Desde hoy Galicia pierde definitivamente el control de su sistema financiero. Por Tomás G. Morán
08 oct 2011 . Actualizado a las 13:20 h.La brutal crisis que padecemos comenzó a vislumbrarse en Galicia en agosto del 2007, cuando la burbuja del ladrillo basura estadounidense se pinchó y en la esquina atlántica nos empezamos a dar cuenta de la temeridad que suponía haber levantado un castillo de naipes económico tan dependiente del hormigón. Entonces se escucharon muchas voces, del ámbito de la política pero también de los boyantes mundos empresarial y financiero, que le quitaron hierro al asunto porque, ya se sabía, los ciclos económicos aquí llegaban más tarde y, sobre todo, con menos virulencia.
«O noso plus de resistencia», fue como bautizó un conselleiro de Economía aquel cobertor que nos haría pasar la gran gripe con síntomas de leve resfriado. El sector inmobiliario español, auguraban grandes expertos, siempre tiraría hacia arriba de la economía porque nunca dejaría de haber demanda de vivienda, los tipos seguirían bajos por siempre jamás, y el maná europeo en la esquina deprimida aún prolongaría la fiesta durante algunas décadas.
Cuatro años después no solo es que haya 233.000 gallegos en paro (casi la población de A Coruña), sino que el sistema productivo y financiero gallego no se parece ni en su sombra al que conocimos antes del gran batacazo. Desde el comienzo de la crisis, Galicia ha dejado marchar a la tercera eléctrica española, Fenosa, que se sigue llamando igual pero es catalana. A una de las primeras inmobiliarias, Fadesa, que cayó en manos madrileñas antes de pinchar y llevarse por delante a centenares de pequeñas empresas auxiliares. Ha perdido el control de sus autopistas de peaje, con la venta de Audasa a los americanos de Citigroup. El principal operador de Internet y televisión por cable, R, fue comprado por un fondo de capitales británico. Y también se ha dejado escapar el liderazgo en sectores estratégicos como el naval, la pizarra (Cupa se fue a Ponferrada), la leche, la eólica o las conservas.
Desde hoy, además, Galicia pierde definitivamente el control de su sistema financiero, y muchas otras cosas. En sus 235 años de historia en solitario, el Pastor fue mucho más que un banco y la historia económica e industrial gallega no tendría sentido sin los apellidos Dalmau, Barrié, Pastor y Arias.
En medio del proceso de privatización de las cajas, el Banco Pastor se había quedado como la penúltima joya de la corona gallega. Sacar la bandera de casa con la que está cayendo a nivel global puede sonar pueril. Pero lo cierto es que igual que hay especuladores que se aprovechan de las recesiones e incluso sueñan con ellas cuando se van a la cama cada noche, a nivel territorial también hay vencedores y vencidos. Y en este juego nos ha vuelto a tocar perder. Menos mal que hasta aquí arriba no iba a llegar la marea.