
La estradense no pudo estudiar Medicina al acabar el Bachillerato pero años después, con tres hijos y trabajando, sacó la carrera y aprobó el MIR
28 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Estudiar una carrera como Medicina, que tiene fama de dura y que exige presencialidad, parece difícil de compatibilizar con un trabajo y con la crianza de tres hijos. Lo es. Pero no es imposible. Prueba de ello es la historia de la estradense María Dolores Varela Rodríguez, Malores, que a sus 45 años acaba de aprobar el MIR que le ha dado el pasaporte a su gran sueño: ser médica.
«Suena a tópico, pero si tienes un sueño tienes que perseguirlo. El mayor fracaso no es no conseguirlo, sino no haberlo intentado», apunta. Con esta filosofía es con la que Malores se matriculó en Medicina a los 37 años, cuando ya tenía un trabajo y una maravillosa familia numerosa. «Era una espina que yo tenía dentro. Tenía que intentarlo», explica la médica.
De joven, Malores no fue la mejor de las estudiantes. Siempre le había gustado Medicina, pero no estaba centrada en los estudios y, aunque acabó el Bachillerato, no aprobó la Selectividad. Estudió Empresariales en Vigo y luego se puso a trabajar y formó una familia junto a Fito, con el que camina por la vida desde los 17 años. Pasó por la mueblería que sus padres regentaban en A Estrada, por las oficinas del INE y por otros empleos que casi ni recuerda hasta que empezaron a llamarla de unas listas del Sergas. Un buen día, empujada por su marido, se puso a preparar de nuevo Selectivo.
El empujón de su marido
«Tenía claro que quería seguir estudiando. Medicina era mi prioridad, pero el primer año no entré. En principio iba a estudiar otra cosa, pero fue mi marido el que me dio el empujón, diciéndome que no me fuese por las ramas y que siguiese luchando por hacer Medicina. Se lo debo a él. Creía más en mí él que yo misma», cuenta Malores agradecida.
A la segunda fue la vencida. En la siguiente convocatoria la estradense puso Medicina como primera opción y se abrió paso gracias a la reserva de plazas para mayores de 25 años. «Para mí, solo el hecho de entrar ya fue un éxito», cuenta la estradense.
Lo más complicado vino después: compaginar los estudios con la vida familiar y la laboral. «Al principio lo hice mal. Quería seguir atendiendo a todo. Trabajar tenía que seguir trabajando porque con tres hijos un sueldo no llega a nada», explica Malores. «Los primeros años seguí a jornada completa. Tenía clases por la mañana, así que tenía que cambiar todos los turnos de mañana. Procuraba hacer noches, fines de semana y festivos. Siempre estaba haciendo apaños con mis compañeros de planta», dice.
«Todo el mundo te pregunta de donde sacas el tiempo. El tiempo lo quitas de sueño y de estar con tu familia. Es así. Me perdí muchas cosas de mis hijos», dice la estradense con una sombra de tristeza en la mirada.
«El sacrificio no lo hice yo sola, lo hizo también toda mi familia»
«Al principio mi marido y yo compaginábamos el día a día de los niños porque yo no era capaz de dejarlo. Los llevaba a las actividades y los esperaba en el coche con los apuntes, estudiando. Ponía la alarma del móvil para recogerlos, por si me enfrascaba demasiado...», cuenta. «Después nos dimos cuenta de que, o cambiábamos, o las cosas no funcionaban. Mi marido, que trabaja por las mañanas, tomó las riendas de los niños por voluntad propia para que yo me centrase en el estudio. Me costó dar ese paso. Yo también reduje el trabajo a media jornada primero y una temporada dejé de trabajar porque con el rotatorio en el hospital ya no era capaz de compatibilizar», explica Malores.
También tuvo que cambiar su lugar de estudio. «En casa, cuando estaban los niños, me era difícil estudiar. Cuando empecé la carrera, el pequeño tenía un año. Primero preparamos una habitación en un piso que teníamos vacío en nuestro edificio. Pero los niños venían a ofrecerme uvas, me pedían si se podían quedar conmigo... Se me caía el alma al tener que decirles que se marchasen. Al final acabé yendo a la biblioteca y muy bien», cuenta.
La pandemia, con las clases virtuales, y dos intervenciones quirúrgicas también tuvieron su lado bueno y le ayudaron a Malores a ganar horas para el estudio. «Estudiaba once horas diarias, incluidos sábados y domingos. Las vacaciones las cogía para preparar exámenes. Una semana nos fuimos a la playa y yo me iba a la biblioteca de O Grove. No vi el sol», recuerda ahora aliviada. «El sacrificio no lo hice yo sola. Lo hizo toda mi familia», reconoce.
El sueño de Malores se ha cumplido este año. Ha aprobado el MIR, ha conseguido plaza y esta semana ha empezado a trabajar como residente. «Fueron ocho años muy, muy duros. Es un gran sacrificio, pero se puede», asegura satisfecha.