Nombres, proyecto y tiempo

ECONOMÍA

12 jun 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Cuando, al inicio de esta historia, los primeros protagonistas entendieron que el futuro de la caja exigía nuevas alianzas, surgió una reflexión que se ha venido repitiendo a lo largo de todo el proceso: o una o ninguna. Si la comunidad gallega perdía su potente brazo financiero, multiplicaría su nivel de pobreza. Aquella reflexión, de Javier García de Paredes, tiene hoy la misma vigencia.

Después del tortuoso camino hacia la fusión, Galicia llegó al mes de diciembre del 2010 con una gran caja. Había conseguido su objetivo, pero solo por unos días. Una nueva política, ante las exigencias de esos llamados mercados, se imponía desde Madrid: las cajas de ahorros deben desaparecer y con ellas un modelo que limita el control del Banco de España y del propio Gobierno central que, en no pocas excepciones, se encontraron con los problemas generados a través de los años por los directivos de las instituciones que habían creído estar sentados en un feudo de su propiedad, o por los desmanes de los políticos de la autonomía de turno, que metían mano en el cajón de la caja para abordar obras sin sentido y faraónicas, e inversiones dudosas.

Aparte de todos estos horrores a los que seguro se le pueden sumar más, las cajas de ahorros han jugado un papel clave en la distribución de la riqueza España. En sus primeros tiempos facilitaron el acceso al crédito a los que no lo tenían, apoyaron en el desarrollo de sus territorios y generaron riqueza.

Caixa Galicia, liderada por José luis Méndez, y Caixanova, dirigida por Julio Fernández Gayoso, abordaron la bancarización del 100 % del territorio, y no solo atendiendo a criterios de máxima eficiencia y rentabilidad. También ganaron dinero, y todos sabemos que nunca dieron duros a pesetas. Pero acometieron una tarea que ninguna otra institución financiera desarrolló en esta comunidad, con la excepción del Banco Pastor. ¿Por qué? La proximidad, las raíces, la cercanía son piezas claves que hacen entender las estrategias de sus directivos.

«Yo no vendo. No me voy a ir a Marbella; a mis vecinos quiero verles la cara todos los días. Sin esconderme», dijo uno de los dueños de una gran compañía gallega hace unos años cuando se plantearon abandonar la actividad y llenar su peto con tranquilizadoras plusvalías. Galicia demuestra cada día que cuenta también con grandes empresarios que no cogen sus bártulos y se trasladan a Madrid, donde hay quien cree que se amontonan los más guapos, altos y listos, pero también donde ha quedado demostrado que el desarrollo de cualquier actividad es más fácil al concentrarse los centros de poder.

Algunos empresarios gallegos serán los protagonistas de la nueva historia que comienza a escribirse para Novacaixagalicia. José María Castellano es el candidato de la entidad para capitanear un proyecto que exige una recapitalización de 2.622 millones de euros. Tiene el beneplácito de ministros, del Banco de España y de la Xunta. Es decir, de José Blanco, Francisco Caamaño, Miguel Fernández Ordóñez, Elena Salgado, Alberto Núñez Feijoo y Marta Fernández Currás. La gran mayoría de ellos tienen fuertes raíces gallegas, por lo que entienden la situación.

¿Cuál es el importe que Castellano puede captar para el futuro banco? Probablemente su nivel esté a la altura de Rodrigo Rato o Fainé. Algunos de los recursos que consiga no tendrán patria, pero otros sí. Son los que le importan. Como también importa que estén en Galicia los centros de dirección de una entidad que, en otro supuesto, estaría perdida.

O una o ninguna.