Pili da Capri: «Muchos matrimonios y amistades, que todavía conservo, nacieron allí»

amelia ferreiroa LALÍN / LA VOZ

LALÍN

miguel souto

Recuerda con inmenso cariño los años vividos en el local, que fue sede de Viravolta

16 ene 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Reconoce que le aflora la emoción cuando todavía hoy le preguntan, o le hacen algún cariñoso comentario sobre la Capri. Dice taxativamente que los mejores años de su vida los pasó allí, en la cafetería que fundó su abuelo, y en la que se crio. María Pilar Blanco González, «Pili da Capri para todo el mundo»; dice, sigue añorando la máquina de café, los pocillos sobre el mostrador, la amasadora de la que salieron miles de churros y la amena y divertida tertulia de una asidua clientela de la que disfrutaban propios y extraños. Y eso que la cafetería ya cerró sus puertas en el 90.

-La trayectoria histórica de su familia en el gremio de la hostelería comenzó de la mano de su abuelo.

-Así es. Mi abuelo Luis González González tenía el Café López en la Rúa Rosalía de Castro, y mi madre Delvia dirigía la taberna y casa de comidas El Refugio, que estaba justo debajo del café. Allí me crié yo frente al Cine Lalín. Posteriormente mi abuelo compró esta casa en la Rúa Loriga, y aquí funcionó la Cafetería Capri desde el año 1964 hasta que cerramos en el 90.

-Cafetería de la que posteriormente se hicieron cargo sus padres.

-Más mi madre Delvia. Ella adoraba la cafetería, la buena loza... Pero mi padre era un espíritu libre, y la cafetería le gustaba del mostrador para fuera (risas). Lo suyo era el camión... Personalmente fue el proyecto y la época más bonita de mi vida. Siempre estuve vinculada a la Capri, incluso después de casarme, hasta que decidimos cerrarla.

-¿Qué se escondía detrás del nombre?

-(Risas). Mi abuelo, que también era un espíritu libre, tenía un amigo íntimo al que le comentó que estaba para abrir la cafetería y este le sugirió que le pusiera Capri, como la isla de la bahía de Nápoles. Nos gustó a todos: a mis padres, a mi hermano Toño y a mi, y así quedó.

-¿Qué caracterizaba a la Capri?

-Fundamentalmente el trato familiar que había. Numerosos niños del pueblo se criaron en la cafetería y muchos matrimonios y amistades, que todavía conservo, nacieron allí.

-¿Es cierto que tenían un reservado?

-Si (risas). Creo recordar que el reservado comenzó a funcionar en el 70. Había unas siete mesas, unos sofás, la máquina de música estaba allí y todo esto a media luz. Recuerdo que cuando iba con la bandeja con las consumiciones, y con dirección al reservado, ya comenzaba a toser en la puerta para no encontrarme con ningún gesto cariñoso (carcajada). Era uno de los pocos sitios en los que las parejas tenían un poquito de intimidad; y no mucha, ya que eran otros tiempos, pero allí se fraguaron muchos matrimonios.

-Tengo entendido que fue un establecimiento innovador en su momento.

-Lo fue. Hacíamos muchos desayunos. El Castromil paraba media hora delante de la Farmacia de Trini, da Casa do Ferrador, y venía muchísima gente a tomarse el desayuno. Los zumos de naranja natural no los hacía nadie, y nosotros los servíamos, y por la noche comenzamos con los platos combinados que tuvieron un éxito enorme.

-Y ni que decir de los churros.

-Sin duda. En Fin de Año mi hermano Toño hacía churros desde las 12 de la noche hasta las 10 de la mañana siguiente. Fue Miguel Yus, de la Pastelería El Maño, el que nos enseñó a hacerlos ya que no teníamos ni idea. Luego compramos una amasadora y a hacer churros; los domingos se elaboraban por la mañana y por la tarde, y el chocolate en la cocina de leña que teníamos arriba en tres ollas grandes del que nos encargábamos mi madre y yo.

«Creo que las cafeterías perdieron esa esencia familiar y de cercanía que tenían antaño»

A la par que comenzó a aumentar la demanda de los ya afamados churros de la Cafetería Capri, llegó al establecimiento hostelero lalinense la primera plancha para elaborar tostadas y sándwiches.

-Ahora parece obsoleta pero en aquellos años era novedosa. Realmente hacíamos lo que nos pedían. Recuerdo, por ejemplo, que venían unos viajantes de Barcelona a la empresa de Florentino y yo les ponía pan con tomate. No era algo que encontraran en Lalín y estaban encantados. Intentabas dar respuesta a lo que demandaba la clientela; muy fiel siempre, por cierto. Era una cafetería tan familiar y abierta que la propia compañía Viravolta se reunía en la Capri, y allí estaba su sede.

-¿Por qué decidieron cerrarla?

-Por falta de relevo. Me quedé sola, mi madre ya estaba mayor y a mis hijas no le gustaba la cafetería. Hasta cierto punto lo entiendo: con 13 años, como tenía Gladys (una de sus hijas) tener que ayudar en el negocio y no poder hacer lo que hacían sus amigas... Finalmente en el 90 cerramos y me dediqué posteriormente a la zapatería, pero nada fue igual. El día que cerramos nos quedamos sin existencias y con las estanterías totalmente vacías. No quedó nada.

-¿Cómo fue eso?

-Pues mira anunciamos en el periódico, en éste por cierto, que cerrábamos y vino todo el mundo a despedirse de la Capri. Charo Navaza hizo una tarta enorme, Pepe del Siglo se pasó toda la noche haciendo cafés y nosotros estuvimos fuera del mostrador... La despedida de la Capri finalizó a las 6 de la madrugada y sin existencias (risas).

-Hermosos recuerdos.

-Muchísimos. Creo que las cafeterías hoy perdieron la esencia familiar y el trato de cercanía que había antaño. La prueba es que hoy todavía se habla de la Capri.