Tanto José Luis Portela como José Donsión aseguran que juegos como la ouija «ábrenlle a porta ao mal» y señalan el peligro que conllevan las prácticas espiritistas
01 jul 2008 . Actualizado a las 10:47 h.
No, no se extrañen: hay rincones de Galicia, en especial aquellos en los que el mundo de los vivos convive con el de los muertos, en los que el crepúsculo es más dado a misterios que a silencios. He aquí un ejemplo: mientras cae la noche, cuando la luz del día se va desvaneciendo y José Luis Portela, el párroco del santuario de San Campio, relata, a través del teléfono, su experiencia como sacerdote dedicado a aliviar el dolor de quienes dicen estar posesos; su voz, siempre tranquila, llega al auricular rodeada por los gritos de alguien que, muy cerca de él, emite unos indescriptibles alaridos. Unos sonidos que casi no son palabras, y que parecen nacer del mayor de los sufrimientos. «É que hoxe aínda teño xente na igrexa», comenta el sacerdote, como restándole importancia a los alaridos.
Y entonces, al ser preguntado por la natureza de las voces que se escuchan junto a él, explica, con evidente pena, que la persona -de edad difícilmente imaginable en función de lo que sale de su garganta- que emite esos chillidos, «ata agora mesmo estaba tranquila, pero púxose así ao escoitar que estabamos falando de cousas destas». En ese momento uno se disculpa, como es lógico, por interrumpirlo en plena faena. Y él, siempre amable, tras retirarse del auricular unos segundos para tranquilizar a quien grita de esa manera, regresa al teléfono respondiendo que no nos inquietemos, que nada de inhabitual hay en ello, y que él está allí «para atender á xente». Dice Portela que cada vez le llegan «máis casos» a su iglesia. Algo que él atribuye a la creciente «descristianización da nosa sociedade», y en especial a que «estanse rexeitando os símbolos relixiosos, e a xente deixa de levar no peito unha cruz, ou unha medalla da Virxe, que te protexen, para poñer en cambio colgantes cos que buscan a sorte, amuletos ou adornos que son diabólicos moitas veces».
Al cura le preocupa especialmente que «os bancos das igrexas estén medio baleiros», que de los templos falten sobre todos los jóvenes y los niños. Y le inquieta, sobre todo, el aumento de las prácticas espiritistas. «É moi bonito -dice, irónicamente- ver cómo se move un vaso». O cómo recipientes «cheos de auga» se «levantan da mesa», desafiando a las leyes de la física. Pero quien hace eso, comenta el exorcista, está abriéndole las puertas al mal. Juegos como los de la ouija, dice este sacerdote, atraen hacia quienes los practican «o influxo diabólico», que puede acabar, cuenta, en una «posesión».