendida -Marlboro- apenas supera el 13 % y Winston, que es la segunda, se sitúa en el 12 %.

El mercado del tabaco de contrabando priva de unos ingresos superiores a los 1.000 millones de euros anuales al fisco español, que recauda cada ejercicio 9.600 millones por IVA e impuestos especiales del tabaco, un sector que en la actualidad genera unos 56.000 empleos en nuestro país.