El último ultramarinos de A Estrada

Rocío García Martínez
Rocío garcía A ESTRADA / LA VOZ

A ESTRADA

Miguel souto

Casa Silva abrió sus puertas en 1914 vendiendo cacahuetes cubanos recién tostados y ofreciendo posada al caminante; el negocio ha subsistido como pequeña tienda de barrio por la que parece que el tiempo no pasa

18 mar 2022 . Actualizado a las 17:23 h.

Hubo una época en la que la calle Bedelle de A Estrada olía siempre a cacahuetes recién tostados. Corría el año 1914, si es que al estradense Manuel Antonio Silva Romero la memoria no le falla. En plena Primera Guerra Mundial su abuelo, Manuel Silva Caramés, abrió un ultramarinos estratégicamente situado en zona de paso. Manuel, que era originario de Montillón, había estado emigrado en Cuba, donde consiguió reunir el dinero suficiente para volver a casa y montar negocio propio. De regreso se casó con Preciosa Rodríguez Picallo —que era casi vecina, de la parroquia de Arca— y abrieron un negocio de coloniales bautizado como Casa Silva. Entonces no había que darle tantas vueltas al nombre. El apellido del dueño era más que suficiente como tarjeta de presentación.

El rasgo más singular de Casa Silva era su tostadero de cacahuetes traídos de Cuba. «Mi abuelo fue el primer importador serio de cacahuete», cuenta Manuel Antonio. El nieto es ahora octogenario y reside en Santiago. Sin embargo, todavía se acuerda perfectamente de aquella pensión que regentaban sus abuelos paternos. «Los niños metíamos el dedo en los sacos que tenían almacenados y sacábamos alguno para comer aún sin tostar», cuenta. «El tueste lo hacía mi abuelo en un patio grande que tenía el local. Recuerdo que toda la calle olía a cacahuetes tostados. El negocio tenía también encima una pensión y contaba con caballerizas, porque los viajeros llegaban a caballo», explica con voz nostálgica.

Aquel almacén de coloniales de la calle Bedelle fue el germen de un negocio que se ha perpetuado hasta el primer cuarto del siglo XXI. Manuel Silva Caramés tuvo dos hijos: Manuel y Jesús Silva Rodríguez. Podría haberles puesto a trabajar en el negocio familiar, porque trabajo sobraba. Sin embargo, prefirió enviarlos a curtirse fuera de casa. «Mi abuelo utilizó el sistema cubano-americano. Formó a sus hijos mínimamente en casa, para no enviarles a ningún lado siendo absolutamente inexpertos. Después los mandó a los dos a trabajar a la competencia, al negocio que regentaba Ismael Fernández, que también tenía un almacén de ultramarinos», explica Manuel Antonio. «Mi padre siempre habló muy bien de su experiencia con Ismael Fernández», cuenta.

El padre de Manuel Antonio, Manuel Silva Rodríguez, fue precisamente el que perpetuó el negocio familiar, aunque trasladándolo a otro local.

«Les pilló la Guerra Civil. A mi padre le tocaron tres años de servicio militar y, recién licenciado, otros tres en la guerra, en frentes de compromiso, que era como les llamaban», cuenta Manuel Antonio. Manuel Silva estuvo en Asturias, en Guadalajara o en Teruel. «Fue de los que llegaron al Mediterráneo en las famosas marchas. Por su formación ejerció de cabo furriel, que eran los que se encargaban de organizar el suministro para las comidas», explica Manuel Antonio.

Cupones de racionamiento

Pese a todas las dificultades, Manuel Silva «consiguió ahorrar cuarenta duros y le alquiló un local a un tal Fontenla, en el número tres de la calle Pérez Viondi, que es donde sigue estando el negocio a día de hoy». «Le pilló la época en la que todo empezaba a estar racionado. Todo funcionaba con cupos. Con las famosas cartillas azules con un sello de José Antonio Primo de Rivera. Sin los cupones no podías comprar el pan, el arroz ni las lentejas», recuerda Manuel Antonio.

Manuel trabajó en el negocio codo a codo con su mujer, Ramona Romero Suárez. Allí estuvo al pie del cañón hasta que falleció, en los años 80. La pareja tuvo tres hijos: Manuel Antonio, María Dolores y Miguel Pablo. El más pequeño fue el que se hizo cargo del histórico ultramarinos, apoyado al principio por su madre y con el tiempo por su mujer, Marta Rosa Ramos.

Además de comerciante, Miguel Pablo fue profesor y músico fundador de la mítica banda Los Chikys. El estradense había estudiado Ciencias y siempre compaginó el trabajo como comerciante con la docencia. Por las mañanas atendía el negocio y por las tardes daba clases particulares de Matemáticas, de Física y de Química a alumnos de Bachillerato y COU en la tercera planta del edificio familiar de la calle Pérez Viondi. Fue también un apasionado de la música: ejerció de pinchadiscos en Nicol´s y tocó el órgano Hammond en Los Chikys, el grupo que animó guateques de toda Galicia con temas de Los Brincos, Los Bravos o los Beatles.

Miguel Pablo falleció el 12 de febrero del 2020, pero Casa Silva no tuvo que echar el cierre. Desde el 2015 ya le acompañaba tras el mostrador su mujer, Marta Rosa Ramos González, que sigue al frente de Casa Silva, ahora con jornada completa. Tras el fallecimiento de su esposo, Marta Rosa se refugió en el negocio y decidió abrirlo también por las tardes. «Desde marzo del 2020, para no aburrirme, decidí abrir de lunes a viernes también por las tardes: de 9.30 a 14.20 y de 17.00 a 20.00 horas. Los sábados y los domingos abro hasta las 14.00», explica asomada a un mostrador con décadas de historia.

En Casa Silva, el tiempo parece haberse congelado. El mostrador de mármol y las estanterías de madera del fondo son los mismos de antaño. El ambiente que se respira es también el de las pequeñas tiendas de barrio de toda la vida. Marta Rosa sabe el nombre de cada cliente, le guarda las bolsas mientras hacen otros recados o les ofrece una silla para que recobren el aliento. «Aquí vienen clientes que son descendientes de los que venían cuando abrieron el negocio los padres de Miguel. Son clientes de siempre, de toda la vida. Muchos son de las aldeas, aunque la pandemia alejó a muchos viejitos y no he vuelto a verlos», lamenta.

Con Marta Rosa, Casa Silva ha completado un viaje de ida y vuelta. El negocio fue fundado por un estradense que emigró a Cuba y ahora es Marta Rosa, una cubana asentada en A Estrada, la que mima al cliente.