Casa do Gato convierte la pizza en alta cocina

Javier Benito
Javier benito LALÍN / LA VOZ

LALÍN

Adrián Freiría

Este local hostelero demuestra que en Lalín hay vida más allá del consabido cocido

03 feb 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Con la tercera generación ya integrada en el equipo, la Casa do Gato de Lalín cumple tres décadas de su última singladura en un local bautizado en su día como la Taberna de Bendoira. Un establecimiento hostelero de referencia en la capital dezana, donde hay vida más allá del cocido y la familia García Meijome convierte la pizza en alta cocina, junto a otras delicatesen a degustar en una constante evolución para adaptarse al gusto de la clientela y a la evolución de la sociedad.

Aquella taberna la compraban los padres de los actuales propietarios en enero de 1958, rebautizándola O Gato Negro porque había un felino que paseaba por allí. Tuvieron el negocio cuatro años. Y hubo emigración a Francia. Cuando Emiliano García Meijome nació en 1969, último de ocho hermanos, solo quedaba el mostrador del aquel negocio ubicado en la planta baja, arriba era la vivienda familiar.

El gusanillo de la hostelería les comenzó a los García Meijome con unos 16 años. Iban a trabajar de camareros en campañas de verano en las playas de A Lanzada o San Vicente do Mar. Después estuvieron «en garitos de cocido ou de guateques, ou no Krakatoa». Cuando él acudió al servicio militar, sus hermanos Antonio y Manuel cogían la gerencia de la pizzería Albertino en la capital dezana. Y ya en los años 90, optaron por abrir el pub Caída Libre, hasta el 93, momento en que «aburridos da noite» cerraron de nuevo el círculo regresando a la taberna familiar, olvidada tanto tiempo, ya con su actual nombre de Casa do Gato.

En esos nuevos comienzos tras reformar todo el edificio el negocio estaba en los vinos, en vecinos que iban de chiquitas, con mucha clientela antigua del pub que les acompañó. Había mucho público al mediodía toda la semana, algo impensable hoy en día, acompañando las consumiciones con algún pincho, para sumar después tablas y tapas con algo de carta, que incluía ya el germen de las actuales pizzas ya que Manuel conocía su receta de su etapa en el Albertino. Llegaron hasta el 2002, momento de inflexión «porque queres abrir novos horizontes e saír un pouco da hostalería; sabes que o local é teu e sempre podes voltar», comenta Emiliano. Alquilan el establecimiento a su hermana Delia, gestionándolo ella cuatro años y uno más otro emprendedor.

En mayo del 2006 empieza la nueva y última singladura de la Casa do Gato con Emiliano y Manuel tras haber quedado de nuevo el local vacío. Un reinicio con la hostelería en general en horas bajas, tras el batacazo del euro. Tocaba reinventarse y decidieron crear un sistema de trabajo que garantizase el futuro. Resultó «moi duro ese novo comezo», reconoce Emiliano, que actúa como portavoz del equipo. Recuperaron la receta de la masa de pizza de aquellos años 89 y 90 pero con más fundamento, porque «os cociñeiros sempre traballan con aquilo de vaiche pedindo cando fan o guiso, aquí queríamos ter claro canto hai de fariña, de auga,... todo medido» para que, si faltaba alguno de ellos, no se parase en los fogones.

Lograron entonces materializar una masa de primera calidad, que les permite no solo elaborar las pizzas sino también sus bollos preñados, entre sus productos con más demanda. Siempre buscaron distinguir del resto de la oferta en el mercado, a lo que ayudó disponer de harina de gran calidad cuando comenzó a trabajar de manera más comercial el Muíño de Cuíña. Y siempre con la teoría del ensayo-error hasta dar con el producto perfecto.

De mentes inquietas y espíritu emprendedor consideraron necesario sumar algún plato de carne a la carta. Un cocinero venezolano contratado por aquel entonces les habló del pollo a broaster. Contactaron con una empresa en Estados Unidos y acudieron en el 2010 a un curso intensivo de formación en Chicago, con un coste económico significativo, pero que les permitió entrar en un mercado novedoso en España.

De nuevo tocaba aplicar la máxima de ensayo-error, permitiéndoles conocer a emprendedores de todo el país y establecer un modelo de franquicia para ese tipo de pollo. Como insiste Emiliano, siempre buscaron una renovación y formación constante, elogiando los planes en esa línea de la Asociación de Empresarios de Deza en especial o la Cámara de Comercio de Pontevedra.

Apuestan por los ingredientes locales en una fórmula de economía circular y asentando el relevo generacional al incorporarse José a sus 16 años a la empresa en el 2017, momento en el que la mujer de Emiliano, Elena, deja una tienda de ropa para abrir el albergue de peregrinos que les ha permitido acceder a un nuevo mercado de potenciales clientes también del negocio hostelero. También algún fracaso por el camino, como una fallida apertura en Santiago o el local en A Estrada abierto en pandemia, que terminaron por cerrar tras dos años por las tramas burocráticas y normas sanitarias. En Lalín por contra lograron capear estos tiempos de covid, con la comida a domicilio como base.

Detrás de la Casa do Gato hay un equipo con cuatro miembros de la familia, a los que se suma otra de apoyo y dos más en fin de semana, además de una octava en limpieza. Todos remando para dar el mejor producto ante la amenaza de las franquicias y la comida rápida, «ou a perda dou viño español que está a perderse». Y con imaginación, con promociones, combinaciones o platos únicos a precios atractivos. Porque se paga ahora más un servicio que un producto.