Dolores Redondo: «He querido hacer un homenaje a todas las que no duermen, y a todas las que no nos fuimos a dormir cuando nos mandaron»
RODEIRO
La autora de la trilogía negra del Baztán desentierra la verdad en los paradisíacos Valles Tranquilos en Las que no duermen, la historia real de una mujer que fue arrojada con sus seis niños al interior de una sima al inicio de la Guerra Civil. Volvemos a un territorio hondamente literario y místico, que tiene «muchísimo» en común, según Redondo, con la Ribeira Sacra
27 dic 2024 . Actualizado a las 18:36 h.Las que no duermen nos abren los ojos a más de una verdad criminal, histórica, social y matriarcal, en la novela con la que Dolores Redondo (San Sebastián, 1969) vuelve al Baztán que la vio brillar como escritora para desenterrar, con ayuda de las brujas, el espanto de un caso real. Las que no duermen NASH es la segunda novela de la serie de Los Valles Tranquilos. El horror se esconde en un paraíso natural, en la sima de Legarrea, donde fue hallado el cuerpo que sufrió la última ejecución por brujería, la más reciente, de la historia de España. «El forense Paco Etxeberria, que supo distinguir los huesecillos de los niños encontrados en la hoguera de la finca de las Quemadillas, de Córdoba [caso Bretón], bajó a esa sima con un grupo de espeleólogos para intentar desmitificar una historia que le habían contado.
—¿Qué decía la historia?
—Que ahí habían tirado a una bruja en 1936, al inicio de la Guerra Civil. Etxeberria bajó a la sima y lo que encontró fue un cadáver reciente. Luego, cuando el juez le permitió volver a bajar, siguió cavando hasta que encontró a una mujer y a sus seis hijos, que habían sido arrojados al interior de la sima al inicio de la guerra. La ejecución por brujería más reciente de la historia de España es esta.
—¿Por qué novelar esta historia?
—Me impactó. Yo no soy autora, soy escritora; siempre hago la diferencia. Un autor puede elegir de qué va a escribir, de tal cosa que ahora está de moda o de un concepto global o político. A los escritores las historias nos nacen dentro. Y esta nace del impacto que me produjo ver aquella historia, seguir en la prensa cómo iban sacando un cuerpo tras otro, ¡hasta ocho!, ocho cadáveres en un lugar idílico. Esa historia me llamó, y eso se unió al deseo de crear a la doctora Nash.
—¿Por qué una psicóloga forense?
—Mi intención era crear un personaje que no fuera un policía al uso. Alguien que trabajara con lo intangible, con la mente, para poner en relevancia ese trabajo, ser psicólogo de los muertos.
—La «psicóloga de los muertos» toma su nombre de un código forense que algunos ignorábamos, el NASH (natural, accidental, suicidio, homicidio).
—Esas cuatro opciones de la sigla son las que conforman el código. Además de natural, accidental, suicidio y homicidio como causas de la muerte, hay una más, indeterminada. Cuando el patólogo forense tiene que dejar la causa de la muerte como indeterminada y hay en medio una historia judicial, como en este caso, entra el psicólogo forense. Y lo que hace, lo que va a hacer Nash, es actuar como la psicóloga de una chica viva, para conocerla. Importa más lo que dice la víctima que lo que dicen los testigos, que es lo que estamos acostumbrados a ver en otras novelas. Lo que importa es lo que cuenta la víctima, y la psicóloga forense la trata como lo haría un psicólogo con un adolescente, intentando sobre todo comprenderle.
—¿Se parece el trabajo del novelista al de un psicólogo?
—Tiene mucho que ver. Tiene que haber una empatía con lo humano e interés por entender. No solo el comportamiento criminal, sino todo de lo que hablo en la novela: la salud mental, la relación de madres e hijas, la influencia que los demás tienen en nuestra vida.
—¿Qué tienen esos Valles Tranquilos que alientan el «mystic noir»?
—Son auténticos. Tienen que el inquisidor Salazar, del que luego tomé el nombre para mi investigadora Amaia Salazar, vivió año y medio en Baztán buscando al demonio. Tienen la cercanía con la frontera: el inquisidor francés Pierre de Lancre, «cazador de brujas», entró varias veces hacia Navarra en su lucha contra la brujería. Tenemos un museo de la brujería en Zugarramurdi donde puedes consultar las actas de las confesiones de miles de brujas. ¡No tengo que inventar nada!
—¿Se parece el Baztán a la Ribeira Sacra?
—Muchísimo. Tienen en común el gran compromiso con la tierra de las personas que viven allí. Llegas a la Ribeira Sacra y bajas el ritmo, se frena la vida.
—¿Por qué rebobina hasta el inicio de la pandemia?
—Quería ese juego con el lector, que supiese lo que va a pasar. Y quería hacer un homenaje a los funerarios. Para esta novela, recurrí a una funeraria de Rodeiro y allí conocí a personas maravillosas. Las historias personales que adornan la novela son algo fundamental. No tiene nada que ver el trabajo funerario en una ciudad con el de una funeraria rural. En el entorno rural sabes quién te va a llevar a tu última ciudad, lo conoces. Siempre se habla de los sanitarios cuando sale la pandemia, pero los funerarios fueron los otros que se dieron cuenta enseguida de que estaba ocurriendo algo terrible. Debían seguir adelante con muy pocos medios y lo hicieron con el gran compromiso de cuidar. Sobrecoge lo vitalistas que muchas veces son esas personas que están en contacto con la muerte todos los días, es grande esa energía vital que tienen y que se refleja en esas Michelena de esta novela, absolutamente anárquicas, con un compromiso enorme con su pueblo. Ellas son las que no duermen...
—¿Incomoda el peso del éxito?
—No lo noto. Te aseguro que soy muy consciente de lo que ha ocurrido, y también intento no estar muy envuelta en esto. Vivo en un pequeño pueblo, entre dos pequeños pueblos, y ahí escribo. En Baztán llevo una vida muy tranquila, muy pegada a mis hijos, a mis amigos, a mi marido, a mis hermanos, a mi madre... A las personas en las que pierde identidad la escritora Dolores Redondo. Seguir siendo la madre, la hermana, la hija, la amiga es la parte que me nutre para contar mis historias, como conocer a personas, como las que te decía de la funeraria de Rodeiro. Esas historias personales que me cuenta la gente y van adornando la novela, como las recetas que adornan la novela..., para hablar de la tradición que sigue viva en muchos lugares. No me agobia el éxito. De todos modos, los escritores tenemos la inmensa suerte de que la mayoría de las veces no nos pone cara. ¡No somos como los presentadores de la televisión! Creo que nadie me imagina comprando el pan o yendo a buscar a mi sobrina, o jugando en el parque con las niñas, o tomando el café con mis amigos.
—En lo que dices recuerdas a Domingo Villar cuando decía que, más que hacer la trama principal de sus novelas, le gustaba conocer a la gente, hablar de esas relaciones, descubrir oficios, pequeñas historias...
—Ay, nuestro querido y nunca suficientemente llorado Domingo Villar. Tenemos que celebrarlo más.
—¿Es escribir una forma de rebeldía, como cuando te mandaban a dormir y encendías la literna para leer bajo la sábana?
—Sí. De hecho, mi editor dice que no puede salir una buena novela si no hay una rabia que la sustente. Lo creo profundamente. La rabia que me generó el crimen de esta mujer arrojada al interior de una sima con sus seis niños porque decían que era bruja me hace escribir, como la impunidad de que eso nunca se haya resuelta. Tiene que haber una rabia que encienda el deseo de quedarte dos inviernos pegado a una mesa escribiendo una novela. La creación es siempre un acto de rebedía, la danza, la escultura, la literatura... Son el grito de rebeldía que nace en una parte de uno que dice: «No, esto no lo acepto, lo voy a hacer de otro modo».
—Es una rebeldía femenista.
—El título de la novela hace, precisamente, referencia a esa inquietud y rebeldía femenina que a muchas les ha costado la vida. Tener pensamiento propio, querer tomar decisiones sobre su vida... Fue lo que ocurrió con esa mujer arrojada a la sima, que no encajaba en lo se esperaba de las mujeres de su época y de su pueblo. Llegó a ser señalada por ello como bruja, una acusación que le costó la vida. La suya y la de sus hijos. Como homenaje a todas las que no duermen, y a todas las que no nos fuimos a dormir cuando nos mandaron, y nos quedamos a leer un poco más, escribí la novela.