La bonita historia tras el pan que llega a Zarzuela

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

RODEIRO

Panadería Jesús, en Rodeiro, un negocio con historia
Panadería Jesús, en Rodeiro, un negocio con historia Miguel souto

La panadería Jesús, de Rodeiro, saltó a los medios por sus envíos semanales a la Casa Real, que siguen en marcha. El negocio, que es toda una lección de supervivencia, celebra sus cuatro décadas de vida

17 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Año 1980. Rodeiro, municipio escondido al nordeste de la provincia de Pontevedra. Allí, Ana Ledo y Suso Moreiras, dos chavales que rozan los veinte años, descubren que la vida es dura. Acaban de ser padres de Susito y ven cómo las habas están contadas cada final de mes. «Aqueles tempos non eran os de hoxe, o Suso andaba de albanel co pai, pero aínda así...», recuerda Ana. Se les ocurrió que abrazarían mejor el futuro si cogían las riendas de una panadería que en su día habían abierto los padres de ella, que luego alquilaron y que, en 1981, iba a quedarse sin actividad. Pero se toparon con la cruda realidad: «Non tiñamos idea de negocios, pedir un préstamo era tremendo, os intereses andaban ao 21 %, e meu pai víanos que eramos uns rapaces e que a onde iamos», cuenta Ana. Contra todo pronóstico, lograron hacerse con el local. Pasaron cuatro décadas. Y la panadería, famosa porque tiene entre sus clientes a la Casa Real, festeja sus 40 años.

Volvamos a los inicios. Ana y Suso, sin idea de hacer pan, se pusieron a cocer en un negocio que bautizaron como Panadería Jesús. Tenían un horno tradicional de leña, una buena harina... pero les faltaba la experiencia. «Algúns días saía o pan con moito sal, outros con pouco», recuerdan. Buscaron un panadero de Ourense que les enseñara el oficio. Y tuvieron a Carmen, A Lillera, una mujer mayor que sabía lo que se hacía con el horno y que se convirtió en una más de la casa. La familia creció. Ana y Suso tuvieron a una niña llamada María y la panadería no solo era centro de trabajo. También el sitio en la que crecían sus hijos y hasta el local mágico de los cumpleaños. Porque solo María y Susito soplaban las velas en un sitio con tanto calor y donde la merienda incluía unos bollicaos enxebres hechos por sus padres con pan de verdad y chocolate del bueno que sabía a gloria. 

La llegada del «terceiro fillo»

Hasta ahí, la parte bonita. La letra pequeña, que conocerán bien muchos panaderos, era y es la más difícil. Seis noches en vela por semana, con una única jornada de descanso, para sacar adelante las hornadas. Y por el día reparto, venta de pan cortar leña o lo que tocase. ¿Vacaciones? Vacaciones nunca. Y así toda la vida. Ana reconoce que no hubiesen salido adelante si no se cruzasen en el camino «con tan bos traballadores».

Se le entrecorta la voz al hablar de Carlos. Porque cuando la panadería estaba empezando al negocio llegó un joven, que peinaba entonces los 16 años y venía de Portugal. Vivía y trabajaba con ellos y fue «como un terceiro fillo».

Ahora Carlos no vive con ellos, formó su familia, pero sigue al pie del cañón en el horno. Además de él, hubo otros trabajadores que les acompañaron muchos años, como Angelito. A todos ellos, dice Ana, le deben el progreso.

Porque, ciertamente, lograron progresar. Sin abandonar nunca el horno tradicional, y sin renunciar a la esencia, vamos, a que el pan «faise só con fariña de trigo do país, auga sal e masa nai», ampliaron las instalaciones y lograron no solo vender pan en Rodeiro, sino llegar también a aldeas de Lugo y Ourense limítrofes o llevar pan a las Rías Baixas y Padrón. Y un día, hace ya años, recibieron una llamada curiosa. Se comunicó con ellos una persona que decía ser de la Casa Real y que pedía que le enviasen pan. Pensaron que era una broma, lo cual no sería raro porque para bromista nato Suso, el panadero, así que bien podrían devolverle alguna. Resultó ser una llamada bien certera. Y desde entonces envían pan, empanadas o tartas a la realeza a la Zarzuela o a Mallorca. «Este mesmo verán mandamos para Mallorca», dice Ana.

Creen que el encargo real vino porque, entonces, su pan ya proliferaba en algunos sitios en Madrid. Hoy en día, con la mensajería pisando fuerte, tienen encargos de todo el mapa nacional. Lo mismo salen sus piezas para Madrid que para Girona. Porque, como dice Ana, «o pan este ao ser artesán poden pasar varios días que segue ben».

Cuarenta años después de haber abierto, Suso está ya jubilado, aunque sigue en la reserva y, cuando se necesita un consejo, baja las escaleras de casa y se planta en el horno. Ana continúa dando el callo. Junto a ellos, el resto de su gran equipo, al que hace ya unos años se sumó su hijo Susito. Por la panadería ahora corretean a veces Manuel y Breogán, la nueva generación de la casa. Ahora son muy críos. Pero un día sabrán que ese local, las noches sin dormir y el sacrificio de sus abuelos pusieron los cimientos para que sus padres y ellos tuviesen una vida mejor. Y la vista está que lo consiguieron.