Pero muy maduro es como debe comerse porque es cuando tiene su sabor más definido, cuando pierde aspereza y sabor leñoso y reduce granulidad, que le resta adeptos. Siendo conocido no es apenas recolectado. Recuerda a tiempos viejos en que las setas contribuían al ecosistema pero no a la alimentación local salvo esporádicos avanzados.
El morogo comparte temporada aunque la alarga más, con las setas, con las castañas, con la nueces ya secas y con frutas modernas como el kiwi que empieza a ser recolectado ahora. Pero el protagonismo compartido no es gastronómico. Es poco considerado como fruto para la generalidad. Es mucho mas reconocible como arbusto y como planta ornamental pese a que puede superar siete metros. Su verde, el blanco de sus flores acampanilladas y el colorido de sus bayas que va de amarillo a anaranjado y a rojo vivo le dan un encanto y un protagonismo sin parangón en el bosque. También lo tiene en la historia, la tradición, la medicina, la jardinería y la gastronomía. Y es refugio y alimento en otoño para pájaros y para insectos. Colonias de abejorros los poblaban los últimos días de sol las flores en la costa dos morogos en esa riqueza no siempre valorada y en esos frutos aún solo para aventajados.