Juan Andrés Fernández Castro: «Los barcos a las Indias pudieron ser construidos por carpinteros del Ulla»

Rocío García Martínez
rocío garcía A ESTRADA / LA VOZ

A ESTRADA

R. G.

En A Estrada hubo muchas dehesas reales en las que crecían robles para la construcción de la flota real

05 may 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Dos años de investigación en los archivos y un año de redacción. Es el ingente trabajo que hay detrás de la tesis Evolución demográfica del área estradense 1650-2000, con la que acaba de doctorarse el profesor Juan Andrés Fernández Castro. Un trabajo de 387 páginas que ha obtenido la calificación cum laude y que ofrece una marea de datos claves para entender la evolución demográfica local.

La emigración es uno de los factores de análisis más interesantes. Cuenta Juan Andrés que, a finales del siglo XVIII, en A Estrada «había más bocas que platos». Los estradenses tuvieron que practicar una emigración estacional, de marzo a diciembre. Sobre todo en las zonas más pobres del municipio. La más rica del Concello era la zona del Ulla. En parroquias como Arnois, Paradela, Berres, Cora o Santeles el clima es más benigno, lo que permitía una mayor variedad productiva que se traducía en mayor prosperidad. Además de patata y maíz tenían vino -con un mercado fabuloso en Santiago-, cultivaban lino y, en algunas zonas, incluso tabaco.

Los emigrantes de la zona norte del municipio iban a Cádiz, a Ferrol o Santiago. En Cádiz muchos trabajaban en la hostelería, en las pescaderías, como aguadores o como estibadores en el puerto. Algunos aprovecharon para reunir fondos para comprar un pasaje a América o para embarcar como polizones.

En Ferrol, los estradenses encontraban empleo en astilleros o en las obras de ampliación de la fortaleza y el puerto. Eran sobre todo carpinteros. En A Estrada había muchas dehesas reales en las que crecían robles destinados a la construcción de la flota real. «No es descabellado pensar que los barcos que hacían la Carrera de Indias estuviesen construidos con robles de la zona de A Estrada y que los carpinteros que los construyesen fuesen de San Andrés, Paradela o Cora», explica Juan Andrés.

A Santiago a pedir limosna

A Santiago, que entonces era la ciudad más próspera de Galicia, los vecinos pobres acudían a pedir o nutrían la importante demanda de servicio doméstico.

La zona sur del municipio, en cambio, era zona de canteros. Vecinos de Codeseda, Souto, Arca, Liripio, Ribela o Sabucedo trabajaron en obras públicas por toda España.

La peor sangría migratoria se dio durante la segunda mitad del siglo XIX, con el éxodo hacia América, sobre todo a Cuba y Argentina, que se prolonga hasta 1960. A partir de ahí se dio paso a la emigración europea, a países como Alemania, Inglaterra, Suiza o Francia.

«En 1769 falleció entre el 10 y el 15 % de la población por el mal tiempo y las malas cosechas»

Para llevar a cabo el detallado estudio de demografía histórica, Juan Andrés Fernández estudió a fondo 21 de las 51 parroquias del municipio estradense. Escogió parroquias situadas en las distintas zonas -la de Vea, del Ulla, la zona central de A Estrada o el área sur- para dibujar un mapa realista de la evolución demográfica del Concello en el amplio período abarcado. Del 1871 en adelante pudo tomar como fuente el registro civil, en el que figuran nacimientos, muertes y bodas. Sin embargo, desde el 1650 hasta esta fecha tuvo que recurrir a censos de población que publicaba el estado, registros parroquiales e instrumentos notariales en un ingente trabajo de investigación que arroja datos reveladores.

Una de las constataciones del estudio es que, en el período analizado, «la población fue aumentando siempre, aunque no a la misma velocidad». «En épocas de bonanza aumentaba más y cuando escaseaba la comida había un retroceso. Las grandes crisis demográficas fueron por problemas de alimentación, no por enfermedades», explica Juan Andrés.

«La mayor crisis de la época moderna se dio en 1769. Falleció entre el 10 y el 15 % de la población. Fue un año de los más terribles en Europa, muy frío y lluvioso. Las cosechas se malograron y trajeron el hambre y la enfermedad. Las muertes se cuatriplicaron», comenta el investigador. «La demografía del ciclo antiguo dependía muy directamente de la naturaleza», constata el estradense.

«En el XVIII la media era de 4,2 hijos logrados por pareja y el 25 % de los niños no llegaba a los 7 años»

Cuenta Juan Andrés que en el período estudiado la edad de casamiento y el número de hijos dependía de la coyuntura. En época de bonanza las parejas se casaban más jóvenes y tenían más hijos. «En el siglo XVIII la media de hijos logrados por matrimonio era de 4,2. Por hijos logrados se entiende los que llegaban a los 7 años, pero hay que tener en cuenta que en toda la Edad Moderna el 25 % de los niños morían antes de los siete años.

A falta de otros métodos anticonceptivos, los sistemas de control de la natalidad eran la emigración -que separaba a las parejas-, la lactancia prolongada -que disminuye el riesgo de embarazo-, el celibato definitivo -las mujeres solteras eran teóricamente inactivas reproductivamente-, las bodas a edades más avanzadas -menos años de vida matrimonial fértil-, las prohibiciones de la Iglesia de mantener relaciones en ciertas épocas como la Cuaresma o el Adviento o las hambrunas -que causaban amenorrea-.

Se ha comprobado además que, entre 1650 y 1880, marzo era el mes en el que nacían más hijos, lo que se explica por el mayor número de concepciones en junio, período fotosensible en el que hombres y mujeres trabajaban juntos en la recogida de cosechas. En marzo nacían un 11,92 % de niños frente a un 7% en octubre o diciembre.

Otro dato curioso es que en el siglo XIX, con la emigración masculina, la tasa de ilegitimidad pasa del 3% al 12%. Llama la atención que en 1752, en Orazo, de 476 niños nacidos 23 eran expósitos.

Un maestro que ejerció desde niño, alfabetizó reclutas y se salvó in extremis de ir a la guerra

Juan Andrés empezó a trabajar en su tesis cuando se prejubiló hace cuatro años, tras una intensa vida docente que comenzó en su más tierna infancia. Nacido en Cesures, sus ancestros maternos eran de Tabeirós, donde su bisabuelo Serafín Castro ejerció de maestro. Su abuelo materno, Laurentino, fue profesor en Cesures y su padre, Juan F. Casal, ejerció por toda Galicia. En ese periplo por el rural, Juan Andrés acompañó a su padre. Como alumno y como ayudante. Estuvo en Seoane (A Veiga), Merza (Cruces) y Remesar (A Estrada). «Siempre quise ser maestro. Mi padre me lo aconsejaba y yo desde pequeño le ayudé en la escuela. Enseñaba a leer a los más pequeños. Se puede decir que fui profesor casi desde que nací», cuenta.

Empezó el Bachillerato en el Colegio Libre Adoptado Inmaculada Concepción de A Estrada, prosiguió en Vigo y lo acabó en el nuevo instituto de Benito Vigo. Luego hizo Magisterio en Santiago y empezó a dar clases en el Centro de Capacitación Agraria de San Lázaro. Tras la mili aprobó las oposiciones e inició su propio periplo docente por centros de Cabo de Cruz (Boiro), Bealo (Boiro), Rianxo, Turces (Touro), Loxo (Touro), A Ramallosa y finalmente el CPI Aurelio Marcelino Rey de Cuntis, en el que se prejubiló tras 25 años de docencia. «Los maestros éramos bastante nómadas», constata.

Fue dando clase, casado y con hijos, cuando estudió Geografía e Historia, preparó su tesis de licenciatura sobre demografía en Guimarei y consiguió un año sabático para hacer el doctorado por la UNED. Ya jubilado, la catedrática Ofelia Rey Castelao se ofreció a dirigirle la tesis. «Fue un gran honor, porque es una eminencia europea en demografía histórica», cuenta.

Juan Andrés tiene dos anécdotas sobre la mili. Una tiene que ver con su temprana vocación docente. En Figueirido coordinó la sección de alfabetización de adultos. Tenía a su cargo 16 reclutas. A uno de ellos, que no sabía leer ni escribir, le ayudaba en la correspondencia con su novia. «Me dictaba cosas de lo más cándido, pero se ponía coloradísimo. Acabó escribiendo él las cartas», recuerda. La otra fue el susto de su vida. Una noche tocó a generala, les dieron botas y armas nuevas y los metieron en un avión. «Yo pensé que no volvería, pero dos horas después nos mandaron bajar», dice. Fue cuando Marruecos invadió el Sáhara. La famosa Marcha Verde salvó a Juan Andrés del frente.