El oro brilla más en tiempo de crisis

C. Calvar / M. J. Alegre

ECONOMÍA

En la cámara acorazada del Banco de España se guarda una parte del tesoro en forma de lingotes, y el resto se almacena en EE.?UU., Suiza y el Reino Unido

26 dic 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Las reservas de oro del Banco de España, 9,1 millones de onzas troy -cada onza equivale a un poco más de 31 gramos-, alcanzan hoy su más alto valor monetario, superior a los 7.000 millones de euros, gracias a la revalorización que el metal precioso ha experimentado con la crisis. Su importe hubiera sido mucho más elevado si el instituto emisor no hubiera seguido la pauta de otros bancos centrales y no se hubiera desprendido de casi la mitad de sus reservas en oro en el bienio 2005-2007, una época en la que la recesión no había asomado todavía su negra sombra, y las autoridades monetarias estaban más preocupadas por rentabilizar sus activos y por su propia capitalización.

El precio del oro escaló un máximo de 1.212 dólares la onza a principios de diciembre. Pero en términos reales no está ni mucho menos en sus máximos, porque la inflación ha hecho estragos en la historia reciente. Para que el valor de tan preciado metal llegue a niveles jamás conocidos, tendría que superar el equivalente a los 850 dólares que alcanzó su cotización en la década de los ochenta, Y eso supone que su precio actual habría de ser superior a los 2.200 por onza, algo que no contemplan ni los más entusiastas agentes del sector.

Solo una parte de los 9,1 millones de onzas troy, proporción que el Banco de España nunca ha querido precisar, se encuentra depositada en sus propias cámaras acorazadas. Es el oro intocable, porque del resto, guardado la Reserva Federal de Estados Unidos (Fort Knox), en el Banco de Inglaterra y en el Banco de Pagos Internacionales de Basilea, es del que se echa mano cuando el Gobierno decide movilizar las reservas.

En el corazón de Madrid

La cámara acorazada donde el Banco de España conserva su tesoro está en el corazón de Madrid. Se construyó entre los años 1932 y 1935, bajo la dirección del arquitecto José Yarnoz, con 260 obreros trabajando a tres turnos y tuvo un presupuesto de 9,5 millones de pesetas. Al tiempo que vaciaban los 22.000 metros cúbicos de tierra, los obreros procedieron a canalizar las aguas de dos arroyos subterráneos, las Pascualas y Oropesa. Ya entonces se pensó que esas aguas, que ahora alimentan la fuente de La Cibeles, tendrían un posterior uso de seguridad por si fuera necesario aislar la que se denominó cámara del oro.

Para llegar a la cámara hay que descender a 36 metros de profundidad y superar tres puertas acorazadas, con pesos que oscilan entre las 8 y 16 toneladas cada una. Impresiona sobre todo la primera ellas, de acero inoxidable, que se acciona con un mecanismo manual, previamente liberado tras pulsar tres claves, solo conocidas por tres altos representantes de los departamentos del banco. Su equilibrio es tan perfecto que basta un solo dedo para impulsar su cierre.

El acceso final se realiza a través de un puente que permite salvar una zanja. En caso de producirse una alarma fundada, algo que nunca ha sucedido en 70 años, los sucesivos accesos quedarían bloqueados, y el agua de la fuente de La Cibeles inundaría el foso.