Del soborno de los pollos y las fantas a los billetes de 500 euros

espe abuín REDACCIÓN / LA VOZ

ECONOMÍA

CAPOTILLO

Además de la falta de ingresos porque no van los barcos europeos, la economía mauritana se resiente al verse privada de las extorsiones

21 oct 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

La economía de Mauritania se mueve a caballos de vapor. Los que llevan los motores de los barcos extranjeros que pagan peaje por faenar frente a sus 720 kilómetros de costa en la que abundan especies demersales, crustáceos y, lo que más atrae a la flota gallega: cefalópodos. Solo porque pescaran allí 130 barcos comunitarios, el país recibía de Bruselas 76 millones de euros al año, aparte del canon que tenían que satisfacer los armadores.

Pero al margen de los beneficios económicos que el entramado pesquero provocaba en las cuentas oficiales del país -según un informe del Instituto de Comercio Exterior (Icex) supone el 5,3 % del PIB-, la presencia de barcos extranjeros fomentó una red paralela de entrada de ingresos: la procedente de los sobornos. Extorsiones con las que funcionarios del Estado completaban su exiguo sueldo. Y ningún empresario se ha librado. Es más, ese fondo de reptiles es casi un gasto fijo en la cuenta de explotación de la empresa.

Antonio -nombre supuesto- se enteró de la expulsión de los cefalopoderos gallegos cuando llevaba ya unos años jubilado. Y al conocer la noticia no pudo evitar evocar las imágenes de la primera vez que fue testigo de una mordida. Estaba enrolado en uno de los primeros barcos que probó suerte en Mauritania, pues por entonces la mayoría de los cefalopoderos faenaban en Marruecos y solo cuatro apostaron por las aguas mauritanas. Y fue, por tanto, uno de los primeros clientes de la red de chantaje. «Chegaban nunha lancha de madeira, pouco máis grande que unha gamela, cunha ametralladora chea de óxido e tapada cunha lona, descalzos, cos pantalóns de uniforme de media perna, e non porque foran cortos, senón porque estaban raídos... ¡Ata che miraban con medo!», recuerda el marinero, natural de Barbanza.

Pago en especies

En esos primeros años, les valía todo. «Dáballes igual. Todo lles valía». Hasta las zapatillas de los marineros. Literalmente. En el barco hay una zona de la habilitación que la tripulación usa para ponerse la ropa de aguas y las botas antes de acceder al parque de pesca. Allí dejaban las zapatillas o las chanclas con las que andan por el barco. «Nada máis entrar alí o primeiro que facían era poñer o calzado que atopasen, porque non tiñan». Ese botín se complementaba con cualquier otro producto que hubiese a mano: una caja de leche, de pollos, un saco de patatas, una caja de fantas, unas coca-colas. Para evitar la sanción, era suficiente con pagar en especie. Cualquier especie.

La institucionalización

Pero a medida que el soborno se fue institucionalizando, las chanclas, los pollos y las fantas dejaron de ser moneda de curso legal. Inspectores y observadores pasaron a exigir, preferentemente, papel moneda, primero el que timbraba el Banco de España, y más recientemente, el que lleva el sello del Banco Central Europeo. «Nunca menos de cen mil pesetas. E, ademais, 25 ou 30 caixas de peixe. ¡Ah, pero non lles valía de calquera! Tiña que ser de pulpos dos grandes ou de calamar do mellor».

Los ingresos por soborno en Mauritania están tan normalizados que hasta hay observadores que reciben directamente la mordida en cuentas bancarias abiertas en Las Palmas.

Cuentan incluso de casos en los que hubo que ir a escote entre los marineros para pagar la mordida. Al barco de Antonio llamó un día el patrón de otro cefalopodero «??¡Tende coidado??, díxonos (e estaba adoecido). ??Non deixaron nin un céntimo no barco??». Ocurrió que el inspector fue a la bodega y no encontró nada raro, porque las capturas irregulares estaban bien escondidas en una trampilla próxima a la proa, pero en esto que iba hacia la cocina para comer un bocadillo y salió el cocinero con una fuente de luras. El patrón le ofreció cien mil pesetas, las que le había dado el armador para estos casos, pero le pareció poco: «??Habla a marineros?, ordenou. ¡E quedaron sin un peso!».

Patente de corso

Claro que esa extorsión también dio patente de corso a los armadores para hacer a su antojo. «A malla tan tupida que non deixaba saír nin o fango e collías polbos como a cabeza dun dedo». La distancia a la costa también se pasaba por alto. «Un día levanteime para facer a guardia, mirei polo portiño e vin area. Estaba medio adormiñado e preguntei:

-¿Embarrancamos?

-¡Qué va! Imos en arrastre.

Estabamos mesmo na praia».

«Viñan descalzos e con pantalóns na media perna, pero non porque foran cortos»

«Agora non aceptan menos de 6.000 euros e 30 caixas de peixe, pero do mellor»