La panadería que nació por huir de la ciudad

Rocío García Martínez
Rocío garcía A ESTRADA / LA VOZ

A ESTRADA

MIGUEL SOUTO

La panadería fue bautizada en honor de Elena Vilas, una compostelana que se mudó a A Estrada arrastrada por su marido, empeñado en criar a sus hijos «en la montaña» y alejarlos de la ciudad

25 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

En la calle Waldo Álvarez Insua de A Estrada hay un negocio de esos que huelen a infancia. A pan recién hecho y a empanadas para llevarse a la playa. Un rótulo vintage anuncia en el cristal: Panadería La Santiaguesa Ultramarinos. Si es domingo, una larga cola en la acera precede al cartel. Las colas se pusieron de moda en la pandemia, pero en La Santiaguesa ya las había antes. Pura evidencia de que el negocio sabe ganarse al cliente.

 El nombre de la panadería hace intuir que detrás hay una historia de vinculación a Compostela. Y vaya si la hay. Es la de Santiago Míguez García y Elena Vilas Iglesias. Una historia plagada de sacrificio y con poco romanticismo.

Santiago era un vecino de Compostela, de una familia acomodada de la zona del Castiñeiriño. Trabajaba de encuadernador en el Seminario Mayor. Elena también era compostelana, pero de la zona de Feáns, donde hoy está el Campus Sur. Regentaba una taberna y una casa de comidas en el Camino Nuevo (hoy Rosalía de Castro). «Era un negocio floreciente», cuenta su nieta María Jesús Iglesias Míguez. «Mataban tres cerdos a la semana para dar de comer a todos los estudiantes que frecuentaban la casa de comidas», explica.

La santiaguesa que da nombre al negocio no es otra que esta Elena Vilas, aunque ella hubiese preferido quedarse en Compostela, sin negocio al que prestar su nombre en A Estrada. Al municipio llegó arrastrada por su marido. «Mi abuelo se empeñó en marcharse de Santiago porque decía que aquello no era educación para sus hijos», relata María Jesús. Los pequeños crecían en medio del bullicioso quehacer de la casa de comidas y a su padre no le parecía conveniente aquel ambiente. «Quería educar a sus hijos en la montaña y se le ocurrió venir a A Estrada y montar una panadería», explica la nieta. «Mi abuela no quiso marcharse con él. Le dijo: ‘Vaite que eu quédoche aquí moi tranquila. Vai ti para a montaña a gastar alá os poucos cartos que temos e eu quedo aquí facendo cartos'», cuenta María Jesús.

Así que Santiago se fue a A Estrada con sus dos hijos mayores -Remedios y Santiago, de 15 y 13 años- y Elena se quedó en Santiago con los otros cuatro. Una vez en el pueblo, Santiago empezó alquilando un local en la calle Waldo Álvarez, donde ahora está el restaurante Os Peares. Poco después, compró un terreno próximo y construyó la casa de planta baja donde sigue hoy el negocio familiar. «Mi abuelo llegó a A Estrada el día del Pilar de 1926 y montó la panadería. Contaba que entonces de esa zona de A Estrada hacia arriba era todo monte. Alimentaban el horno con leña de tojo que cogían en el entorno», dice María Jesús.

Para desgracia de Elena, a Santiago el negocio en A Estrada le fue bien. No daba abasto a atender pedidos y necesitaba mano de obra, así que intentó convencer a su mujer para que se mudase con él. Ella, que dirigía en Santiago un negocio aún más próspero que el de su marido, no estaba por la labor. Y ahí es donde el machismo aflora en todo su esplendor. «Como mi abuela no quería venirse, mi abuelo vendió la casa en la que vivía ella, así que no le quedó más remedio que mudarse. Entonces todo el poder lo tenía el hombre... Mi abuela siempre recordaba que mi abuelo había malvendido la casa. ‘Por malditos cinco pesos', decía ella», recuerda la nieta.

Resignada a vivir en A Estrada, Elena, La Santiaguesa, aún tuvo un séptimo hijo con su marido. Toda la familia colaboró en la atención de la panadería y el ultramarinos. «Mi abuela iba y volvía a Santiago a hacer la compra porque aquí no había nada», dice María Jesús.

Cuando la abuela Elena falleció, al frente del negocio quedaron sus hijos Elena y Chucho. Y es esta otra Elena la que le ha dado al negocio su segundo nombre. En A Estrada hay muchos vecinos que conocen la panadería no como La Santiaguesa, sino como La Barcalesa. La Barcalesa no es otra que Elena hija. El mote le viene de la época de la casa de comidas compostelana. Elena creció en la taberna, donde paraban a comer muchos transportistas. «Entre otros paraba el autobús conocido como El Barcalés, que hacía el trayecto Negreira-Santiago. Los conductores que frecuentaban la casa de comidas, cuando nació Elena, empezaron a decir que la niña sería ‘la nueva Barcalesa'. Y le quedó La Barcalesa para siempre», explica María Jesús.

Elena, La Barcalesa, murió a los 73 años en el negocio familiar. Literalmente. Estaba sentada en una silla atendiendo al frutero cuando, seguramente por una falta de riego, se cayó al suelo y se quedó tetrapléjica. Falleció días después. El relevo lo tomó su hija María Jesús, que ejerció la docencia durante 43 años pero nunca quiso desengancharse del negocio familiar. «La panadería lleva abierta desde 1926, sin parar ni por la Guerra Civil. Los dos únicos días al año que cerramos son Navidad y Año Nuevo», dice María Jesús.

 El relevo

Ahora que está jubilada, María Jesús aún sigue supervisando que todo vaya bien. El negocio está hoy en manos de su hija Elena López, que es bióloga de profesión con empresa propia pero ha heredado la devoción por el negocio familiar. Igual que sus hermanos Arturo y Silvia, que son funcionarios pero siempre están para echar un cable. Les unen las ganas de trabajar y la ilusión por mantener vivo un negocio con 95 años de historia.

«Por mí ya cerrábamos. Llegados a esta edad, pensándolo bien, creo que no vale la pena trabajar tanto. Estoy muy satisfecha de todo. Sobre todo de mis hijos, que son joyas. Pero es un sacrificio. Aquí no hay vacaciones ni días libres. Pero por otra parte, nacimos en esto y te da pena dejarlo», reflexiona María Jesús.